aceptación

Dividimos las emociones en dos grupos: positivas y negativas. ¿Qué son las emociones negativas? ¿Porqué nos dañan? ¿Qué ocurre cuando reprimimos estas emociones negativas? ¿Cómo conectar con lo que sientes y aprender a guiarte por ello?

Hay una anécdota muy curiosa relativa a la Inglaterra victoriana, época famosa por los crímenes de Jack el Destripador, las aventuras literarias de Sherlock Holmes, la revolución industrial…y una muy estrica moral puritana.

La cosa llegaba al extremo  de alargar los manteles de las mesas para tapar por completo las patas, de modo que no pudieran suscitar pensamientos lascivos en la mente de los hombres, que podrían compararlas con las piernas (también tapadas) de las mujeres.

Que ya hay que tener imaginación.

En colaboración con la Iglesia, se condenó toda actividad sexual que no tuviera como propósito el procrear. La máxima aspiración social y moral se regía por el desprecio de las emociones y los sentimientos, en favor de una conducta recta, sobria, contenida y aparentemente muy formal.

El resultado de todo ello, puede imaginarse. Se llenaban los burdeles, abundaban los adulterios, la prostitución con menores, la drogadicción, los negocios ilegales y los delitos más brutales.

Nosotros no vivimos en la época victoriana -por suerte. Ya la represión no viene desde fuera: viene de nosotros mismos.
Aceptamos la alegría, la satisfacción, el perdón, la admiración, el amor. Se supone que la envidia, la rabia, el miedo y el dolor han de taparse como las patas de las famosas mesas victorianas, para no incitarnos a confundirlas con -¿en serio?- la naturaleza humana.

En el indignante caso de que las emociones llamadas negativas tengan el descaro de aparecerse sin nuestro permiso, la imaginaria señorita Rotenmeier que vive en nuestras cabezas, se asoma con cara de estreñida a pegarnos un palmetazo. No lo intentes, no vales para eso; No es tan guapa, tiene cara de pan. No sé para que viajas fuera…con lo a gusto que se está en casa. Dale en las narices a tu ex liándote con todos los que puedas. La gente que hace esas cosas es vacía y superficial…

¿Qué ocurre cuando impedimos aflorar las emociones que consideramos malas? Que en lo más recóndito de la inconsciencia, la reconocemos y condenamos en los demás, practicando el prejuicio, el odio, o el rechazo hacia aquello que quisiéramos extirpar de nosotros mismos.

Al tiempo que no aprendemos a regular nuestra balanza emocional y nos movemos entre extremos: o represión o explosión.

¿Cuántas veces, al aflorar todo esto en alguna situación difícil, hemos dicho: éste no soy yo?

Pues sí: ese también eres tú. Sólo que no eres el tú que sueles mostrar al mundo, el tú que te gusta de ti. Es la cara oculta de la luna, pero tan auténtica -y lunar- como el resto del satélite.

Desde luego, una persona puede cambiar su manera de afrontar la vida de una manera menos dañina, pero todo cambio ha de empezarse por aceptar lo que se siente, ya sea aceptable o reprobable según los estándares de la sociedad, de los padres, de las parejas o de esa imaginaria señorita Rotenmeier.

El obstáculo más habitual para llegar a este punto es que llevamos toda la vida yendo por el camino contrario, desarrollando toda una sofisticada red mental de castigo, negación, autojustificaciones y autoengaños que nos protegen convenientemente de la terrible posibilidad de ser nosotros mismos.

¿Cómo reconectar con las emociones?

En primer lugar, dejándolas fluir. Si sientes envidia por la belleza, el éxito o los bienes de otra persona, lo más habitual es que reprimas esa envidia, o la disfraces de una admiración oblicua y dudosa. Tu señorita Rotenmeier ya te ha dado el varazo de rigor y la emoción que se estaba formando, se ha quedado latente e hinchada como un quiste que no duele, pero sigue molestando.

¿Qué tal si pruebas a aceptar lo que estás sintiendo? Siento envidia y lo acepto por completo. Siento rabia y lo acepto totalmente. Siento rencor contra mi ex pareja, y lo acepto.

Otro buen ejercicio para identificar y conectar con lo que sentimos, es utilizar la música. Hay personas que se aburren en los museos, que no tocan los libros, o que se duermen en el cine, pero aún no conozco a nadie que no sienta nada con respecto a ningún tipo de música, ya sea heavy metal, sinfonías clásicas o salsa caribeña.

Sea cuales sean tus preferencias, confecciona un buen repertorio. Elige una canción para cada emoción: alegría, rabia, desgarro, angustia, tristeza, amor…En la música, hay un permiso universal para canalizar todo tipo de emociones: no existe ninguna clasificación que divida las canciones entre canciones que no deban escucharse porque son melancólicas o que deban escucharse porque son pletóricas.

Escúchalas en tu casa, o dándote un buen paseo con un mp3 a tope. En lo que dure cada canción, date permiso para experimentar el sentimiento que te está transmitiendo. Reconoce el eco que está haciendo en ti y empieza a ir liberando poco a poco todas estas represiones que has ido acumulando desde el primer momento en el que algo o alguien te dijeron cómo te debías de sentir.

A  medida que vayas practicando la apertura emocional, crearás un nuevo hábito: el de la aceptación. Poco a poco, la señorita Rotenmeier de tu cabeza irá perdiendo potencia y se relegará a un rinconcillo desde el cual sólo incordie de vez en cuando, para dejar paso a la maravillosa ingravidez mental de permitirse ser uno mismo.

Si cubriéramos los desfiladeros para protegerlos de los vendavales, jamás veríamos la belleza de sus formas (Elisabeth Kübler-Ross)