bajaautoestima

Falta de límites, incapacidad de reaccionar ante el maltrato, baja autoestima…tras la frustración de encontrar amores sanos, muchas veces el peor enemigo está en nuestras propias creencias 

Una chica vino a mí para contarme su historia. Me dijo que tenía una pareja estupenda, pero que constantemente pensaba en que estaba con ella por lástima, que en realidad no la amaba, que era tan buena persona que no se atrevía a dejarla. Apliqué la intención paradójica y le dije: «Ok, lo aceptas. Tu novio no te quiere, está contigo por pena. ¿Qué vas a hacer al respecto?».

Enseguida reaccionó, buscando todos los motivos por los cuales estaba segura de ser bien amada por su compañero. Al cambiar el discurso, su manera de sentirse, también se veía influenciada: de repente, hablaba confortada, segura de sí. Era otra persona distinta de la que había empezado la sesión. En alguna parte de su fuero interno ella reconocía el amor del otro, que era notorio tanto en hechos como en palabras y lo más importante, SE LO CREÍA. 

El problema de esta persona no era la falta de amor de su pareja, sino su incapacidad para sentirse conectada con ese amor.

El discurso interior que aparece cuando no nos sentimos dignos de ser amados, refleja creencias profundamente arraigadas que en diccionario neurótico-festivo, podrían traducirse así:

Los demás son mejores que yo.

No soy lo suficiente.

Necesito hacer X cosas para que me quieran.

Necesito sacrificarme por los demás.

Necesito que mi pareja me recuerde constantemente que me ama.

Me siento inferior a otras personas. Especialmente a las ex parejas de mi pareja.

Necesito que me quieran, incluso las personas que no me gustan, ni me atraen.

A veces, hago cosas que no quiero hacer para evitar rechazos.

No soporto que mis parejas hagan cosas sin mí.

No puedo contarle a nadie mis problemas, ni pedir ayuda, no puedo disgustar o agobiar a los demás.

Necesito controlar a mi pareja y evitar que pueda fijarse en otras personas.

La lectura que subyace debajo de todas estas frases, es la misma: no merezco ser querido, aceptado, escuchado e incluso a veces siento que casi no tengo derecho a existir, salvo que me esmere lo suficiente para compensar mis carencias.

El origen de la percepción de no ser digno de amor, suele estar en la infancia y en la lectura que hacemos de los sucesos de nuestro entorno, acompañados de una deficiente educación emocional y de una cada vez más creciente indolencia mental y existencial. Uno va adquiriendo o creciendo entre estas percepciones y a veces, se acaba anquilosando tanto en ellas, que las convierte en creencias fósiles.

(Y todo el mundo sabe lo que dura un fósil)

Cuando actuamos en función de todas estas creencias, las vamos transmutando en comportamientos que a menudo resultan desgastantes y dolorosos. Comportamientos de control o de sumisión que nos obligan a invertir una ingente cantidad de energía en ser dignos del mundo, de la pareja, de los familiares y o de los amigos. Comportamientos que finalmente no dan el resultado deseado: pues en lugar de conducirnos a la seguridad y tranquilidad que buscamos a través de ellos, nos llenan de ira, rabia, ansiedad, tristeza o frustración. Es decir, nos devuelven al mismo sentimiento de vacío y abandono del que intentábamos huir. El problema es que mientras buscamos o deseamos sentirnos amados, tenemos cargado un completísimo sistema de filtros y alarmas que se pone a funcionar como un loco en cuanto detecta amenaza de intimidad emocional. Da igual que nos amen o no, nosotros muchas veces no sabremos discernirlo simplemente porque estamos programados para no merecérnoslo.

No soy lo suficiente >> Siento envidia hacia otros, me comparo, siempre salgo perdiendo.

Necesito hacer X cosas para que me quieran >> Las personas no siempre responden como yo espero a mis esfuerzos. Siento fracaso, soy una víctima.

