Querido diario:

Cuando era pequeña y nos preguntábamos ¿qué superpoder querrías tener?, yo lo tenía claro: el de parar el tiempo. 

Deseo concedido.

Se paró el tiempo.

Afuera, en el parque sin personas, ha aumentado considerablemente la población de pájaros.

Nunca existió un silencio como éste en la ciudad. A lo que más me va a costar acostumbrarme cuando regresemos a la normalidad, es al ruido. Yo no sé, sinceramente, cómo podemos soportar vivir con la algarabía que montamos y no volvernos locos. Aunque quizás ya estemos locos y esto es lo que haga posible vivir así.

Me fascina el silencio, que es no es el silencio pesado y asfixiante de la muerte, sino un silencio palpitante de vida, un océano invisible lleno de miradas expectantes tras las ventanas.

Es un bello daño colateral, el del silencio.

A los 7 días de empezar el confinamiento, me siento algo melancólica y bastante conectada con este silencio. Y bastante desconectada de todo lo demás.

Dicho esto, pasamos al repaso rápido de lo que sucede en nuestro Mercadona.

Hoy tenía que ir a comprar pañales para mi churumbel y he ido corriendo a medio arreglarme, embargada de la emoción. Me he llevado un poco de susto al verme pálida cual Nosferatu, pero por otro lado, con tanta vida monacal, se me está quedando un cutis de porcelana, así que, ni tan mal. Me armo con la mascarilla y los guantes que no sé cómo diablos hemos conseguido encontrar estos días, y me lanzo a la calle, así, a lo loco.

Entro en el super con el morbo de comprobar qué falta hoy, y cuál no ha sido mi sorpresa al descubrir que se me han llevado toda el agua micelar y otros cosméticos de primerísima necesidad.

Llevaos vuestro papel higiénico, malditos. Pero respetadme los potingues.

Os dejo sacar vuestras propias conclusiones acerca de esta nueva carencia supermercadil.

Total, que pillo los pañales (que también escasean, por cierto. Al parecer escasea todo lo relacionado con cagarse) y me vuelvo a la calle. En el ínterin, se para un coche de la Benemérita y se bajan cuatro guardias civiles muy serios y sin mascarilla para interrogarme sobre lo que he comprado y pedirme el ticket del supermercado. Me aturullo, me cae la bolsa, me caen los pañales, no encuentro el ticket, me tiemblan las manos.

Una vez que comprueban la legitimidad de mi compra, se ven en el deber de avisarme de que si salimos así, porque sí, nos caerá una multa de órdago, así que cuidadito. Creo que quedaron un poco desilusionados y se vieron en la obligación moral de acojonarme un poco para compensarlo. Como si ya no estuviera al borde del paro cardíaco.

Después del susto, es como si cobrase una nueva consciencia de todo esto, y me da un bajón. Pero luego me acuerdo de que es el día del padre y ya tengo excusa para hacer mi vigésimo quinto bizcocho de la última semana, y se me pasa.

Que no se diga que no tenemos emociones fuertes en la cuarentena. Yo casi me vuelvo al Mercadona a por más papel higiénico, pero ya no quedaba.

Esto es todo por hoy. Aprovecho para felicitar a todos los San Josés y a los papás, en especial los que no pueden estar con sus hijos estos días. Mucho ánimo a todos y si os da pena no celebrarlo, pensad en que esto no es una cancelación, sino un aplazamiento.

Me despido con la foto de nuestro bizcocheteo de hoy y con estos versos tan bellos de Rudyard Kipling, pertenecientes a su poema Cuando las cosas vayan mal (muy ad hoc para estos momentos).

Si a tu caudal se contraponen diques,

Date una tregua, pero no claudiques.

¡No claudico, lectores! Nos vemos en los balcones.

Continuará…