6d252de2-6774-4527-83a9-af05c64995e4_0

Cuando enamorarse es sencillo y amarse es complicado.

Cuando yo era más jovencita y me estrenaba en mis primeros asuntos amorosos, daba un valor desmedido al hecho de compartir gustos literarios, cantantes favoritos, películas adoradas en la infancia y todo este tipo de chorradas encantadoras que te hacen soñar con almas gemelas que se encuentran a través de los océanos de tiempo, como diría el Drácula de Coppola. Además mis gustos eran un poco particulares, con lo cual la coincidencia se pintaba aún más milagrosa, si cabe.

No se me ocurría considerar que fuera importante compartir valores, ideales, actitudes ante la vida, proyectos de ninguna clase. Con 18 años una se enfoca en el presente y del futuro interesaba sobre todo saber cuándo había que conseguir entradas para el Primavera Sound, cuándo se estrenaba la próxima película de Tim Burton o jugar la siguiente partida de Rolemaster con tus amigos. No es que sólo mirara los gustos (no era tan superficial, hombre), también eran esenciales las mariposas en el estómago, cuanto más puestas hasta arriba de dopamina, mejor que mejor.

El tiempo me ha demostrado una realidad. Compartir gustos concretos no tiene demasiada importancia. Y la naturaleza no es nada sabia. A veces se te vuelven locas las hormonas por personas con las que no pegarías ni con Loctite, al igual que otras con las que pareces separado/a al nacer, no te despiertan el más mínimo aleteo lepidóptero.

¿Qué determina si una pareja no es compatible?

Terreno gris por excelencia, el de la compatibilidad. Hay incompatibilidades muy claras (yo muero por tener hijos, tú te mueres sólo de pensarlo/tú quieres una vida tranquila cerca de tu familia y amigos/yo quiero viajar por el mundo y echarme a la aventura, yo soy polígamo y tú eres monógamo, etcétera) y otras más difusas, negociables y mejorables.

Una de las incompatibilidades más habituales es cuando una persona de la pareja es sociable, activa y entusiasta y la otra es más bien solitaria, sedentaria e introvertida. Nada hay de erróneo en ninguna de las dos personalidades. Posiblemente lo que atrajo a la persona sociable fue precisamente la tranquilidad y seguridad que le daba el sedentario y lo que atrajo al introvertido, fue la chispa y la simpatía del activo y entusiasta. En muchas ocasiones lo que nos engancha del otro es lo que creemos que nos hace falta y que no podríamos conseguir por nosotros mismos.

La evolución de una pareja de este tipo es problemática si al cabo del tiempo, alguna de las dos personas deja de respetar o admirar la manera de ser del otro y trata de cambiarlo. Esto pasa casi siempre. La novedad de estar con alguien distinto finalmente acaba desapareciendo. Nos encontramos ante una persona que no tiene nada en común con nosotros. Podemos hacer una vida aparte, pero entonces, viene la frustración de sentir qué para qué estamos en pareja, si no compartimos casi nada.

Otra incompatibilidad frecuente, es la emocional. Una de las dos personas es muy fría, no se abre, no se comunica y la otra persona es expansiva, pasional, dialogante. Están moviéndose en lenguajes emocionales tan dispares, que el punto común es casi imposible. Se trata de otro tipo de pareja construida a partir de cierta carencia.

La persona fría encuentra en la persona cálida un remanso de cariño que por su propia forma de ser, no es capaz de encontrar en su entorno, ya que no conecta con sus amigos o familiares. La persona cálida encuentra a una criatura perdida a la que arropar y consolar como le gustaría que hicieran con ella. Este tipo de pareja como el rhythm and blues: pura fusión.

Pasan los primeros tiempos de su relación embriagados por creer que han encontrado la pieza que faltaba en su puzzle emocional. Pero su evolución también es complicada. El que lleva el rhythm se acaba encontrando cada vez más de cabeza contra un muro y el del blues se resiste a fusionarse, con lo que el primero se siente abandonado y el segundo vuelve al aislamiento que creía haber evitado con la relación amorosa. 

En las parejas incompatibles, los polos opuestos, llega un momento en que ambos vuelven a su forma de ser originaria. Con los años, las personas no nos volvemos más adaptables. Al contrario, recuperamos nuestras yoidades en todo nuestro esplendor.

Nos apegamos a nuestras manías y nuestras rutinas. Nos volvemos más individualistas, pensamos que para el tiempo que nos queda por vivir, ya no vamos a renunciar a disfrutar de ciertas cosas. El viaje que empezamos desde nuestra infancia y que se alarga durante la vida adulta, a menudo regresa a la infancia en la vejez. Recuperamos hábitos infantiles, llenamos de nostalgia los vacíos de nuestra memoria. Muchos de vosotros, los que tendréis más o menos mi edad, lo estaréis viendo en vuestros propios padres.

Imaginad lo que significa todo esto en parejas que de base nunca se han acabado de entender en lo emocional, en lo vital, en lo sexual, o en cualquier otro ámbito importante.

Cada persona debe ser quien determine si realmente hay o no incompatibilidad en su relación y si las diferencias que ahora le chirrían, puede soportarlas a futuro cuando sean más acentuadas o cuando el periodo de enamoramiento llegue a su fin. Ojalá tuviéramos el discernimiento y la capacidad de verlo claramente, pero no siempre es posible saberlo en un principio con tanta certeza. 

Muchas parejas, una vez pasadas las famosas mariposas, se han dado cuenta de que no funcionaban, pero entonces, por pura dependencia, miedo a romper, el deseo de cumplir un plan de vida a toda costa…se ha seguido adelante. Son las relaciones que luego nos sorprenden porque aparecen terceras personas (¡ pero si todo iba tan bien, sólo teníamos 30 crisis al año!) o que nos agotan en constantes e infructuosas discusiones (hasta que aparece la tercera persona o te entran ganas de meterte a monje).

Son las relaciones en los que uno se encuentra de pronto pensando en cómo es posible que su pareja haya cambiado tanto, sin darse cuenta que lo único que han cambiado son sus propias percepciones.

Una pareja incompatible tiene la oportunidad de reinventarse y aprender a aceptarse, aprender a quererse bajo otros parámetros…pero a veces, ese es un camino tan largo, complejo y desgastante que conviene ser consciente si uno tiene las fuerzas y las energías suficientes para emprender tal tarea y si la otra persona a su vez, está dispuesta a poner de su parte.

El factor más importante que debemos plantearnos es si el adaptarnos a la otra persona y viceversa conlleva un coste que podamos asumir. Si esto implicar renunciar a todo cuanto somos para adoptar una vida en contra de nuestra forma de ser, sentir y soñar, el precio será muy alto en salud emocional y psicológica. Amar a otro nunca debe implicar autodestruirse.

Si no hay manera de acercar posturas, una sana separación a tiempo es una victoria. No siendo una solución maravillosa y conllevando sus propias penas y dificultades, es tanto mejor que vivir y hacer vivir a la fuerza comulgando con ruedas de molino.

Hace tiempo que dejó de ser importante para mí compartir todas mis aficiones o gustos. No dejo de disfrutarlos porque mis parejas no los compartan. Pero sí me parece esencial , tener parecidas inquietudes por hacer y disfrutar, compartir la disposición a desfacer entuertos de la vida común y poder crear un mundo emocional común en el que los dos podamos entendernos sin desgañitarnos porque vengamos de planetas diametralmente distintos.

Y también compartir algunas chorradas encantadoras.

Y un poco de mariposas, también. 

Las relaciones basadas en la obligación, carecen de dignidad (Wayne Dyer)