cómo encontrar el amor

Victimismo: dícese de aquella actitud ante la vida y las circunstancias que nos condena a repetir, de forma inexorable e inevitable, los mismos errores. 

Pero, pongámonos en situación. Eres buena persona. Muy buena persona. Más bueno/a que el pan con nocilla. Pero el sexo opuesto -o el sexo que a ti te interese – no parece apreciar todo lo que tú eres capaz de dar. No sólo no valoran al ser de luz que hay en ti, sino que aún encima parecen preferir a otros y a otras que no les tratarán ni la mitad de bien. Lo has probado todo: hacer favores, fingir indiferencia, entregarte a tope, ser el hombro en el que llorar…para verles emigrar a unos brazos mucho menos generosos que los tuyos.

¿Es que el mundo es así de cruel? ¿Por qué la gente no puede ver ese corazón palpitante con el ansia de amar y ser amado (sobre todo lo segundo)? Pasan los años y te vas quedando sin excusas. No es el físico, porque hay personas menos atractivas y tienen pareja. No es el factor económico, porque conoces personas que no tienen ni para comprarse unas pipas y tienen pareja. No es por falta de intereses, porque con tanto tiempo libre, te salen las aficiones por las orejas.

Entonces, ¿qué? ¿qué demonios está fallando?

Antes de volcar tu frustración hacia afuera condenando a las otras personas por ser superficiales, o interesadas, o impresentables o simplemente ciegas a tus encantos, empieza por reflexionar sobre qué transmites al exterior.

Ser una buena persona significa guiarse por un principio de empatía y honesta preocupación por los demás y por uno mismo, porque en ello se encuentra una satisfacción íntima e intransferible, independientemente de si se obtiene algún beneficio material de ello. No debe confundirse con alguien moralmente inconsistente que cree que la mejor manera de ganarse el favor de alguien es actuar como su sirviente.

Revisa tus habilidades sociales: no hace falta ser el rey o la reina de la fiesta para que alguien te quiera, pero si te recluyes en una concha de timidez enfermiza abortando toda iniciativa a menos que la otra persona haga un ímprobo esfuerzo por adivinar que debajo de todo eso puede esconderse alguien interesante, más vale que pongas una velitas a San Judas Tadeo. 

La desesperación se huele, se siente, se palpa...y repele. Nadie quiere ser el último recurso, el peor es nada de otra persona.

Algo estás haciendo mal. Y si has llegado a este punto en el que ya has dejado de sentirte víctima del mundo, de la sociedad o del índice de población por géneros y reconoces que sea lo que sea lo que hay en ti, te está limitando a la hora de establecer vínculos amorosos, quizás ha llegado la hora de investigar qué es. ¿Una sugerencia? Empieza por revisar tu aspecto, tu manera de relacionarte y el entorno en el que te mueves para conocer gente.

Aprende. Si llevas toda la vida haciendo lo mismo, seguirá sucediendo lo mismo. Empieza a introducir cambios en la forma en que te acercas a otras personas. No finjas actitudes y siempre recuerda que estás tratando con seres humanos con sentimientos, no con extraordinarios Santos Griales amorosos con la increíble facultad de poder hacerte feliz o darte lo que buscas.

Observa y respeta a tu interlocutor. Un diálogo es crear un territorio común para ambos: quizás hay conductas en ti que hacen que las personas no se sientan a gusto interactuando contigo. Revisa en qué momento el otro puede parecer molesto o incómodo o desear irse. Si te pasa a menudo y con gente diferente, quizás debas plantearte un cambio.

No te vuelques tanto.  Que hagas favores y regales parabienes a personas que apenas conoces no genera amor, sino desconfianza y extrañeza. Date tiempo para tratar con quien te interesa y ver si ese vínculo es equilibrado y correspondido. La caridad empieza por uno mismo y si no…no es caridad, es compraventa de cariño.

No exijas ni reclames: hagas lo que hagas, nadie está obligado a quererte.

No te victimices. Si sólo las gente guapa, o malota, o chulesca ligase, el mundo hace ya tiempo que estaría extinto.

Arriésgate: nadie se ha muerto por un no. De verdad. Tú tampoco.

Y por último y más importante…ríete de ti mismo/a: el fracaso sólo es un fracaso si te lo tomas demasiado en serio. Y ya lo decía Thomas Szasz: cuando uno es incapaz de reírse de si mismo, ha llegado el momento de que los otros se rían de él

¿Que no te quieren? Ya te querrás tú.