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Bloqueos emocionales, crisis personales, ansiedad, depresión, necesidad de encontrarse a uno mismo…¿es suficiente motivo para romper una relación?

Hace unos años, inicié una relación de pareja con un hombre que, tras un fugaz enamoramiento, rápidamente empezó a mostrarse apático y distante. Estuvimos unos meses así, hasta que, tras algún intento infructuoso por mi parte de encauzar la historia, tomé la determinación de dejarlo. En la última conversación que tuvimos, intenté pedirle una explicación de su comportamiento. Su respuesta fue algo así como: yo te quiero, pero es que tengo una crisis, es que no sé lo que quiero.

Me quedé totalmente perpleja.

Tras la ruptura y el consiguiente contacto cero, tuve un largo tiempo dándole vueltas a estas peregrinas razones. ¿Me amaba realmente pero sus problemas le impedían estar conmigo? ¿Si no sabes lo que quieres, puedes querer a alguien? ¿Era incompatible tener una crisis con estar con alguien a quien supuestamente amas?. Y lo más importante ¿volvería cuando resolviese dicha crisis?

En algún punto de aquel proceso, recuerdo levantarme una mañana, después de una de tantas noches de centrifugado mental post-ruptura. Como si de una iluminación divina se tratase, tuve una sensación recta, dura y certeza como un flechazo.

No me amaba. Puro y simple.

Mi ego se vino abajo con gran estrépito, pero a cambio, me quité diez kilos de angustia e incertidumbre de encima. Sentí con certeza esa falta de amor que hasta ahora, el ritmo frenético de mis autoengaños había conseguido disimular. A partir de aquel momento, el recuerdo de la relación empezó a adquirir la pátina polvorienta de las vivencias del pasado. No me amaron, no hay nada que hablar, no hay nada que explicar. Una experiencia más. Puedo seguir mi camino. Soy libre.

Tiempo después, la vida me puso en la misma ecuación, pero del lado contrario y en el terreno más insospechado que pudiese imaginar.

Acababa de abandonar un futuro más o menos estable y seguro a cambio de la precaria ilusión de un proyecto propio. No tenía ninguna garantía de que aquello fuera a funcionar y para intentarlo, tenía que dar un parón importante que me exponía a salir del mercado laboral a una edad ya no tan joven. Pasé por todas las fases: pánico, ansiedad, inseguridad, autoboicot y por supuesto, la aplastante noción de no valer para esto, de no tener capacidad y de existir muchísimas personas en este mundo que lo harían mejor que yo.

Este blog no existe porque no hubiese inseguridades o problemas en el camino, sino porque hubo un amor que fue más grande que todos ellos. Cuando no sabía hacia dónde ir, ese sentimiento era como una brújula que siempre apuntaba al norte. Estaba haciendo exactamente aquello que tenía, quería y necesitaba hacer.

Hoy, en medio de una sesión de coaching, hablábamos de las muchas similitudes que existían entre la vida laboral y la vida sentimental. Si tú te embarcas en un trabajo por necesidad, al principio puede que le eches entusiasmo, pero pronto te podrá la rutina, el aburrimiento, los problemas, la pereza…Te enfrentarás a la paradoja de los trabajos y relaciones mediocres: cuando no los tienes, los necesitas, cuando los tienes, quisieras volver a no tenerlos. 

Y así es como llegamos al punto en el que un supuesto amor sólido (o más bien líquido) naufraga rápidamente ante la aparición de las crisis, los malestares, la rutinas o los problemas personales.

Siempre me ha gustado mucho esta parte del juramento de las bodas religiosas que reza: prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad. Cuando amas a una persona de corazón, al igual que cuando tienes el privilegio de trabajar en algo que te mueve por dentro, uno afronta los problemas que hagan falta antes que optar por dejar aquello en lo que siente que quiere estar. Pero para poder encontrar esa fuerza, hay que conocer primero quién eres, qué quieres y de qué eres capaz y muchas veces estamos demasiado atenazados por nuestros miedos, o demasiado aferrados a nuestra ilusión de seguridad como para poder acceder a ese potencial.

Así pues, si vuestra pareja decide que debido a sus problemas prefiere abandonar la relación, no os pongáis frenéticamente a buscarle soluciones. Si él o ella quisieran resolverlos al lado de su pareja, no optarían por una ruptura. Y a menos que encontréis la felicidad en ello, no os quedéis a la eterna espera. Encontrarse a uno mismo, solucionar crisis personales o superar depresiones es algo que puede conllevar mucho tiempo y una vez esta persona haya conseguido afrontar estos problemas, tampoco te puede asegurar que para entonces le apetezca retomar la relación contigo o en cambio opte por un cambio de vida radical, se haga yogui y vegetariano y se traslade a la India por los próximos diez años.

Que quede claro: los problemas personales no son incompatibles con mantener una relación de pareja con la persona a la que dices amar. Si fuera así, nadie en este mundo podría tener pareja. Muy al contrario, precisamente en estos momentos es cuando el apoyo y solaz del ser querido son más valiosos e importantes. Abandonar ese cariño y sostén para sufrir en soledad no tiene mucho sentido, a menos que la relación en sí sea uno de sus problemas.

En cambio, mi consejo es que asumas que por difusa y frustrante que puede parecer la decisión, esto es una ruptura como cualquier otra. Tu ex pareja ha decidido tomar otro camino y concentrar su energía en otras cosas y lo que pueda sentir por ti, carece de la suficiente sustancia como para sostener la relación por su parte. Está en su perfecto derecho de buscar aquello que desee buscar sin ti, al igual que tú estás en tu perfecto derecho de no quedarte perdido en el tiempo y el espacio mientras lo vaya encontrando.

Si resulta que estáis hechos para estar juntos, no hay necesidad de forzarlo: la vida misma volverá a poneros en el mismo camino en otra etapa diferente. Entre tanto, apliquemos este hermosísimo consejo contenido en uno de los diálogos de la mítica Harold & Maude.

Harold: Pero…¡yo te amo!

Maude: ¡Fabuloso! Entonces vete y ama más.