cotidiano

No todos los días suceden cosas extraordinarias. ¿O sí?

Una tarde de este verano, mi pareja y yo íbamos caminando por una calle cercana a nuestro domicilio, cuando nos topamos con un suceso inesperado. Un pájaro diminuto correteaba, absolutamente aterrorizado, entre los coches aparcados en la acera. Al acercarnos y observar, comprobamos que se trataba de una cría de gorrión, tan pequeño que aún ostentaba el fino plumón de los volantones y por supuesto, no era capaz de volar y por tanto, de regresar al nido del que debía haberse caído al probar sus primeros intentos de independencia.

La calle estaba al lado de una carretera muy transitada. El polluelo, en su afán por huir del caos de calor, ruido y gente que concurría en la acera, se lanzó a la carretera justo en el momento en el que pasaba un autobús. En plan kamikaze, me lancé a intentar cogerlo. Mi pareja se lanzó a intentar cogerme a mí. El autobús avanzó y el pajarito desapareció bajo sus fauces neumáticas. Me quedé mirando, impotente, dándolo ya por muerto.

Pero entonces, ocurrió un milagro. El autobús se detuvo.

No había ninguna parada, ni otros vehículos que impidieran su paso.

El gorrioncillo salió corriendo y volvió a la acera, cerca de nosotros. Con un susto de muerte, claro.

Entonces es cuando nos dimos cuenta de que en el mismo punto donde el autobús se había parado, había una señal de STOP pintada en el suelo. Esa señal había salvado la vida del pollito, que se había quedado paralizado entre las dos ruedas delanteras del monstruo mecánico.

Recogí al pequeño en mis manos, sabiendo que en aquella calle llena de gente, coches y sin árboles, tenía muy pocas posibilidades de sobrevivir. Pasó la noche en casa y a la mañana siguiente, lo llevamos a GREFA para que le reincorporasen a la vida salvaje cuando fuera un poquito más mayor. Manolín (que así lo llamamos) marcó el inicio del verano con su breve pero carismático paso por nuestras vidas. 

No fue la única cosa extraordinaria que he visto este verano. No, no voy a hablaros de viajes exóticos, playas caribeñas o fiestas ibicencas, que por otro lado, también están muy bien. Por razones médicas, he tenido que estar más sedentaria de lo que me gustaría, lo que me enfrenta al viejo y persistente reto de encontrar estímulo en la propia vida cotidiana y en concreto, en la vida cotidiana veraniega, que suele ser particularmente monótona.

Me ha gustado mucho una nueva serie llamada Stranger Things. Si os gusta el misterio, la estética ochentera y las aventuras de chavales valientes y monstruos lovecraftianos, no deberíais dejarla pasar. Es entretenida, ligerita, tiene encanto a borbotones y parece diseñada para las vacaciones de verano. Lo más bonito de esta serie es que precisamente, habla de lo extraordinario en lo cotidiano y consigue la magia de ese contraste a través de unos personajes perpetuamente asombrados. No es casualidad que haya escogido justamente una historia así en el año en que justamente mi lección de vida reside en redescubrir el asombro en el panorama más ordinario.

Es fácil expander tus límites viajando (y maravilloso, por cierto). Pero ¿qué sucede cuando no te mueves de tu ciudad o de tu casa? ¿Cómo sacas a tu cabeza del círculo cuadriculado de los pensamientos cotidianos?

Este verano, hemos visto cosas extraordinarias. Hemos visto que un STOP a veces puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte de una criatura tan pequeñita como emocionante. Hemos visto a un señor comprando en un supermercado con un periquito en el hombro. He visto a una de mis propias mascotas, abandonar su trajín habitual para quedarse a cuidar a su pareja enferma, no separándose de su lado hasta que ha sanado. He visto dos cerditos enanos paseando por la calle. He visto montones de parejas enamoradas. He visto dos grandes ríos, el mar y un monasterio construido en una roca.

Y lo más alucinante de todo: también he visto a mi futuro hijo, haciendo su primer facepalm en su segunda ecografía.

Todos esos momentos no se perderán como lágrimas en la lluvia, porque para eso los escribo aquí. Al final, este verano larguísimo, ha sido un compendio de stranger things que no han sido ni monstruos, ni grandes aventuras, sólo un pasito más -poco a poco – en este largo aprendizaje de tomarse la vida tal y como viene. No sufrir por lo que no se tiene. Explorar las raíces del aburrimiento, del vacío y del malestar y extraer las herramientas más insospechadas.

Seguir practicando en esto de estar en paz y ser feliz.

¡Qué disfrutéis del final del verano!