Del gesto de cariño al comentario hiriente.

De la atención a la indiferencia.

Del beso a la bofetada.

¿Te suena?

El refuerzo intermitente puede definirse como la alternancia entre un refuerzo positivo y un refuerzo negativo. Dentro de positivo y negativo, caben toda clase de acciones y sus opuestos.

Vamos a poner un ejemplo muy fácil para entender bien este concepto. Hablemos de un refuerzo intermitente que hemos utilizado, sin ser muy conscientes, la mayoría de nosotros. Nos interesa alguien, nos acercamos a esa persona, nos exponemos y acto seguido, nos sentimos inseguros y nos alejamos para que no crea que estamos muy interesados. La otra persona percibe nuestra atención y después, percibe un distanciamiento sin una causa aparente y en ocasiones, esto refuerza su interés y hace que nos busque para obtener esa atención que les hemos arrebatado.

Muchos procesos de seducción se desarrollan entre estos alejamientos y acercamientos. Subiendo esto aún más de nivel, nos encontramos esa clase de relaciones en las que la gente parece enganchada a una especie de interminable melodrama isabelino. Van, se pelean, lo dejan, uno viene buscando al otro, al otro se le pone el ego como el coliseo de Roma, hacen drama, lloran, se reconcilian…y vuelta la burra al trigo.

Este es un ejemplo de refuerzo intermitente socialmente aceptado. Y por supuesto, una actitud de lo más productiva si quieres conseguirte una bonita relación tóxica.

Aunque por lo general, lo que buscamos al seducir, es amor, admiración o deseo, el refuerzo intermitente – en el mejor de los casos – es un mecanismo que genera adicción. Es el mismo mecanismo que se utiliza, por ejemplo, en los juegos de apuestas, en publicidad, o en muchos videojuegos: una táctica muy eficiente para un público absolutamente infantilizado que pretende tapar sus carencias con estímulos tan intensos, como breves y artificiales.

Extrapolado al mundo de las relaciones, podemos decir que el refuerzo intermitente es una manera de conseguir que alguien esté con nosotros por razones que no tienen nada que ver con nosotros. No vayan a ser que nos quieran por lo que somos (¡qué susto, oigan!)

El refuerzo intermitente no sólo está presente en la seducción o en las relaciones al estilo Pimpinela. El refuerzo intermitente, llevado a ciertos extremos, forma parte de la herramientas habituales del maltrato y es un juego mental que en una persona vulnerable puede ocasionar verdaderos y durísimos estragos.

Imaginad que estáis en un mal momento y conocéis a alguien encantador que os encandila con su entrega, su constancia, sus atenciones, su amor repentino e intenso por vuestra persona. Imaginaos a vosotros dudando un poco de tanta efusividad, pero dejándoos llevar progresivamente porque un amor así no lo tiene cualquiera.

Imaginaos que un día, de pronto, esa misma persona encantadora que os quiere con locura, os suelta un comentario rarito.

«¡Qué gracia me hace tu risa! Es super rara, pareces una hiena!»

Y tú te quedas así, a cuadros. Sin saber qué contestar. Sin saber si esto ha sido una ofensa o qué. No puede ser, piensas, ¡si besa el suelo por el que piso!

Y la persona encantadora te dice que es una broma, te sonríe y todo encaja de nuevo en su sitio.

Pero tú, secretamente, has decidido cambiar tu forma de reír.

O no reírte más.

Y así empieza todo.

Y de repente, las atenciones empiezan a ser menos y los comentarios desagradables y dudosos, empiezan a ser más.

Un beso y una bofetada.

Una de cal y otra de arena.

El refuerzo intermitente es lo que llamamos una de cal y otra de arena. No importa qué grado de intensidad e intencionalidad contenga, en cualquiera de los casos implica, siempre, un circuito de castigos y de recompensas.

¿Quienes utilizan más los refuerzos intermitentes?

En primer lugar, personas que no se consideran suficientemente interesantes por sí mismas, como para gustar por su esencia, por su ser, por su personalidad. Entonces descubren que estas estrategias tienen poder y ya se sabe…el poder corrompe.

En segundo lugar, pero siguiendo con la misma línea, utilizan el refuerzo intermitente las personas con muy poco contacto con su mundo interior. Esto hace que dependan excesivamente de los estímulos exteriores. Si tu vida interior es un lugar triste, anestesiado o vacío, si sientes que te falta algo, fácilmente te engancharás a cualquier cosa que te dé vidilla y no hay muchas cosas que den más vidilla (de la mala) que una historia tóxica.

En tercer lugar, el refuerzo intermitente es todo un arte en lo que respecta a personalidades narcisistas. Además de adolecer de nulo amor propio y falta de conexión consigo mismos, se une un ego estratosférico diseñado para sobrevivir a toda costa. Simplemente estas personas no pueden permitirse relaciones que no se basen en el refuerzo intermitente, pues tienen tantas necesidades conectadas con lo exterior, que su supervivencia emocional depende de ello. Guardemos un minuto de silencio por todas esas autoestimas irremediablemente perdidas.

¿Quienes no necesitan utilizar los refuerzos intermitentes?

No hace falta, por fortuna, convertirse en un ideal e imposible ser de luz para evitar el canto de sirena de la una de cal y otra de arena.

Es posible que casi todos encontremos cierto atractivo en el refuerzo intermitente. Seguramente la mayoría de vosotros ya sabéis lo que es estar enganchados a alguna relación llena de vaivenes, o a una persona que cambiaba constantemente de actitud, o a lo mejor hemos sido nosotros quienes hayamos hecho uso de ello por miedo, inseguridad, o inmadurez.

La experiencia es un grado y nos ayudará a saber discernir esas situaciones cuando empiecen a producirse y tomar consciencia de cómo nos sentimos al respecto. ¿Qué nos empezamos a enganchar? Claro, puede que suceda. No tenemos que reprimirlo, ni negarlo, sólo hace falta decidir no ir hacia esa dirección aunque nos tiente.

Las personas que no caen en este tipo de juegos, no son las personas más fuertes, o más valientes o con los valores e ideales más elevados. Sobre todo son las que, aun siendo conscientes de los placeres de las recompensas, ya no quieren asumir el coste de los castigos.

Y esto se llama empezar a quererse.

Seducimos valiéndonos de mentiras y pretendemos ser amados por nosotros mismo (Paul Géraldy)