Hace unos tres años, fui invitada a una cena de amigos como acompañante de mi pareja de aquel entonces. El encuentro se concertó en una terraza veraniega del centro de Madrid y fue inagurado con una opípara cena que impidió por un buen rato establecer conversaciones más allá del ¡joder! ¡qué rico está esto!.
Una vez despachadas las delicias culinarias, los amigos, que se conocían desde la infancia y adolescencia, empezaron un entusiasta recorrido sentimental por la historia de su amistad compartida. Todo era mítico: aquella mítica despedida de soltero; aquel mítico bar de la esquina; aquella mítica borrachera; aquella mítica broma pesada. El mito -y el revival- iba ganando en intensidad a medida que empezaron a servir las copas. La boda de Ramón, la metedura de pata de Piluca, el viaje de fin de curso a Praga, los desayunos de resaca en la hamburguesería de Pepe…
En mi doble condición de recién llegada y abstemia, desconecté ligeramente del incesante martilleo de recuerdos y me dediqué a observar los gestos, las caras, las expresiones de mis compañeros de mesa cuando describían las apasionantes vivencias.
Al poco, me di cuenta de dos cosas. La primera: la mayoría de estos míticos recuerdos estaban asociados con el alcohol. La segunda: la manera en la que describían estas experiencias eran tan vívida, rica y brillante como la fotografía de una modelo de revista bien optimizada por una sobredosis de Photoshop. Una infancia paradisíaca y despreocupada; una adolescencia de ensueño. Ni rastro de la timidez, miedos, neuras o pletóricos ratos de aburrimiento supino que sufrimos todos los demás mortales en aquellas épocas.
No dije gran cosa durante las dos horas y treinta (copas) que siguieron, esperando que en algún momento la conversación se encauzaría al tiempo presente. Sin embargo, el surtido de anécdotas parecía tan inagotable como las bebidas y a mí me estaba empezando a entrar sueño, lo cual me convierte en una persona muy poco diplomática. Así que aprovechando una pausa, levanté un poco la voz y sorprendí a la concurrencia con un:
– Sí, sí, todo estupendo, pero ¿a qué os dedicáis ahora?
Para mi sorpresa, los rostros que me rodeaban sufrieron un efecto parecido al de un globo hinchado que se revienta súbitamente. Algunos se dieron cuenta de que sus copas estaban vacías y sus ojos fueron en busca del camarero. Un cierto aire depresivo se instauró en la mesa. Empecé a sentirme como si hubiera arrancado a patadas a un grupo de niños de un maravilloso paraíso perdido.
Mi empresa va mal…puede que nos acaben echando…
Con la hipoteca y los niños no llegamos a fin de mes…estamos ahogados.
Los hombres son unos egoístas, estoy harta de neuras…prefiero estar sola.
Por suerte llegaron las copas y el ominoso presente volvió a quedar sepultado bajo el peso de 30 gintonics. Al día siguiente, la crónica de la noche se despachó en: ¡cómo bebe Fulanito! ¡vaya pedo se cogió Menganita!.
Supongo que dentro de 10 años, aquella velada en la que no había pasado nada destacable, se transformaría en mítica por obra y gracia del Photoshop sentimental. Soy testigo de que lo único mítico que hubo allí, fue la resistencia hepática de algunos de los amigos.
Después de aquella cena, aprendí una pequeña lección. Cuando no estamos enamorados de nuestro presente, parte de nosotros nos llama persistentemente a lugares idealizados del pasado. Nos evadimos como con las drogas, las compulsiones, las relaciones, el alcohol. Hay muchas personas que se pasan toda la vida con el cuerpo en el hoy y el corazón en el ayer: no es de extrañar que existan tantas depresiones.
En las ocasiones en las que me sentía infeliz, también he vuelto con la memoria a aquel primer amor, a los tiempos del instituto, a los veranos en la playa. Aquella nostálgica pandilla de amigos me devolvía un reflejo de mi propia insatisfacción personal
Porque si a mí me hubiesen preguntado ¿qué haces con tu presente?: tampoco hubiera sabido qué contestar.
