¿Libertad o libertinaje? ¿Qué puedo y qué no puedo hacer en una relación? ¿De verdad tengo que renunciar a hacer lo que me apetece? ¿Hasta dónde llegan los límites? 

Quizás la cuestión más peliaguda acerca de la libertad es que la intensidad con la que anhelamos la propia, es directamente proporcional al miedo que le tenemos a la de los demás. No hay más que escuchar una conversación cotidiana para encontrarnos, a menudo, con comentarios críticos hacia otras personas que realizan actos poco convencionales, se salen de la norma de alguna manera o no entran en patrones establecidos. Cuanto más se desee secretamente la libertad de esas personas, tanto más acentuadas y viscerales son las críticas.

En el amor, la libertad se nos presenta como algo deseable. Si amas, déjalo libre ¿no?…Esto, como concepto, está muy bien. Ahora vamos a imaginarnos a dos personas, con sus respectivas mochilas, miedos, heridas, neuras y traumas diversos y apliquemos lo de la libertad. Puede que funcione, o puede que no. Normalmente no funciona. Los miedos tienden a instaurar dictaduras, no democracias. Entonces, se inician los problemas:

¿Por qué tengo que reprimirme en hablar a esta persona si quiero hacerlo?

¿Por qué no me puedo ir de viaje con mis amigas?

¿Por qué no puede quedar amigos del sexo contrario?

Si estás en pareja, no puedes actuar como si estuvieses soltero/a

Hay que respetar a la pareja…

Cuando estás en pareja, ya tu tiempo libre es para esa persona…

Si quieres estar con alguien, tienes que renunciar a x y a z…

Es esencial: el amor no debe contraernos, sino expandirnos. Me gusta decirlo porque (haced la prueba) el mero hecho de expresarlo, hace que experimentemos por un momento la sensación, el deseo de apertura. Pensar en que el amor nos abre hacia lo infinito, es como abrir un ventanal al cielo en una habitación cargada de humo. Sería maravilloso, y aterrador, ser totalmente libre y tener al lado a una persona totalmente libre…

…y muy complicado.

Ahora, me gustaría invitaros a realizar un ejercicio y a pediros que seas lo más sinceros con vosotros mismos que sea posible.

Se trata de responder a un sencilla pregunta:

¿Cuántas cosas que os apetecen habéis dejado de hacer por estar en pareja?

(Pensadlo un ratito antes de continuar, por favor)

Seguramente hayáis pensado en cosas distintas en función de lo que echéis más de menos o de las limitaciones que tengáis establecidas con vuestras parejas. Desde tener mucho sexo con otras personas, hasta viajar solos, vivir en otro lugar, cambiar de vida, lanzaros a vivir aventuras o salir de fiesta cuando nos diese la gana. Si no habéis pensando en nada, os doy la enhorabuena o mi más sentido pésame. O tienes una relación generosísima o tienes una pareja que pasa tres kilos de lo vuestro. 

¿No debería hacernos felices que la persona que amamos haga lo que le da la gana? Muchos defienden que sí. No obstante y salvo que hablemos de relaciones excepcionalmente desapegadas, la mayoría de las personas necesitan saber dónde se paran, dónde están los límites. Y en primer lugar, lo más importante es saber dónde están los propios límítes. No necesitamos personas que nos digan que no podemos alimentarnos todo el día a base de donuts, necesitamos autocontrol y convicción para no hacerlo. 

Por esta razón, no hay una serie de normas universales que todo el mundo debe cumplir para sostener una relación de pareja. Entonces ¿cómo nos apañamos para convivir con alguien, mantener nuestros principios y no acabar al estilo Puerto Hurraco? La respuesta es sencilla: funcionamos en base a acuerdos y pactos y por ello, cada pareja tiene su idiosincrasia particular. No obstante, cuando amamos desde nuestros viejos amigos el miedo, la carencia, la dependencia emocional, la necesidad de control…los acuerdos y los pactos no existen o no se cumplen.

Porque el miedo, recordemos, es una dictadura, no una democracia.

Si las relaciones se trazasen conforme a los ideales que tenemos en la cabeza, no cabe duda de que serían estupendas. Pero no es así. La pareja es algo real y tangible. No es una extensión de nuestros deseos. Por ello nos cuestiona, nos obliga a crecer, nos duele. La libertad es el derecho y el deber de hacer preguntas. De cuestionar quién soy, qué hago, cómo me siento, porqué estoy aquí, porqué estoy contigo. Conciliar amor y libertad en la vida cotidiana no es sencillo. Conciliarlos con otra persona o personas, menos aún. Muchas parejas dan por sentadas estas supuestas reglas universales que tienen que seguir y no negocian. No hacen preguntas. Y uno, o ambos, se autoencarcelan. Dejan de hacer cosas porque así lo dictan las normas.

Qué triste es ver a una persona hablar de su compañero/a como un perro guardián del que tiene que escapar para poder ser él mismo. 

Y a su vez, qué triste es ver a personas llenas de bellezas y potenciales, reducidos al territorio acotado de sus inseguridades.

Relaciones atrapadas en un eterno circuito de celos, chantajes emocionales, malas caras, indirectas maliciosas, dos días buenos y vuelta a empezar…

En definitiva: estar con una persona no implica renunciar a nuestra vida anterior. No es renunciar a amistades, aficiones o sueños. Tampoco es dejar de ser libre. A lo que debería comprometernos estar con alguien, es a negociar, siempre a negociar, porque los pactos se adquieren, evolucionan y se renuevan y las personas cambian. ¿Qué no es posible la negociación, que no estáis de acuerdo en lo esencial? Entonces habrá disensiones graves, habrá renuncias no deseadas. La relación se resquebrajará o será una cadena perpetua sólo ligeramente menos insoportable que la aterradora libertad. Y eso es todo, amigos.

Ser libre no es sólo deshacerse de las cadenas de uno, sino vivir de una forma que respete y mejore la libertad de los demás. Nelson Mandela.