amante

De los creadores de somos las personas correctas en el momento equivocado, el amor todo lo puede y no es que no me quiera, es que tiene un trauma, llega…cualquier día de estos, me separo de mi pareja. 

Existen dos tipos de historias de amantes. El primer tipo de historia, trata de una pareja que realmente está desmoronándose, por una o ambas partes, pero en la que faltan agallas para optar por el mejor solo que mal acompañado. Aparece una tercera persona y se precipita la ruptura. Se inicia una nueva relación, de pronóstico variado.

La segunda historia de amantes, es la clásica historia de amantes. Hay una atracción: espiritual, sexual, emocional. Puede que la persona que no está casada conozca ya el estado civil de ese hombre o mujer tan interesantes con el que cada vez encuentran una mayor conexión. Puede que no tenga la menor idea.

La atracción deriva en enamoramiento. A veces, incluso por ambas partes. La historia crece. La persona soltera conoce que su nuevo amante no está libre y  sin compromiso. La persona emparejada empieza a hablar de su relación. Dice cosas como: Mi pareja y yo estamos en crisis desde hace tiempo; dormimos en camas separadas; no me voy por mis hijos; si te hubiera conocido en otra vida…

Estas excusas son la débil argamasa en la que se sostiene una relación furtiva, un amor sin fines de semana, una pasión aliterada por la imposibilidad, que se torna cada vez más frustrante y adictiva. En definitiva…una historia de amantes.

En la mayoría de los casos, nunca se produce la ansiada separación. Esta es una realidad que la persona soltera va intuyendo poco a poco y que acaba resultando tan contundente que arrolla incluso los autoengaños más elaborados. Que no son pocos en estos casos.

Porque pasan los meses y los años y nada cambia. 

La persona soltera se defiende como puede de esa realidad. Piensa que el otro necesita más tiempo, le disculpa, le justifica y le perdona, se autoconvence de que hay que vivir el presente y de que la felicidad son momentos y a veces, echa mano del último recurso, que es destapar el trampantojo amoroso para que la pareja  de su pareja (valga la redundancia) reaccione y de paso, deje vía libre. Acción que viene a ser algo así como escupir contra el viento: la pareja resiste y el vengador es quien queda compuesto, sin pareja y con el sambenito de destrozahogares a cuestas. 

En cuanto a la persona emparejada, puede sufrir escalofriantes dilemas morales, pero tarde o temprano, normaliza su doble vida y para sobrevivir emocionalmente a su propio fraude, se acaba dividiendo en dos compartimentos mentales diferentes. El compartimento etiquetado bajo el epígrafe: Vida Real. Y el compartimento etiquetado con el nombre de: La Otra Vida.

Creen los amantes tener una conexión especial, superior incluso a la de otras personas. Y sin embargo, están en dos mundos diferentes. La persona soltera cree que al estrechar lazos, su pareja acabará definiéndose y triunfará el verdadero amor. En pos de ello, redobla su pasión y gestos cariñosos, sacrifica prioridades, se adapta a las tortuosas disponibilidades del objeto amado.

Mientras tanto, la persona emparejada regresa a su casa y a la Vida Real, con el chute añadido de sentirse deseado, de vivir el enamoramiento (clandestino y aventurero, para más inri) y de escabullirse en aras de la pasión. Una hermosa droga que pone color en una vida grisácea transida de culpas, miedos, dependencias y responsabilidades.
Pero no te casas con tu droga. 
Porque el amante no es consciente, pero en realidad, no está empujando a la persona a la que ama a separarse: lo que hace es darle la gasolina suficiente para seguir tirando con la otra relación.

La tercera persona de esta ecuación, es realmente quien sale más perjudicado. Su papel es ingrato: se conforma con una ínfima parte de una pareja real y el desgaste de esperar, sacrificar, autoengañarse y sufrir ausencias, es duro para el alma y sobre todo, para la autoestima.  Ser el amante conlleva una punzante soledad afectiva. Conlleva, como me contaba una mujer, que se te muera un padre y no tener al lado a la persona que amas.

Conlleva anular citas porque tiene dos horas libres y si no vas, no podrás verle hasta la próxima semana. Conlleva llorar en silencio muchas veces. Conlleva reducir la vida a un puñado de ratos puntuales y que el resto pase como un mal sueño. 

Muchos otros y otras se comparan inútilmente con la parejas oficiales (¿Qué tiene él o ella que no tenga yo?), ignorando el hecho de que aunque su amante esté enamorado de ellos, que es posible, hace falta mucho más que un enamoramiento para que una persona desmonte toda una vida y se lance al vacío. Hace falta amor de verdad.

¿Por qué nos enganchamos en una historia de amantes? Puede haber un patrón afectivo que nos lleve a conectar con amores prohibidos y difíciles, pero no es tan común. Las historias que conocemos nos demuestran que frecuentemente quienes protagonizan estas relaciones son personas que nunca en su vida hubieran creído que se encontrarían en una situación de este tipo. Y como toda relación donde prima la idealización, el sufrimiento y la dependencia, lo que nos lleva hasta ahí es una carencia en nuestras vidas, una intolerancia a la cotidianidad y de paso, la adrenalina de encontrar un reto amoroso que nos haga sentir un poco más vivos. 

Y esto último es lo que realmente tienen en común estas parejas.

Decía Balzac que es más fácil quedar bien como amante que como marido; porque es más fácil ser oportuno e ingenioso de vez en cuando que todos los días. En sus palabras, se condensa el final de este artículo, que abre un pequeño interrogante: ¿Cuántas relaciones de amantes funcionarían en caso de normalizarse?