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El término relaciones tóxicas es relativamente reciente y está tan sobreexplotado que da la impresión de que es un nuevo y revolucionario invento de nuestro flamante milenio. No es así: el maltrato, el apego, la dependencia o el engaño existen desde que se inició la historia de las relaciones humanas.

Recuerdo una anécdota que me contaron hace unas semanas. Una mujer de mediana edad, se acaba de separar y se lo estaba contando, deshecha, a una de sus mejores amigas. A las preguntas de la otra, explicaba: es que mi marido y yo nos odiábamos. La respuesta de su amiga fue: ¡Y qué! ¡Pues como todos y seguimos aguantando!.

Si miramos a nuestro alrededor: a nuestros padres, a nuestros abuelos, encontremos seguramente muchos ejemplos de relaciones tóxicas con solera, resignación y un contundente sello de aprobación social. Esto, a día de hoy, sigue considerándose lo normal, e incluso lo deseable. Englobaremos dentro del lo normal las siguientes características:

– Faltas de respeto.

– Despreciar los sueños, metas o ilusiones del otro.

– Absorber y controlar al otro.

– Agresiones verbales.

– Infidelidades.

– Sumisión y anulación.

– Ninguneo, humillaciones o comentarios despectivos hacia el otro.

Si alguno o alguna osaba expresar infelicidad, desconcierto o simplemente desacuerdo con cualquiera de estas actitudes, se le espetaba lo mismo que la amiga de esta señora.: es lo normal.

Otras respuestas comunes eran: las relaciones no son perfectas; a las personas hay que aceptarlas tal y como son; no hay que ser tan exigente.

Las generaciones actuales viven una frustrante paradoja: la de seguir buscando relaciones como las de sus padres, en una época en la que las relaciones como las de sus padres, han dejado de ser lo normal.

Lo que antes era normal, se convierte en tóxico en la medida que agrede nuestra autoestima, determinación personal o libertad de elección.

Es cierto que ninguna relación es perfecta: también es cierto que imperfección nunca debiera equivaler a sufrimiento.

¿Qué es una relación tóxica?

El denominador común de todos los vínculos humanos, es la dependencia. Cultivamos las compañías para que nos aporten algo: cariño, cuidado, entretenimiento protección y por supuesto, amor. Una parte sustancial de nuestro bienestar está repartida entre diversas personas con las que mantenemos conexiones íntimas y, en principio, enriquecedoras para nuestra vida. Asimismo, otra parte de este bienestar proviene de la armonía con nosotros mismos.

Cuando todo, absolutamente todo depende de una sola persona, de sus actos, de sus palabras, de sus cambios o de sus decisiones, aparecen las primeras toxinas. A partir del momento en que pasamos de hacer cosas CON amor, a hacerlas POR amor, estamos poniendo una tregua al vacío. Y ¿qué sucede cuando la ilusión de completitud, de integridad que ideamos con el otro, se desvanece? Que la tregua se acaba, el vacío vuelve y tratamos de seguir alimentado esa falsa plenitud con los frágiles hilos de la posesión, las exigencias, el control o los celos.

Si no haces lo que yo necesito, volveré a ahogarme en el vacío.

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Muchas parejas comienzan su andadura con un enamoramiento exuberante e idealizador (de una o de ambas partes). En la mayoría de las ocasiones, este enamoramiento se va diluyendo y en lugar de evolucionar al amor adulto, involuciona a la dependencia. Son relaciones de aburrimiento rápido, de ya no es lo mismo de antes, necesito que me conquistes de nuevo y ya no siento mariposas en el estómago. Tiran para adelante -como sus padres- hasta que uno de los dos se pone frío, raro o distante, aparece un tercero y la cosa se disuelve en un ácido de culpas, reproches y malas caras entre dos personas que no tienen el valor de confesar que hace tiempo ya que empezaron a desquererse.

Se le reprocha al otro, no tanto haber dejado de amar, como el haber dejado de cumplir su parte en el acuerdo tácito de mantener provistas las necesidades de afecto, valoración o compañía.

Erich Fromm en su famoso El arte de amar, explicaba la medida del amor inmaduro como el encuentro en el que dos personas consideran la intensidad del apasionamiento, ese estar ‘locos el uno por el otro’ como una prueba de la intensidad de su amor, cuando sólo muestra el grado de su soledad anterior. 

En otros casos, las relaciones ya nacen torcidas. La estafa emocional, el no compromiso, la indiferencia afectiva, el abuso, el maltrato o los celos obsesivos son toxinas habituales en vínculos enfermizos cuyo denominador común es una dependencia insana que nos ata de manos y pies, impidiéndonos elegir no ser degradados, ninguneados o controlados.

Así pues, una relación tóxica es, esencialmente, una relación que genera sufrimiento y de la que no podemos prescindir.

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Quien es adicto a una mala relación, padece un síndrome del prisionero. Sueña con la libertad, a veces amaga con ella, pero cuando apenas le roza el aire del mundo desconocido que se extiende ahí afuera, se vuelve a refugiar en la celda, con un miedo mucho más sólido que cualquier barrote físico. Por ello, muchas relaciones tóxicas son relaciones de idas y venidas constantes.

El coste de una relación tóxica suele ser alto. No abandonar la zona del dolor,  es un agresión hacia la autoestima y puede ser causa de neurosis severas a largo plazo. Los síntomas habituales de un vínculo tóxico sostenido en el tiempo van de la depresión profunda al estrés, la ansiedad, fobias, trastornos obsesivos-compulsivos e incluso somatizaciones en forma de verdaderas enfermedades físicas. En otros aspectos, puede afectar también al desempeño laboral o a las relaciones con familiares y amigos.

Convertir a la pareja en una necesidad tan básica como el comer y el respirar es negarse el derecho a elegir con quien queremos compartir una vida. Si algo no nos cuadra, si no nos sentimos bien, si no podemos ser nosotros mismos o nos sentimos angustiados y atrapados, no estamos en una relación: estamos en un trampa.

Ser conscientes de que el amor no es sufrimiento ni mucho menos convertir lo anormal en normal, es un paso adelante. Si aún te sientes incapaz de tomar decisiones, lo esencial es informarse, buscar el apoyo de los seres queridos y empezar a buscar otras fuentes de bienestar personal que sólo dependan de uno mismo.