Hoy nos toca hablar de las máscaras, de las batallas, de las treguas y del porqué Judd Nelson levantaba el puño en El club de los cinco.

De mi generación y entre los lectores, no creo que haya muchos que no conozcan The Breakfast Club. Película ochentera por antonomasia, su trama se centra en cinco chicos de instituto, aparentemente muy dispares, que pasan toda una tarde encerrados en un aula de castigo. Al inicio de la película, estos personajes se comporta tal y como se espera de su rol. El malo de la clase, es chulo; el empollón, es resabiado y pedante; la chica guapa y popular es cursi; la chica rara y solitaria, se aparta de los demás.

Pero a medida que se van sucediendo las horas de ese aburrido sábado, cada uno de ellos se va despojando de la máscara impuesta por sus miedos, descubriendo, que tras estos roles tan distintos, tienen mucho más en común de lo que parecía a simple vista.

Y se suceden conversaciones cada vez más íntimas, más intensas: sobre la familia; sobre la amistad; la familia; el suicidio o el sexo. Avanza la tarde y los roles se intercambian, se transforman y vuelven a su lugar. Aquí no ha pasado nada, pero ha pasado todo. Cuando salen, siguen siendo los mismos, porque siempre seguimos siendo nosotros. Pero algo ha cambiado.

He escrito algunas veces en otros medios sobre The Breakfast Club no porque sea una obra maestra, aunque es entretenida y tiene algo especial que tenían muchas películas de John Hugues de aquella época. Hay dos cosas que me hacen vibrar con ella: una escena donde los personajes arrancan a bailar, como se baila cuando ya no hay recuerdo de dónde se viene, ni consciencia de adónde se va; y el final, cuando el castigo se levanta y el personaje (o la persona) de Judd Nelson regresa del instituto y se aleja con el puño en alto, mientras suena Don’t you forget about me, de Simple Minds.

El final es icónico y brutal, por supuesto de libre interpretación. Pero yo me preguntaba qué podía significar ese gesto victorioso de Judd Nelson. ¿Qué había ganado? ¿Estaba celebrando que ya era libre? ¿Qué había cambiado entre el inicio de la historia y el final, si todos los miembros del Breakfast Club volverían a desempeñar sus roles, a resguardarse ante los demás y a encaminarse a una vida adulta donde quizás ya no volverían a ser tan libres o tan sinceros como en aquella tarde confinada?

Entonces, la última vez que la vi, supe qué era. El puño de Judd no era un gesto de victoria. No estaba celebrando un logro. El puño de Judd era el reconocimiento de que la vida era un camino largo y extraño, pero aquella tarde inesperada en el aula de castigo le había hecho darse cuenta de que de vez en cuando, en ese mismo camino, ocurre algo que te recuerda que no estás andando solo.

Se acerca ya el final de este largo y extraño año 2020, donde todos hemos sido, de alguna manera, encerrados en un aula de castigo, obligados a cuestionar y hablar con los demás de nuestras maneras de vivir, sentir o pensar. Hemos hablado del valor de una normalidad que ya no existe, de lo que era importante y de lo que no era importante, de esa vida que hemos dejado atrás y de ese futuro que no podemos imaginarnos. Hemos sido capaces de quitarnos las máscaras por unos breves instantes y sentirnos y comunicarnos desde el centro de nuestro ser, sin ambages ni papeles impostados, para entender que al fin, cuando el pasado desaparece y el futuro es un misterio, lo único que va a salvarnos es tenernos los unos a los otros.

Os envío un cargamento de cariño, esperanza y resiliencia: que los acontecimientos no os achanten, que aguantéis con entereza lo que queda de año, que podáis permitiros ser auténtico con las personas más inesperadas y que pase lo que pase, salgáis del aula de castigo con el puño en alto.

Hemos sacado en limpio lo que hay en cada uno de nosotros. Un cerebro, un atleta, una irresponsable, una princesa y un criminal. ¿Contesta eso a su pregunta? Atentamente le saluda, el club de los cinco.

(Para Nagasaki)