Necesita controlar su entorno, es especialista en ver la paja en el ojo ajeno (e ignorar la viga en el propio) y suele señalar constantemente cómo deben hacerse las cosas. ¿Cómo convivir con un perfeccionista sin anularse en el intento? 

Nicolás tiene 40 años. Está casado, tiene un hijo y ocupa un puesto de cierta categoría en una conocida empresa. Nicolás tiene un gran problema: no soporta la manera que tienen los demás de hacer las cosas. Nunca las hacen tan bien, ni tan rápido como deberían. Y por eso, Nicolás hace lo suyo y también lo de los demás. En el trabajo, acaba tomando tareas que no le corresponden; en casa, toda la familia ha de adaptarse a sus reglas, preferencias y directrices bajo riesgo de generar conflictos y malas caras. Sólo hay una manera correcta de hacer las cosas y Nicolás parece ser el único que la conoce.

Por desgracia, nadie parece entenderle. Sus compañeros de trabajo le temen, su pareja y su hijo sienten que hagan lo que hagan, siempre habrá algún fallo insoportable para él. Nunca se sabe lo que va a molestar a Nicolás esta vez; si comer arroz en lugar de pescado para la cena (los hidratos por la noche engordan, cariño), si comprarle al niño los pañales marca Julipín en lugar de Chiquilón (los Chiquilón tiene doble filtro absorbente con pelo de unicornio, cariño) si hacer un acta de reunión en Arial en lugar de Times New Roman (el Arial es una paletada, macho).

Nicolás agota y anula a su entorno. Pero no es consciente de ello. Siente que tiene grandes responsabilidades, se sobrecarga y no acepta alternativas que le permitan relajarse. Se siente incómodo pensando que pueda haber otras maneras, otras reglas igualmente aceptables o incluso más interesantes que las que él necesita aplicar.

Para entender a nuestro protagonista de hoy, debemos acudir a la época donde empiezan a formarse las bases de la personalidad: su infancia.

Nicolás se convirtió en el hombre de la casa, cuando sólo tenía 9 años. Su padre acababa de fallecer en un accidente ferroviario y sin ayudas familiares, su madre tuvo que ponerse a trabajar para sostenerle a él y a sus dos hermanos pequeños. Mientras ella estaba fuera, Nicolás se encargaba de organizar todo para que comiesen, acudiesen a la escuela, hiciesen los deberes al llegar a casa y se entretuviesen hasta que llegase la madre a cocinar la cena. Si tú no estuvieras, no sé qué sería de mi, decía ella. Nicolás estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario, para que su madre estuviese bien: le aterraba verla triste, hundida e indefensa, sentía que se alejaba de ellos, que perdía su amor. Que todo lo que él hacía, no era suficiente. 

El caso de Nicolás es ilustrativo. La pareja perfeccionista de entrada, parece tener grandes ventajas. Son, en apariencia, muy competentes, se constituyen como ayudadores expertos y suelen dar un sinnúmero de consejos sin que nadie se los pida. Lo que en un principio, puede verse como una cualidad útil (¿qué más cómodo que una persona que quiere organizarlo todo), se acaba tornando en una especie de trampa.

Son auténticos «cuñaos»… de todo saben, todo lo han hecho, lo han vivido, lo han sufrido o se lo inventan. Lo suyo es lo mejor y el centro del universo.  El modus operandi del perfeccionista consiste en no permitir que nadie haga nada que él pueda hacer mejor (que por supuesto, suele ser todo, porque los demás son unos manazas o unos incompetentes). Acto seguido, al acometer tantas tareas tanto si le corresponden, como si no, se sobrecarga de estrés, agobio, ansiedad y mala baba porque tiene demasiadas cosas que hacer, entonces se cabrea o somatiza.

Mientras tanto, la pareja del perfeccionista camina la fina línea entre la pereza y la anulación. Resulta tan fácil dejase llevar por una persona que lo hace todo, que acaba entrando en un limbo en el que le cuesta pensar por sí mismo/a (¿para qué, si el otro ya piensa por los dos?). En consecuencia, su autoestima se reduce al mismo tiempo que sus capacidades individuales: su forma de hacer las cosas es señalada como lenta, defectuosa o inadecuada. En caso de rebelarse para intentar defender sus criterios, se encontrará ante una enconada defensa narcisista. El perfeccionista teme secretamente que se derrumbe su particular sistema, en el que asienta su seguridad vital y cualquier cuestionamiento de sus rígidos parámetros, se vive como un ataque frontal contra su ego. Recordemos: sólo existe una manera correcta de hacer las cosas y sólo una persona en el mundo es capaz de llevarla a cabo con total perfección.

El perfeccionismo, como toda neurosis, oculta inseguridades, un bajo concepto de uno mismo y la necesidad de confirmar de forma casi compulsiva, que son dignos de ser aceptados y amados, no tanto por cómo son, sino por cómo se les necesita. El mayor miedo de nuestro amigo Nicolás era el del abandono, el de la ausencia afectiva. Internamente, sentía que si se relajaba, si dejaba que los demás fueran autónomos, él desaparecería, su existencia perdería el sentido.

Era un temor irracional, pero profundamente radicado en la trastienda de su inconsciente.

Estos miedos, siempre relativos a una historia personal muy arraigada, son tan paralizantes como el miedo del celoso a ser engañado o el miedo del tímido a ser expuesto en público. El perfeccionista, en su cara más positiva, puede ser un gran organizador, es ordenado, entregado, constante, trabajador, muy fiable y generoso. Pero en lo negativo, es una personalidad que puede llegar a ser muy rígida y prejuiciosa, poco  flexible y carente de naturalidad e imaginación. Es amante de las rutinas, en las cuales experimenta sensación de seguridad y a menudo puede desarrollar un trastorno de tipo obsesivo – compulsivo.

