pareja adicta

Enfermedad destructora y corrosiva, que marca al enfermo y todo su entorno más cercano: ¿qué supone vivir (o sobrevivir) al lado de una persona alcohólica? ¿cómo ayudarnos y ayudarles? 

Mis sentimientos hacia mi marido, son ambivalentes. Por un lado, deseo ayudarle, luchar juntos, sacarle de esta mierda. Por otra parte, cuando le veo beber, siento tanta rabia y tanto odio que lo único que quiero decirle es que haga lo que le dé la gana, a ver si revienta

Convivir con un pareja alcohólica es como tener una relación con dos personas diferentes: o con una persona dividida en dos mitades opuestas. Por un lado, está la persona a la que se ama, la persona con la que estamos comprometidos emocionalmente, a quien no queremos abandonar; por otro lado, está un ente desconocido hacia el cual experimentamos un cóctel Molotov de ira, rabia, decepción o repugnancia. En esta contradicción se desenvuelve un vínculo bipolar marcado por los vaivenes alcohólicos y más tarde o más temprano, por el tortuoso proceso de adaptación que realiza la pareja no alcohólica para poder sobrevivir emocionalmente a la realidad distorsionada en la que está viviendo.

Cuando este proceso de adaptación tiene éxito, la pareja no alcohólica ha desarrollado una enfermedad denominada codependencia. Aprenderá a vivir en un nuevo estado natural: la vigilancia permanente. Se sentirá ansiosa, irascible, se centrará obsesivamente en su pareja alcohólica, descuidando su propia salud o sus prioridades y metas personales y apuntando mentalmente horarios, salidas, turnos, tiempos y actitudes sospechosas del otro, con la esperanza y el temor de sorprenderle, una vez más, en el enésimo renuncio.

Uno promete y no cumple: el otro espera que a fuerza de repetición, ocurra el milagro. Ambos se ven atrapados en un sempiterno círculo vicioso de reproches, dolor y decepciones. La cosa se complica si hay hijos de por medio. La problemática mayor se produce en caso de que el alcoholismo vaya acompañado de agresiones físicas y/o psicológicas. En otros casos, crecer en un hogar estructurado en torno a una enfermedad adictiva, condena a los niños a ser los personajes secundarios de su propia familia, en la que toda la atención (positiva o negativa) irá a parar al enfermo alcohólico. 

A pesar de ello, hay no pocas parejas de personas alcohólicas que creen sinceramente que la paternidad/maternidad les ayudará a motivarse para reconocer su problema y buscar ayuda. Pueden existir algunos casos milagrosos en los que el mero nacimiento de un retoño logre el prodigio, pero es una idea arriesgada porque implica el posible sufrimiento de más personas. Mejor plantearse que mientras la pareja siga bebiendo, es recomendable aplazar los planes reproductivos.

La pareja de la persona alcohólica tiene que ser consciente en primer lugar de que sólo quien causa la enfermedad, está capacitado para curarla. Es decir, la decisión de dejar el alcohol y sanarse es exclusivamente de quien bebe. Por más que se le suplique, amenace, intente convencer, grite, llore, seduzca…si el bebedor no está dispuesto a dejar el alcohol, no lo hará. Sólo depende de él. 

Somos libres, en cambio, de escoger no ser codependientes. Si abandonar la relación de momento no es una opción, es en cambio imprescindible para recobrar parte de nuestro equilibrio el volver a centrarnos en nosotros mismos. Comprender que la persona que tenemos al lado está dominada padece una enfermedad y no bebe para dañarnos o traicionarnos, a la par que nosotros no somos responsables de su curación. El punto medio ideal es poder apoyar a la pareja, sin estar controlando cada paso que da. Para ello, es preciso recuperar todo aquello que hemos dejado atrás por absorbernos en la enfermedad de la otra persona. El alcoholismo sigue siendo un estigma social en muchos ámbitos, lo que puede llevar a la pareja del alcohólico a aislarse en una situación en la que precisamente es lo peor que puede hacerse. Buscar grupos de apoyo, como los de Al-Anon (Alcohólicos Anónimos), retomar actividades abandonadas, volver a quedar con familia y amistades, son acciones que ayudan positivamente y nos fuerzan a salir del circuito cerrado en el que se han convertido nuestros pensamientos.

Recordemos: la otra persona no es nuestro enemigo. No ganamos ninguna batalla pillándole in fraganti, no somos sus papás o sus mamás, el otro no está conspirando las 24 horas para amargarnos la existencia. La pareja adicta vive en el mundo del deseo, la ansiedad, el vacío y la necesidad extrema, un mundo cuyos parámetros son totalmente distintos a los de una persona no adicta. Si alguien sano se preocupa por cuidar de los suyos, intentar realizar bien sus tareas, cultivar unos valores o mejorar su calidad de vida, los pensamientos de un alcohólico, en su mayor parte, se resumen en cómo, cuándo y dónde se obtendrá la siguiente dosis. Y lo demás, cuando aparece todo esto, deja de ser importante, incluido tú. 

¿Cómo podemos ayudar a un compañero alcohólico?

Nuestro sufrimiento, padecimiento o sacrificios innumerables, aunque nos parezca lo contrario, no son una inversión cuyos frutos recogeremos el día en que, gracias a ellos, nuestra pareja se cure. De hecho, desarrollamos la codependencia como una conducta complementaria de la enfermedad de la otra persona, por lo que nuestro comportamiento paranoico y obsesivo no sirve para nada más que para reforzar la conducta del otro.

La persona que padece de alcoholismo, suele necesitar tocar fondo para hacerse cargo de la dura lucha que supone dejar atrás una adicción que de alguna manera oculta un fuerte vacío existencial que acarrea en su vida y que le resulta casi insoportable. Con todas las consecuencias nefastas  de esta enfermedad, lo cierto es que el alcohol satisface unas  necesidades íntimas y poderosas a un nivel que pocas otras cosas pueden hacer, incluida la pareja o la familia. Esa persona no sólo ha de renunciar a esta satisfacción profunda, sino aprender a sanar su carencia o su vacío, en un largo trabajo del día a día, en lugar de recurrir a la fácil anestesia de la adicción.

El alcohólico puede perder muchas cosas en este camino: trabajo, casa, relaciones, salud. Pero estas pérdidas son su oportunidad para tocar fondo. Por esta razón, debemos tener en cuenta de que nuestro apoyo quizás puede ser contraproducente, pues le mantiene en ese punto intermedio entre nosotros y el abismo donde acaba desarrollando una cierta zona de confort de la que apenas quiere moverse.

¿Puede amar una persona alcohólica?

Os dejo con las palabras de un amigo, catalán, cinéfilo, lector y maravilloso fotógrafo.

Y orgullosísimo ex-bebedor.

Los adictos tienen las emociones secuestradas. No pueden amar. Un alcohólico sólo puede sufrir, engañar, dramatizar, disimular, hacerse buenos propósitos y fracasar de nuevo. Un alcohólico te promete el oro y el moro, pone toda la carne en el asador un día, dos, tres, un mes… y luego viene el cataclismo.  Es algo así como pedir enfáticamente todos los platos de la carta y después no probar bocado, como matricularse de 15 asignaturas y luego no presentarse a ninguna. Como prometer amor… y no darlo

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