Hoy hablamos del aislamiento, del sentimiento de no existir y de los dolores que acarrea la imposibilidad de conectar verdaderamente con otros.

Existió una persona en mi vida, hace ya mucho tiempo, al que yo llamaba en secreto el Hombre Sin Sombra. Era muy pálido, pequeño y frágil y cualquier agitación le hacía temblar como si estuviera hecho de hojas de árbol y no de carne y hueso. Nunca he visto a una persona que diese una impresión tan fuerte de inexistencia. Parecía estar eternamente encogiéndose en sí mismo, reteniendo la energía dentro de aquel cuerpecillo enteco que pasaba sin hacer ruido, sin molestar, sin apenas existir.

El Hombre Sin Sombra venía de una infancia complicada y sensible en la que en algún momento, había aprendido que lo más seguro que podía hacer para sobrevivir era convertirse en un ser invisible. Otras infancias producen distintas mitologías: mujeres maravilla, príncipes de las mareas, Cenicientas o niños Peter Pan. Pero la del Hombre sin Sombra le hizo invisible.

Cuando creció, se dio cuenta de que las ventajas de la invisibilidad le servían para seguir sobreviviendo. Gracias al arte de no ser visto, podía evitar un montón de problemas. Con lo que no contaba era con que a medida que iba abriéndose al mundo más allá de sus padres y su casa, empezaría a sentir la necesidad de ser visto.

Para entonces, había aprendido con tanto éxito a desaparecer dentro de sí mismo, que ya no sabía aparecer otra vez. Día a día, atravesaba la vida como si no fuera parte de ella. Cuando intentaba acercarse a otras personas, no sabía cómo ser presente. Hablaba poco y bajo, aportaba poca información acerca de sí mismo, se distanciaba inconscientemente cuando era el turno de acercarse. Incluso quienes podían verle desde un principio, al poco tiempo notaban la extraña sensación de tratar con alguien borroso, indefinido. El aprendizaje de ser invisible había sido todo un éxito. Nuestro Hombre sin Sombra no necesitaba una capa mágica de Harry Potter para que nadie le viese.

Pero a medida que el tiempo avanzaba, la persistente carencia de vínculos profundos iba atormentando cada vez más al protagonista de esta historia. Como no sentía tener las habilidades suficientes para salir ahí fuera y enfrentarse al incomprensible entramado de las relaciones humanas, decidió probar con diversas estrategias. En primer lugar, se aferró a las pocas personas que parecían verle. La mayoría de ellas eran personas con problemas o que se sentían solas. La soledad llama a la soledad.

Con toda su hambre de atención y de validación, dotó a esas relaciones, muchas veces superficiales, de una profundidad e importancia de la que carecían. Cuando uno viene de caminar por un largo desierto, cualquier vaso de agua le parece un manantial. Para conservar esas escasas relaciones, hizo ímprobos esfuerzos. Fue servicial, les ayudó siempre que lo necesitaron, escuchó todas sus penas y desahogos, estuvo ahí cuando lo llamaron. Fomentó, sin darse cuenta, vínculos profundamente desequilibrados. Las personas acabaron alejándose en cuanto los problemas se resolvieron o encontraron otras personas con las que ya no se sentían tan solas. El Hombre sin Sombra volvía a estar en el desierto, lamentándose de lo frívolas e insustanciales que eran las amistades en la actualidad.

Un día, alguien le aconsejó que probase a comportarse como la persona que le gustaría ser. No parecía un mal consejo. Intentó parecer abierto, sociable y animado. Incluso aprendió a hablar un poco más alto. Se apuntó a alguna actividad donde le habían dicho que se podía conocer gente. Pero algo extraño sucedía. A pesar de que aparentemente estaba rodeado de gente, se seguía sintiendo inmensamente invisible. Es más, el hecho de relacionarse con más personas no hacía más que acentuar el problema. Porque cuando estaba solo, no tenía que observar cómo se les olvidaba contar con él para los planes, cómo se prestaba más atención a otras personas (que a su modo de ver, eran menos interesantes que él mismo) o cómo se le seguía desplazando de una manera u otra.

