juventud vejez

¿Qué quieres hacer de mayor? Si hubiéramos sabido lo que nos esperaba cuando éramos tan jóvenes como para escuchar esta pregunta, la respuesta sería: no ser mayor.

Cuando yo tenía 18 años, mi vida estaba muy bien programada. Iba a estudiar filología, me casaría con mi novio de entonces, tendría uno o dos hijos, una hipoteca no demasiado onerosa y un contrato fijo en una buena y sólida empresa. En realidad, no eran mis planes, sino lo que suponía que todos íbamos a hacer. De hecho, muchas de las personas que conocía por entonces, a día de hoy pueden presumir de haber cumplido con todo el farragoso asunto de los planes. Yo no fui una de esas personas.

Todo intento de perseguir estos ordenados objetivos, me hizo infeliz. En muchos momentos de mi vida me pregunté qué pasaba conmigo, qué me faltaba, cuál era mi error de programación que hacía que no funcionase como el resto de la gente que tenía a mi alrededor. Y chocaba una y otra vez con los mismos muros: las cosas se hacen así y no asao; ya lo entenderás cuando seas mayor; así es la vida… No señores, soy mayor y sigo sin comprenderlo.

¿Tan erróneas eran mis preguntas y pensamientos, tan desincronizada me encontraba con la naturaleza misma de la vida?

Tardé 15 años de mi vida en dejar de luchar para conseguir algo que en realidad, nunca quise conseguir. Y me encontré a las puertas de la mediana edad, con un montón de cosas que me habían costado un esfuerzo considerable tener y que francamente, no me importaban un pimiento.

Con una percepción distinta ahora, veo a mi alrededor personas de 20, 30, 40 y más allá aún, que desmienten todos los tópicos asociados a sus respectivas edades. Chavales que quieren vivir como sus padres y padres que quieren vivir como sus chavales. Adolescentes llenos de miedo a vivir, y adultos hartos de vivir con miedos. Chicos y chicas que no se atreven ni a salir de su ciudad y hombres y mujeres que lo dejan todo y empiezan de cero. Y me emociono. Porque todo cuanto desafíe al imperativo cronológico, es un alegato para abolir la esclavitud del tiempo.

¿Qué orden debieran tener las etapas? ¿Hay una edad para cada cosa? ¿Qué significa la madurez? ¿Qué tendría que estar haciendo a mis años?

Cada persona debería aprender a encontrar sus propias respuestas a estas preguntas. Sin embargo, en este desordenado mundo personal y emocional en el que rara vez se cumplen los planes, empieza a dibujarse un hecho claro y conciso: si tener una determinada edad te obliga a adoptar una filosofía de vida contraria a lo que tú eres, acabarás teniendo que fingir una edad diferente para poder ser tú mismo. Aquí es donde nos vemos, con 40 años, necesitando volver a tener 15. Algo que no habría ocurrido si con 15 años no hubiésemos querido vivir como si tuviésemos 40.

Sea cual sea la etapa de tu vida, que sea tuya y no propiedad en usufructo de los prejuicios ajenos. Descubrirás que en realidad, la única decisión sana, lógica y coherente que existe, es la de no tener edad. Pero quizás hasta que empecemos a no ser felices haciendo lo que se supone que tendríamos que hacer, no nos demos cuenta.

No tengo ni la menor idea de lo que debería estar haciendo ahora, a mis 35 años. Sé, no obstante, lo que quiero estar haciendo ahora mismo y me despierto cada día con enorme curiosidad.

  Dentro de unos meses, se casará una conocida de la familia, en segundas nupcias, con 84 años. Mi amigo Martín, que andará por los 40, presentará en enero, su primera revista de cine. Mi amiga Abi se enganchó al deporte después de toda una vida renegando de ello, a sus treintaitantos. Y hace una semana, conocí a un ex ejecutivo que dejó su multinacional para dedicarse a la terapia transpersonal. Con 50 años.

Ninguno de ellos son genios, locos, extravagantes o visionarios. Simplemente personas normales que tuvieron que hacer y deshacer muchos planes.

Un abrazo a todos y nunca olvidéis que la juventud no nace, la juventud se hace. 

(Película recomendada: After)