Su autoestima depende en gran medida de lo necesitado e imprescindible que se sienta. Si sus seres queridos se muestran independientes o no siguen sus particulares criterios, le entra el vértigo, experimenta incomodidad, ansiedad y miedo, aunque suele identificar estas sensaciones como la señal de que su pareja, hijos o amigos están obrando de forma errónea y es su deber acudir a corregirles.

Para ello utiliza frecuentemente la crítica indirecta: por ejemplo, si su pareja quiere salir de fiesta, le podría decir algo así como: la gente que sale de fiesta con sus amigos, es gente golfa o inmadura. Suelen temer a lo desconocido, la zona de confort es su hábitat natural y los grandes cambios pueden generar en ellos crisis de magnitudes astronómicas.  No les gustan demasiado las sorpresas, los juegos, la informalidad, las extravagancias y si experimentan alguna inclinación hacia ellas, las reprimen enérgicamente, a través de un severo juez interno que les recuerda que no pueden bajar la guardia o podrían perderse.

Por supuesto, el perfeccionista deposita su amor propio en el perfecto funcionamiento de su mundo, tanto interna como externamente. Las apariencias son extremadamente importantes para este tipo de personalidad y puede invertir una gran cantidad de esfuerzo y energía en intentar convencer a los demás que todo está bien, en especial, cuando no lo está.

Todo el mundo debería tener la libertad de sentirse prescindible en algún momento: necesitar ser necesitado constantemente, acaba siendo una fuente de estrés y ansiedad que obliga a estar en guardia a cada segundo, buscando de forma casi obsesiva cualquier síntoma de que algo está fuera de su sitio para ir corriendo a enderezarlo. Curiosamente, las personas perfeccionistas no suelen ser conscientes de lado oscuro de su personalidad. Al contrario, persisten en la idea de que el problema siempre está en alguna carencia o deficiencia de los demás y no consideran que su afán de tenerlo todo bajo control pueda llegar a ser un defecto. El perfeccionista es un narcisista de baja intensidad.

Sólo cuando algo escapa a su cuidadosa planificación, cuando aterriza en un cambio importante o se tambalea su mundo, el perfeccionista se ve enfrentando a sus miedos más profundos, se tambalea y se encuentra con esa parte oculta de sí mismo que grita secretamente: ¡no eres tan importante!.

La persona que suele encontrarse emparejada con el perfeccionista, suele ser alguien que muestra un estilo de vida desorganizado, descontrolado, disperso e inconstante. Una persona con similares carencias infantiles que su pareja, pero que ha construido, en su defensa, unas murallas para encerrarse en el paraíso perdido de un infancia real o deseada. Entre ellos, se establece una conexión rápida y un acuerdo idóneo: tú me organizas la vida, yo no asumo responsabilidades. Ambos permanecen estancados en los roles de la niñez. Cada cierto tiempo, el perfeccionista explotará de puro desgaste o agotamiento o la pareja tratará de huir de su control.

El perfeccionista está demasiado obsesionado en ocuparse de todo y sin embargo, le cuesta mucho nutrirse de nada. La desconexión es especialmente beneficiosa para las personas que mantienen este patrón de conducta. Como les cuesta tanto perder el control, tienden a estar hiperconectados. En la pareja, buscar momentos y situaciones que les ayuden a salir de sus márgenes. Por ejemplo, intercambiarse los roles; que un día a la semana, el perfeccionista se tome unas vacaciones deje el mando a su pareja, comprometiéndose a no criticar todo cuanto se desvíe de sus reglas particulares. También le puede beneficiar aprender a cambiar pequeñas rutinas y a exponerse moderadamente a los cambios.

El perfeccionista debe aceptar que no trabaja mejor el que tarda más menos tiempo o el que revisa más veces su trabajo, sino el que entrega un óptimo resultado. Si tu pareja es en exceso perfeccionista, no tengas miedo de rebelarte, reclamar tu espacio, tu derecho a decidir y defender lo que considere justo y adecuado. No te dejes intimidar por las crítics o por los prejucios de otro. Que una persona hable como si estuviera en posesión de la verdad, no implica que lo esté. Acepta que está con una persona falible, que también puede hundirse, que a veces necesitará liberarse de tanta perfección.

¿Eres tú la pareja perfeccionista?

No hay palabra que te irrite más que ésta: relájate.

Te irrita porque en el fondo, sabes que relajarte supone bajar las defensas y porque relajarte atenta contra tus miedos más profundos.

El dicho: camarón que se duerme, se lo lleva la corriente, se inventó para ti.

Pero…relájate.

No eres imprescindible. Respira. El mundo gira sin ti. Tus seres queridos se levantarán, comerán y hasta respirarán sin tu ayuda. ¿Y sabes qué es lo más maravilloso de todo? Que te quieren igualmente. Que incluso aunque no les organices la vida, eres único y especial para ellos. Respira. Relájate. Recuerda que el cielo y el infierno están llenos de personas imprescindibles.

El hombre nace suave y débil; 
al morir, está duro y rígido. 
Todas las cosas, incluso los árboles y las hierbas, 
son blandas y flexibles cuando están vivas, 
y secas y quebradizas cuando están muertas. 

Así pues, la rigidez es compañera de la muerte; 
la flexibilidad es compañera de la vida. 

Un ejército que no cede 
será derrotado. 

Un árbol que no se curve 
se partirá con el viento. 

Lo duro y rígido se romperá; 
lo blando y flexible perdurará

(Lao Tsé)