Aquella situación fue una de las muchas razones por las cuales empecé a ponerme las pilas. No quería verme en una futura cena con mis propios amigos y que mis mejores temas de conversación fueran estampas ideales de tiempos pretéritos.
Hubo muchas despedidas. Inicié un largo proceso de cambios.
Ahora, mi día a día está lleno de ojeras y sonrisas; trabajo duro y problemas; preocupaciones y responsabilidades; sorpresas y frustraciones; retos y derrotas; ilusiones y miedos. Seguramente cuando era una niña, la vida era más simple; y cuando era adolescente, tenía más tiempo libre. Pero son etapas cada vez más lejanas que no tienen mucho interés al lado de la oportunidad de vivir este presente maravillosamente imperfecto.
¿Los recuerdos? Aquí están para aprender o para disfrutarlos. No para construirse una residencia imperial con ellos. Sean felices o infelices, hermosos o tristes, ya no están sucediendo.
¿Por qué cualquier tiempo pasado fue peor? Porque ya no existe.
brillante artículo, tan cruel como real y a la vez nostálgico….
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Sí, pero el presente tampoco existe. Parte de nuestra consciencia del momento presente es ya recuerdo. El consejo de «vivir el ahora» puede convertirse en una trampa en al que en nuestro esfuerzo por vivir intensamente y aprovechar cada segundo acabemos por generarnos ansiedad y frustración. Los animales viven en un eterno presente, una de las cualidades esenciales del ser humano es lo que el neurocientífico Antonio Damasio llamó la «consciencia extendida»: el ser conscientes de nosotros mismos como seres con un pasado y un futuro. Sólo en referencia a nuestros recuerdos y a nuestros planes tiene sentido nuestra actividad presente. De hecho, yo creo que una de las enfermedades psicológicas de la vida moderna es no tener el tiempo suficiente para pararnos a recordar, evaluar cuidadosamente nuestro pasado para comprenderlo mejor y así comprendernos mejor a nosotros mismos.
Por llevarte un poco la contraria, Cristina, como de costumbre… 🙂
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hola dia….. xD
Mi infancia no fue muy buena, en realidad, fue mala, mis compañeros me molestaban, mis papas se trataban a las patadas, no le veía sentido a las cosas.
Pienso que falto alguien que me acompañara, que me guiara, afortunadamente, aún niño, esa persona apareció, fue como un hermano mayor virtual, afronté mis miedos y me enfoque en mis sueños, en el valor que tenía como persona.
Tal vez por eso no anhelo mi pasado, porque mi vida es una constante transformación, de alegrías y tristezas, de luchas y obstaculos, de caidas y levantamientos, mi pasado lo voy construyendo desde el presente, sin idealizacion ni desprecio.
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He participado en muchas cenas de estas y a la mañana siguiente ya estar rememorando la noche anterior como otra «mítica noche» … mi reflexión personal es la masiva utlización del alcohol para evadirte de los problemas presentes, los malos recuerdos pasados (seleccionas sólo los buenos) y el futuro incierto, porque somos un poco de todo.
Aunque, como bien dices, para darte cuenta de ello tienes que ser de las excepciones de plantarte al par de copas 🙂
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A veces es muy dulce sumergirse en el pasado, demasiado diría yo. Por eso la vuelta al presente es tan dura para algunos. Nos hay nada peor que la nostalgia y el vivir aferrado a los recuerdos, sean buenos o malos.
Buen día 😉
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Tengo 52 años y leyendo el artículo me pongo a mirar hacia atrás, y no tengo ninguna nostalgia ni hacia nada ni hacia nadie. Mi infancia no fue bonita al igual que mi adolescencia, siendo gay, me faltó mucho amor, comprensión, eran otros tiempos, se pueden imaginar, fui más bien un patito feo, que casi adulto empezo a caminar para ser alguien. Y hasta aqui he llegado. Han pasado por mi vida cosas buenas y malas, etapas mejores y peores, he aprendido mucho de mis errores, de mis carencias, pero más que nostalgia por el pasado, en este momento de mi vida, siento que estoy echando un «pulso» con la vida, a ver quien puede más: de una parte, yo intentando ser feliz, estoy empezando una nueva etapa desde 0, en soledad, pero mi corazón quiere seguir latiendo, sentirme vivo, necesitando de la ilusión, el cariño, sentirme pleno a partir de lo que soy, Y en la otra parte del pulso, la vida dicièndome con fuerza que mi tiempo ya pasó, que me toca dejar paso a otros, que me toca tirar la toalla.
