Elegir pareja

¿Sabemos elegir a las personas que comparten nuestra vida?. Si hay algo que nos enseñan nuestros tropiezos sentimentales es la insoportable levedad del criterio.

En mis sesiones de coaching, utilizo a menudo un ejercicio muy clásico para las personas que están pasando por un duelo, que llamo Mi relación ideal. Se trata de enlistar en una columna las características y cualidades deseables en una pareja. No hay límites o juicios en esta lista: se puede poner lo que uno quiera, de forma natural y sin intentar resultar políticamente correcto o poco superficial.

Acto seguido, le indico a la persona que piense en su ex pareja y tache de la lista de su relación ideal todas aquellas cualidades de las que carecía.

El resultado de este juego, es siempre sorprendente (te invito a hacerlo antes de seguir leyendo).

Un hombre incluía en esta lista: madurez y estabilidad emocional. Su ex pareja arrastraba un larguísimo y recientísimo historial de relaciones caóticas y por supuesto, totalmente inestables.

Una mujer incluía en esta lista: fidelidad y honestidad. Su ex pareja era adicto a las drogas.

Otro hombre deseaba una persona cariñosa y generosa: su ex pareja, era un hombre frío y poco empático.

Les pregunté a estas personas qué les había hecho escoger como parejas a sujetos que evidentemente no cuadraban con sus requisitos más esenciales. Ambos afirmaron que pensaron que sus parejas cambiarían y desarrollarían dichas cualidades que no poseían en un principio. Entonces, insistí yo, si las ex parejas no cumplían con los criterios actuales ¿qué criterios se utilizaron en el momento de iniciar la relación?. Confeccionamos una nueva lista. Esto fueron los motivos por los cuales se realizó la elección:

– Belleza física, atracción sexual.

– Feeling, química, la conversación fluía.

– Ser conquistadores, currárselo mucho.

Los diversos descalabros provienen del hecho de que, consciente o inconscientemente, seguimos empleando sólo estos baremos a la hora de crear un proyecto de vida con alguien. Y el problema no son dichos baremos. Que nuestra pareja nos atraiga, que haya química, que conversemos a gusto, es básico, es deseable y e imprescindible. Pero no es más que la puerta de entrada. No compremos la casa si sólo hemos visto el hall.

Muchas personas nos pueden atraer. Con muchas personas podemos tener conversaciones fluidas. Muchas personas pueden empeñarse en conquistarnos.

Pero no con todas estas personas podremos construir la clase de relación que deseamos. 

Todas estas características están geniales para animarnos a la hora de seguir conociendo a alguien, pero si más allá de esto, no aparecen valores y cualidades más profundos que sí concuerdan con lo que realmente queremos, la relación funcionará lo que funcione la cama, o lo que duren los temas de conversación, o lo que tarde el conquistador en aburrirse de la conquista. Que sin que haya una afinidad más bella, duradera y auténtica, será más bien poco.

¿Cuántos de vosotros habéis iniciado una pareja por mera atracción o química y os habéis encontrado más tarde luchando a brazo partido porque dicha pareja encajase en vuestros verdaderos ideales de vida?

Sí, amigos míos ¡yo también!

Elegir bien, no significa que esa historia sea un amor eterno, ni que vaya a funcionar, ni que no te puedan engañar, pero aquí entramos en otros berenjenales. Elegir bien simplemente es un acuerdo entre uno mismo y su autoestima: quiero amar, quiero compartir y quiero hacerlo de una manera plena y significativa que me lleve a un nivel superior del que meramente suponen mariposillas y orgasmos.

Si escogiste erróneamente, no te rasgues las vestiduras. Simplemente ubícate y no olvides que la persona con la que estás (o estuviste) no tiene ningún tipo de obligación de convertirse en algo que no es, para tú puedas cumplir con unos criterios que te olvidaste de aplicar.