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La idea de crear mi página nace, como no podría ser de otra manera, de una relación y de una ruptura. Una relación-desastre que puso en evidencia lo desnortada que me encontraba yo de unos años a esta parte. Ya sabéis: una historia de amor y desamor donde te encuentras actuando de una manera tan contraria a tu  ser y sentir que era como si un ser desconocido se apropiase de tus hilos y se dedicase a moverte sin ton ni son, en direcciones que ni siquiera comprendes.

 

Por supuesto, no hay ningún ente misterioso dirigiendo nuestros actos. El único ente misterioso somos nosotros, un nosotros que todavía no conocemos.

La experiencia me llevó a lo que muchos ya conocéis. A buscar la manera de entender todo cuanto me había sucedido: sustituí el hambre de amor, por el hambre de conocimiento. En saber, analizar, calibrar y entender buscaba evitar el dolor de un nuevo desamor. Esfuerzo absurdo. Estaba tan anestesiada, que ni siquiera podía amar y mucho menos, desamar.

Me había pasado media vida colgada de individuos distantes (o así los consideraba yo, ansiosa en mi desesperada necesidad de amor) y después de todo ello, descubrí el otro extremo: me había convertido en el individuo distante y como en un espejo, veía a mis parejas comportarse como mi yo del pasado. Antes, quería porque no me querían; ahora, quería porque me querían. Pero en las dos variantes había un punto en común: yo no me quería. 

Si mis primeras relaciones fueron formuladas desde la pasión, la emoción, la intensidad, el sentir en su máxima expresión, las siguientes fueron relaciones cerebrales. Relaciones en las que, ante mi tremenda desconexión con lo que sentía, tenía que inventar razones para seguir adelante. Es majo; es buena persona; me trata bien; me cuida; lo pasamos bien; es estable; es inteligente…

Todo para llegar a la misma conclusión.

Cuando tienes que autoconvencerte, es que no te convence.

Aceptar esta simple verdad, dio paz a mi constante lucha mental.

Las verdaderas razones por las que nos quedamos en relaciones con una energía tan baja, se resumen en que nuestra propia energía está hibernada desde vaya usted a saber qué dolor insuperable; y aún más allá de eso, la auténtica y única razón, es que ese mismo dolor nos llega a un lugar de vacío insoportable donde veníamos a encontrarnos a nosotros mismos y no hemos hallado nada.

Nada agradable, por lo menos.

Y entonces nos hemos replegado, escondidos en una relación donde volvemos a ser un feto en el útero materno, flotando en la oscuridad, en el vientre de algo o alguien que nos hace sentir seguros y protegidos mientras no podemos SER. Mientras no podemos…nacer.

Si estás en una relación de este tipo, no luches más. Acepta la naturaleza de la relación tal y como es. Acepta que no tienes que autoconvencerte: no amarás por mucho que pienses. No interrogues a la gente de tu entorno con la lista de virtudes y defectos de tu pareja para reafirmarte o condenarte: sólo serán ecos de lo que pasa en tu cabeza. Déjalo si tienes valor. Si no puedes, sigue trabajando en ti. Comprende que todo lo que escoges que ocurra, tiene que ver contigo, nada más que contigo.

Con estas relaciones, aprenderás mucho más sobre la soledad que en la soledad misma. 

Con respecto a la otra persona, intenta actuar con la mayor ética dentro de tus posibilidades actuales. No le explotes, sé generoso, no prometas nada que no puedas cumplir y haz por causar la menor cantidad de daño posible. Sé justo y respetuoso contigo mismo: aprende a decir que no, no des amor a la fuerza, desgastado y encabronado por estar donde en el fondo no sientes que es tu sitio.

Todas estas relaciones formuladas desde la carencia son relaciones que evidencian que no hemos logrado todavía conquistar el mundo adulto de los afectos. Seremos niños y tendremos relaciones infantiles: las mismas que ahora llamamos relaciones tóxicas.

(Y mientras las llamemos así, no entenderemos porqué las tenemos)

Al amor no se llega pensando. Se llega viviendo.

Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida (Oscar Wilde)