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Saltas de una relación a otra sin pensártelo demasiado. Tus historias de amor empiezan con un chute intenso de sensaciones para acabar en la más pura nada. A veces, sientes que necesitas estar solo/a, pero no puedes renunciar al hábito de enamorar o enamorarte de alguien. ¿Tienes adicción al amor?

Los adictos al emparejamiento funcionan como cualquier otro adicto. Cada vez que se sienten mal, tratan de llenarse con alguien en quien creen encontrar lo que necesitan. Al inicio, el chute es efectivo, pero a largo plazo, pierde potencia y reencuentra al adicto con la evidencia de que el vacío sigue allí y esa persona tampoco era la adecuada.

A la larga, las relaciones tranquilas y estables le frustrarán y se enganchará de relaciones tormentosas cuyas subidas y bajadas le mantendrán en estado álgido mientras pueda soportar el sufrimiento que conllevan.

En nuestra sociedad inflada de ego, sobresaturada, complaciente y con grave déficit de autoestima, no es extraño que hayamos desarrollado la capacidad de poder volvermos adictos a casi cualquier cosa. El amor se convierte en marketing y hay pocas drogas más explosivas y adictivas que el enamoramiento romántico que nos monta en una imprevisible montaña rusa de donde nunca queremos apearnos.

El fallo en el sistema se produce muy al inicio de la trayectoria emocional. No me siento aceptado, o querido, o amado. Pero de repente, alguien se enamora de mí y me llena, me conecta con el mundo, me valida. Cuando se me pasa la euforia inicial, me aburro, me deprimo, busco a otra persona y me voy. O saboteo mi relación para que sea el otro quien decida y cargue con las culpas.

Hay personas que prefieren romances cortos e intensos antes que relaciones largas y duraderas. El problema no es tu opción de vida, cualquiera que sea: el problema es cuando no puedes elegir porque estás tan atrapado por lo que necesitas, que no tienes ni remota idea de lo que quieres.

Toda adicción es una manera de atentar contra nuestra propia libertad. Las personas dependemos en cierto modo las unas de las otras, pero cuando esa dependencia se deviene patológica, hemos convertido a los demás en nuestro castigo, no en nuestra elección.

Si has llegado hasta aquí, es probable que ya estés sufriendo una toma de conciencia. Puede que hayas descubierto que, con pareja o sin pareja, sigues sintiéndote mal. O que tu necesidad de estar con alguien te haya llevado a una relación tóxica. O que simplemente te has encontrado forzosamente con la soledad de la que llevas huyendo todo este tiempo.

No importa de dónde vengas. A partir de ahora lo importante será adónde quieres ir.

Si enamorarte o emparejarte era tu único recurso para sobrevivir a tu vacío y ha dejado de ser efectivo, ahora te verás en la disyuntiva de seguir por el camino conocido o bien empezar a desarrollar otros recursos más satisfactorios y duraderos.

 Decía el poeta Roberto Juarroz, que la soledad es la usanza más difícil pero es la única y legítima madre, porque en ella se encuentra no sólo el amor a lo que existe sino también el amor a lo que no existe. La soledad extrema y neurótica es angustiosa, la soledad terapéutica y escogida, es la mejor medicina cuando todos nuestros encuentros con los demás nos devuelven a un único sitio: nosotros mismos.

¿Has despertado? Si has llegado al punto en que eres consciente de que el problema no está en que te amen, sino en que tú no sabes amar, enhorabuena. Pase lo que pase a partir de ahora, empiezas a definir lo que quieres que sea tu destino.

Te costará desprenderte. Intentarás volver a lo que ya conoces. Será arduo empezar y aflorarán todos tus miedos. Miedo a quedarte solo/a para siempre, a no tener un plan de vida, a dejar de sentir, a sentir demasiado. Puede que el barco naufrague unas cuantas veces más. Pero, parafraseando a Einstein, a partir de ahora lo que vivas dejará de ser información para transformarse en experiencia. ¿Tu meta? Darte a ti lo que nadie en este mundo será capaz de darte: agallas para cambiar, determinación para escoger y amor para dar.