que hice para que me dejaran

Al afrontar una ruptura en la que somos la parte dejada, hay un periodo inicial en el que nos acribillamos a preguntas. Pero existe una pregunta en concreto que se impone sobre las demás, acompañada siempre de un lacerante e intenso sentimiento de culpa: ¿qué hice yo mal? 

Educados en una sociedad en la que el dolor se asocia inevitablemente con castigo -ya sea humano o divino- el primer impulso de nuestra mente convenientemente entrenada para el autofustigamiento, es tratar de identificar todos aquellos pecados que podamos haber cometido para recibir semejante tortazo a mano abierta en pleno corazón.

Pero ¿qué es, en realidad, una ruptura?

Para hallar la respuesta, primero hay que hacerse otra pregunta.

¿Qué es una relación? 

Inconscientemente, para muchas personas una relación es algo así, como una recompensa. Por haberse portado bien, por haber aguantado o esperado, por haber sufrido mucho en épocas pretéritas o por haber iniciado una campaña de conquista insistente y desesperada hasta conseguir el objetivo ansiado.

Considerar que el amor de los demás es una especie de premio conlleva asimilar que cuando ese amor ya no existe, es por tu culpa. Has dejado de merecer el premio. 

Y entonces nos dedicamos a rastrear los últimos tiempos de la relación en busca de todas esas cosas en las que fallamos, atrapándonos en un bucle interminable sin salida y sin remedio, porque lo pasado ya fue pasado y a menos que se invente la máquina del tiempo, ni tú, ni yo, ni nadie, vamos a cambiarlo.

Dejando aparte las causas de auténtica fuerza mayor (como el maltrato, la indiferencia o la infidelidad), cuando se produce una ruptura, la causa siempre es la misma: no hay amor o no hay amor suficiente.

Para querer luchar por una relación, para querer solucionar problemas, para querer estar junto a otra persona a pesar de los avatares que pueda traer la vida….hay que QUERER.

Muchas veces nos equivocamos buscando respuestas en el final, cuando generalmente dichas  respuestas están en el principio. ¿Cómo empezó la relación?. ¿Fue todo fluido, abierto, correspondido? ¿Fue difícil, tormentoso, inseguro?. ¿Se habían cerrado capítulos del pasado?. ¿Se acababa de salir de otra ruptura?. Si asignases una puntuación del 1 al 10 al inicio de relación ¿qué le darías? A menudo esperamos que de una historia que empieza siendo un 2 o un 3, acabe en un 8 o un 9. Pretendemos hacer de una tormenta, un día de verano eterno. 

En nuestra mentalidad de premio/castigo, valoramos más los comienzos complicados, en los que nuestros esfuerzos acaban por llevarnos a obtener la relación o a la persona deseada. Sin embargo, en el amor todo se desarrolla de manera muy sencilla. Somos dos personas libresYo te quiero. Tú me quieres. Vamos a estar juntos.

Los juegos, las ambigüedades, las conquistas, las luchas de poder: todos esos perifollos del ego que tanto nos enganchan a relaciones disfuncionales, van cayendo como el proverbial castillo de naipes a lo largo de la madurez, para desnudar aquello que, en esencia, es el amor: algo puro, pleno y fácil.

De aquí emana el verdadero compromiso con otra persona y con ello, comprender que una ruptura no es un castigo, sino una elección de la otra persona para hacer mejor su vida, tal y como fue la relación en su momento.

Amar incluye aceptar que el otro puede cambiar y tomar otro camino para ser feliz. Y no culparse por ello.  Antes nos escogió. Ahora escoge algo diferente y eso no nos hace peores, mi más indignos, ni más inadecuados. 

Sé responsable de tus actos, pero sólo de tus actos. En todas las relaciones se cometen errores, porque somos humanos, no robots alienados haciendo ecuaciones matemáticas y nadie, por mucho que se empeñe, puede ser perfecto para evitar ser abandonado. 

 Siempre habrá cosas que no puedas manejar o controlar, porque pertenecen al territorio exclusivo de los sentimientos,  emociones, patrones afectivos y situaciones vitales de tu pareja. Si decidió dejar la relación, siempre fue un acto de voluntad. No permitas que te endosen culpas que no te corresponden, ni te las cargues tú a las espaldas. 

 Hazte cargo de tu 50%. Ni un poquito más.