No me resigno a la «resignacion» ni a una existencia mediocre. Tampoco concibo la vida como una pelicula americana, donde al final todos fueron felices y comieron perdices.
Me viene a la memoria una vieja canción de Mercedes Sosa, que decía:
EL TIEMPO, el implacable, el que pasó, siempre una huella triste nos dejó…
Disculpenme los que puedan sentir «morriña», no está en mi ánimo -))
Un abrazo
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Hola Cristina
Quería simplemente agradecerte tu enorme generosidad al compartir toda esta sabiduría y la claridad y honestidad con la que escribes.
Tu blog ha sido uno de los mejores descubrimientos que me he encontrado.
Seguiré siendo tu fiel lector
Mi más sincera enhorabuena
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Hola Cristina, comparto la idea de tu artículo, bueno varias ideas. La idealización del pasado se vuelve recurrente cuando el presente es poco pleno y satisfactorio; sin embargo si el recuerdo se queda en un nivel que permita dar pie al ahora y seguir desde ahí, me parece muy válido. Generalmente las reuniones de amigos «de la infancia» se quedan en ese limbo fantástico del ayer; aunque no necesariamente signifique vivir en el pasado. El estrés actual y cotidiano es bastante común y en ocasiones la pátina de un pasado «mítico» también alegra el corazón.
Me gustó mucho tu artículo, gracias por compartir.
J M Capetillo
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Yo asistí también a la reunión de las nenas del cole de las monjas después de más de treinta años de no habernos visto. Fue casi una pesadilla. Porque era una incapacidad de ver el presente, de ver a la persona que tienes delante. Recuerdo que le pregunté a una compañera a que se dedicaba y me puso una cara de poker que no olvidaré en la vida. Con las únicas que hubo una conexión eran o compañeras con las que nos habíamos ido viendo o compañeras con las que no tuvimos ningun contacto en aquel momento pero en el presente compartíamos ideas y sensibilidades parecidas. Es decir, presente, no pasado. El vivir día es lo que funciona, no fantasear con aquellos tiempos que ya de por sí fueron de pesadilla, con todas esas pesadas metiéndose conmigo porque me gustaba dibujar en lugar de cazar novio…! Y encima tuve que sentarme frente a la más repipi y pesada de ella!
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Eso es que no sirvieron las suficientes copas 🙂
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Sí, es verdad, iba a decir un par de obscenidades, pero me las guardo, jajaja!
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Eres geminis verdad?
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Hola Pablo!,
Me has dejado a cuadros con la pregunta :D.
No, soy del 23 de octubre, ando entre libra y escorpio.
Abrazos!
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Me recuerdas por tu forma inteligente y perspicaz a una géminis que todavía pupula por mi mente. Ya ves… la intoxicación llega a tales niveles que hasta ves este tipo de cosas… a eso suma cabello… formas de andar… tono de la piel… cuantas veces no me sigo confundiendo y la veo por la calle… y no es ella.
Y ahora que tengo la oportunidad de poder preguntar a una chica tan inteligente… por qué sólo veo ahora parejas? Bueno mejor dicho por que soy incapaz de ver parejas? Lo nuestro fue corto, pero para mí muy intenso.
Ahora estoy recuperandome, todos los días me desmorono y lloro aunque llevo dos días algo mejor. Quiero estar solo, luchar contra mis demonios, hacerme fuerte en soledad, olvidarla. La amistad solo el desino lo decidira.
Me apasiona como escribes. Eres muy audaz y juegas mucho con las palabras para ayudar. Haces una gran labor.
Saludos de un escorpio.
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