estancamiento amor

Parece que lo peor ya ha pasado: has sobrevivido al apocalipsis, a los temibles bajones, al síndrome de abstinencia e incluso empiezas a encontrarle sabor a esta nueva etapa de tu vida. Entonces ¿por qué te sientes tan apático?

Es más que probable que a lo largo de todo este arduo proceso del duelo, te hayas preguntado muchas veces si lo que te sucede es normal. Pues bien: en la debacle emocional que sucede tras una pérdida, lo normal es que todo sea anormal. Durante esta etapa, podemos degustar las mieles del trastorno obsesivo compulsivo, con unas gotas de narcisismo, unos toques de histrionismo y todo ello envuelto en el incomparable aroma de la más desquiciante bipolaridad.

En resumen, si piensas que te estás volviendo loco, enhorabuena: es el mejor síntoma de que no lo estás.

Entre las anormalidades habituales, se encuentra la etapa del estancamiento. Suele llegar cuando se te ha caído la venda de los ojos y tu ex ya no es ni un dios intachable, ni un esbirro del Mal y además tienes más o menos asumido que la cosa se ha terminado y los desquiciantes monólogos internos con tu ego han empezado a suavizarse.

Atrás quedaron los tiempos turbulentos en los que la ansiedad te subía por las paredes, el estómago se te había convertido en un puño en carne viva y tenías ganas de llorar hasta con los anuncios de Ocaso Seguros.

Lo que vendría ahora en teoría debería ser mucho mejor que eso y en cierto modo, lo es: has dejado de ser un muerto viviente, pero el problema es que tampoco te has convertido en el renovado ser de luz que te prometían tus amigos, seres queridos y libros de autoayuda.

Vamos, que sigues siendo tú, el Paco, Juan, Pepe, Fernando, Rosa, María, Pilar, Valeria o Lidia de siempre, sólo que un poco más mayor y un poco más triste.

Te dicen que no volverás a sentirte a tope hasta que te enamores de nuevo. Pues vaya panorama ¿no? ¿Y estoy condenado a vivir a medias hasta que esto suceda?, piensas.

Muy a nuestro pesar, estamos aprendiendo algo nuevo. Que es más fácil lidiar con el dolor, que con la tristeza.

La apatía es quizás la etapa menos intensa, pero más complicada del duelo: hemos pasado del decapitamiento sin misericordia al lento goteo de la melancolía. Tratar de huir de ello mediante deportes, actividades, juergas o nuevas parejas se revela inútil: todos los caminos te llevan a Roma y Roma, en este caso, eres tú.

¿Cómo podemos empezar a salir del estancamiento?

Lo primero y aunque en ocasiones lo olvidemos, estas sensaciones también forman parte de la pérdida. Ya no es tanto echar de menos a la persona, como la nostalgia de lo vivido y la desubicación de abandonar unos hábitos, un entorno y un proyecto determinado de vida. ¿Y ahora qué?, te preguntas. El mejor ejercicio para esta etapa lo recoge el gran Guillermo Francella en la película argentina El secreto de sus ojos:

El tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión.

De eso se trata. Recupera lo que te apasiona. Acude a tu trastero, a tu habitación de la infancia, revisa tus cuadernos, localiza tus dibujos, rescata ese viejo videjouego que empezaste a programar, desempolva tu juego de química, relee tus viejos libros, desentierra tu guitarra o recupera tus pinceles.

Haz aquello que hacías cuando te sentías vivo, antes de las relaciones, las crisis, los trabajos, y las parejas: regresa al inicio. Vuelve a jugar de nuevo.

¿No hay nada que te apasione? Pues tienes una misión: descubrirlo. No te quedes quieto. Permanece despierto y presta atención a lo que te rodea. La mente es selectiva: de todo lo que veas y escuches, subrayará con marcador aquello que te llama ahí dentro. No te cierres y trata de escucharlo. Te sorprenderás.

En efecto, tus amigos tenían razón. No volverás a sentirte a tope hasta que te enamores de nuevo. Pero ¿quién dijo que tenía que ser de otra persona?