Necesito sacrificarme por los demás >> Me olvido de mí, no me cuido. Mi salud emocional y física se resienten.

Necesito que mi pareja me recuerde constantemente que me ama >> Lo hace, pero no me lo creo. Siento que me lo dice por pena.

Me siento inferior a otras personas. Especialmente a las ex parejas de mi pareja >> Necesito ser el más atractivo/sociable/inteligente, etcétera. Me embarco en una competición contra todas las personas del mundo. Como no consigo la perfección, cada vez me frustro más.

Necesito que me quieran, incluso las personas que no me gustan, ni me atraen >> Hago cosas que no me gustan por personas que no me importan ni corresponden a mis acciones. Me siento utilizado/a.

A veces, hago cosas que no quiero hacer para evitar rechazos >> No puedo decir que no. Me lleno de tareas que no puedo hacer de forma eficiente. Finalmente se enfadan conmigo, o no hacen lo mismo por mí. Me siento agotado/a y fracasado/a.

No soporto que mis parejas hagan cosas sin mí >> Sin mi pareja me siento vacío/a. Necesito acceder todo el rato a su valoración y aprobación. Si siente valoración y aprobación por otras personas y/o actividades, lo percibo como una amenaza.

No puedo contarle a nadie mis problemas, ni pedir ayuda, no puedo disgustar o agobiar a los demás >> No merezco que nadie se tome la menor molestia por mí. Me siento solo/a y sin apoyo. No puedo pedir apoyo porque no lo merezco. Sufro porque tampoco me quiero lo suficiente como para ayudarme a mí mismo.

Necesito controlar a mi pareja y evitar que pueda fijarse en otras personas >> Necesito revisar su móvil, saber dónde está en todo momento o limitarle todo lo posible. Su libertad me atemoriza, mi libertad me atemoriza todavía más. 

El camino que hemos de seguir para invertir el proceso empieza por volver a las creencias iniciales y reinterpretarlas de manera aliviadora para nosotros. No es un camino único para todos. Si eres una persona que disfrutas dándolo todo por amor, entonces deberías seguir haciéndolo, pero de una manera en la que aprendas a desprenderte de lo que hagan los demás al respecto (el voluntariado es un buen maestro para ello).

Si eres una persona que necesita controlar, que teme la libertad de otros, necesitas descubrir tu propia libertad y experimentar el vértigo de soltar. Si no te atreves a hablar de tus problemas a otros por no molestarles, haz un blog y dale el coñazo al universo entero. 

Lo que no te va a ayudar en nada es encerrarte en tus pensamientos y rumiarlos indefinidamente hasta la saciedad. En casas cerradas no entra el aire, y en mentes cerradas, tampoco.

Aviso importante: no se experimenta amor mientras estamos en el plano de la necesidad de utilizar a los demás para satisfacer quién sabe qué heridas egoicas de otras relaciones, de otros rechazos, de la infancia o de Rita la cantaora. Uno puede llegar a interesantes cotas de feeling o cariño, pero impepinablemente se sentirá vacío de nuevo tarde o temprano.

Esto no significa que no vayamos a ser amados por otros. Es perfectamente posible tener un amor propio lleno de carencias y ser una persona muy querida, incluso llamativa y popular (de hecho, ocurre a menudo). Puede que no queriéndote a ti mismo, encuentres el amor muchas veces, pero el problema es que no sabrás reconocerlo o disfrutarlo como lo harías si creyeses merecerlo.

O puedes toparte una y otra vez con la evidencia del desamor, en la figura de personas que te remiten a la dolorosa consciencia de tu abandono interior.

Y aquí llega el llanto, el rechinar de dientes y nuestras famosas relaciones tóxicas.

Que a veces son tóxicas porque no nos quieren o a veces son tóxicas porque no nos queremos. O ambas cosas.

Porque en realidad, ser amado es maravilloso, pero de poco sirve si uno no puede sentirse amado.

Ni amar.

Si quieres ser amadoama (Séneca)