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La portada de aquellos libros era tan espantosa, que daba la vuelta al espanto mismo y se convertía en pura genialidad. 

No recuerdo exactamente los títulos. Probablemente eran algo así como La sonrisa del vikingo o La pasión del highlander o cualquier otro enunciado random que sugiriese, en iguales proporciones, romance, sexo y músculos. Pero sí me acuerdo de las portadas. En ellas, siempre aparecía alguna clase de fornido guerrero medieval de pecho depilado que portaba una fálica espada – o en su defecto, un fálico mandoble o una fálica estrella del alba – mientras contemplaba, con cierta condescendencia la verdad, a una exuberante damisela de larga melena que se agarra a sus rodillas con cara de faltarle algo de riego sanguíneo.

Tras este primer plano tan espectacular, se intuía un fondo de verdes montañas, o castillos medievales, o caballos rampantes, o paisajes interestelares, según estuviera ambientado el percal, que básicamente siempre trataba de lo mismo. Una inocente virgen caía en las garras de algún guerrero que se comportaba con ella prácticamente como un psicópata, pero al que siempre le acababa perdonando porque estaba muy bueno. Él siempre tenía algún trauma de la infancia para justificar lo de ser así de desabrido y le hace mil feos a la chica, pero al final todo se arregla porque suelta un discurso precioso, le pide casarse y echan un polvazo.

Estas lecturas formaron una parte importante de mi educación sentimental en la adolescencia. Imagínense el resultado.

Zapeando el otro día por la televisión, experimenté una sensación de déjà-vu al encontrarme con el anuncio del perfume Bad, perteneciente a la marca Diesel. Los anuncios de perfume en general, suelen pertenecer a tres categorías marcadas: el existencialismo con voz el off, el romanticismo vaporoso y la cosa surrealista llena de colorines que nadie entiende demasiado. Diesel ha optado por una mezcla entre las dos primeras tendencias para vender este nuevo producto. Pero la chicha no está en el estilo, sino en el contenido.

En el anuncio de Bad, aparece en primer lugar una pareja de guapos veinteañeros. Ella es rubia, de aspecto angelical y tiene una expresión de faltarle el riego sanguíneo similar a la damisela virginal de nuestro musculado vikingo.

Él también es rubio, aunque no tiene tanto aspecto angelical y muestra una expresión un tanto compungida y enfadada, como si le hubieran tirado la moto o su madre le hubiera castigado sin natillas de postre.  A lo largo del anuncio, a modo de carta de presentación, nuestro chico le va contando a la rubia lo que le espera si se lía con él, que viene a ser lo siguiente:

Unas veces…me amarás

Otras…me odiarás,

Nunca sabrás dónde estoy, ni dónde vivo

No seré un ángel.

Ahora lo sabes

La chica pone más cara de faltarle riego sanguíneo y, obnubilada por el absurdo discurso, cae rendida en los brazos de Bad, que en realidad lo que le está diciendo es que se vaya preparando, que va a estrenar su primera relación tóxica y que se ponga el sol por Antequera. El anuncio lo podéis disfrutar aquí:

Bad viene a engrosar la larga lista del modelo romántico por antonomasia: el chico malo (pero atractivo…siempre atractivo) con el que sabemos que la cosa no acabará ni medio bien. Esa persona que te avisa por activa y por pasiva, con todo tipo de señales, que te va a dar mala vida, mientras las hormonas y la necesidad afectiva van por su lado y como los tres monos sabios, ni ven, ni oyen, ni hablan, limitándose a ignorar aquello que no esté relacionado con la satisfacción inmediata de sus deseos más apremiantes, en concreto, sexo, emoción y placer.

Bad y sus hermanos están presentes en los anuncios, en las novelas, en las películas y en general, en el mundo de la fantasía. Porque Bad no es una persona real: es un arquetipo. Es la imagen, el ideal que creamos cuando nos vemos enganchados a una relación que no nos llena con alguien que en el fondo, no nos resulta adecuado. Bad es el chasis bonito que colocamos sobre una realidad que no es demasiado bonita.

Bad no sólo es un hombre. Acordémonos de las chicas guapas, inestables, manipuladoras y/o traumadas del cine y la literatura. La Summer de 500 días juntos, la María Iribarne de El túnel, la Audrey Hepburn de Desayuno con diamantes son sólo unos pocos ejemplos de estas ensoñaciones románticas aptas para la versión masculina de aquellas que necesitan creer en un Bad.

Los arquetipos románticos como Bad y Summer, que derrochan atractivo y conflicto a partes iguales, son sólo la encarnación de un viejo deseo. Encontrar algo o alguien que nos saque del estado de apatía, que nos sacuda, cuya intensidad permita disfrazar nuestras carencias o falta de motivaciones vitales. Alguien que nos haga convertirnos en héroes, salvadores, enfermeros, terapeutas y cuya vorágine interna pueda convertirse en nuestra razón de ser, para que de este modo, no tengamos que ocuparnos de nosotros mismos. Alguien que por supuesto sea colorido y problemático, para mantenernos bien entretenidos.

We can be heroes…

La fascinación por estos roles románticos encuentra su cumbre en esta época que nos ha tocado vivir: una era de cambio y crisis donde no nos ubicamos en pasado, ni en presente, donde no queremos soltar opciones, donde queremos que todo sea fácil, espectacular, extraordinario y que no acabe nunca, donde no sabemos frustrarnos. Una era para el florecer de Bads, Amélies y otros arquetipos románticos, a cuyo encuentro acudimos con el alma desencajada, intentando autoconvencernos de que son la encarnación de nuestros sueños y no la futura relación tóxica de nuestros insomnios.

Me lo paso muy bien al buscar aquellas horteras portadas de las novelas románticas con el fin de ilustrar este artículo. Constato que conozco a la mayoría de las autoras y he leído una cantidad considerable de sus obras. Con 15 años, tenía mucho tiempo libre, soñaba con el amor y encontraba en aquellas ficciones una vía de escape para unos anhelos indefinidos que no era capaz de expresar o entender. Las historias de amor de aquel género eran, en realidad, perfectas en su concepto: había drama, pasión y lucha de poder y terminaban justo en la parte en la que los protagonistas se reconocían su mutuo amor, se arreglaban de sus problemas y la cosa empezaba a ser totalmente aburrida.

La vida no es una novela, ni termina antes de llegar a la fase de la rutina; tampoco existen los guerreros medievales perfectamente depilados, ni las relaciones eternamente conflictivas suelen transformarse mágicamente en remansos de amor perfecto. Bad parece bastante tonto si no eres una niña de 15 años y a veces comprobamos que no es lo mismo la pareja ideal, que la pareja idealizada. Pero sobre todo, nos toca aprender que para amar y ser amados, no hace falta ser personajes, ni jugar al tipo duro, ni a la damisela ingenua, al chico de gran corazón o a la vampiresa con traumas, ni al principito herido, ni a la heroína salvadora. Cuantas mas máscaras necesitemos ponernos para hallar el amor, más lejos estaremos de él.

La felicidad no consiste en realizar nuestros ideales, sino en idealizar lo que realizamos Alfred Tennyson