Durante un tiempo, el Hombre sin Sombra se volvió el Hombre Sombrío. El sentimiento de soledad se convirtió en un narcisismo reconcentrado: si no puedo tener conexiones reales con otras personas, es porque las relaciones hoy día son pura conveniencia, falsedad y egoísmo. Soy demasiado especial, demasiado distinto. No merece la pena. Los desprecio como la zorra a las uvas, porque no puedo tenerlos.

Me encierro y me aíslo.

Nuestro protagonista podría haberse quedado ahí eternamente, pero por suerte para él, sus ganas de abrirse al mundo prevalecieron sobre sus miedos (que no eran pocos). A todo esto ayudó un largo periodo de soledad y reflexión, algo útil en general para todo el mundo, pero no tanto para una persona que ya lleva toda su vida en soledad y reflexión y que está hasta las narices de ambas. No obstante, este hartazgo le llevó a concluir, muy inteligentemente, que la única vía posible para salir de su encierro emocional era cambiar ciertas cosas.

El Hombre sin Sombra decidió – con ciertas reticencias – ir a una terapia. A lo largo de varias sesiones, fue saliendo poco a poco todo aquello que borboteaba por debajo de su discreta invisibilidad. En especial, se dedicaron a desmontar y entender su historia familiar, la relación con sus padres y con sus hermanos, su estancia en un colegio donde pasaba los recreos sentado en una esquina viendo a otros niños jugar, su adolescencia inhibida por una timidez enfermiza, prefiriéndose encerrar a jugar videojuegos y enamorándose platónicamente de un montón de chicas a las que nunca dirigió la palabra.

Parecía que ir a la consulta y hablar durante una hora, regresar otro día y hablar durante otra hora y así muchos meses, era un bucle sin sentido. ¿En qué podría ayudarle hablar tantísimo? El Hombre sin Sombra abandonó la terapia sin despedirse del psicólogo. No le gustaban los conflictos.

Pero aunque no parecía haber cambiado nada, de repente, el Hombre sin Sombra empezó a experimentar algo así como un despertar de la consciencia. No fue agradable. Todas las personas que hayáis pasado por algo así, sabéis que el despertar no tiene nada que ver con cualquier cosa que uno se hubiera podido imaginarse. Despertar puede ser muy doloroso, porque consiste en que de repente se bajan las compuertas de un ego que nos protege y podemos ver que muchos de los problemas que se repiten en nuestra vida son puras consecuencias de nuestras acciones, actitudes y creencias internas. La autoimagen que se había construido nuestro héroe se desmoronó como el proverbial castillo de naipes y se enfrentó por primera vez a la cruda realidad de que se había pasado toda la vida perdiéndose un montón de cosas por una sola, única y esplendorosa razón. Un miedo horrible a ser rechazado.

Muchos son los Hombres y Mujeres sin Sombra que vagan por el mundo tratando de refugiarse en la invisibilidad, para no enfrentarse a los rigores, conflictos y dificultades de las relaciones reales. Algunos de ellos terminan recluyéndose e aislándose por completo, con un pánico insoportable ante la idea de salir al mundo y poner algo de su energía en él. Estas personas acentúan su misantropía para cancelar el deseo de relacionarse y en numerosas ocasiones desarrollan las neurosis habituales del ser humano que sufre exceso de confinamiento y soledad: son típicas las fobias, manías y trastornos de tipo compulsivo-obsesivo. Relacionarnos nos obliga a ser flexibles, pero el aislamiento nos vuelve rígidos.

Otros Hombres y Mujeres sin Sombra logran iniciar un proceso de madurez y aprendizaje para poder circular ahí fuera sin recurrir – siempre – a la capa de invisibilidad. Es un trabajo fascinante para las personas que lo hemos podido ver desde fuera. Literalmente, es ver salir a una mariposa del capullo. Quizás no sea la mariposa más brillante y colorida de la bandada, pero sin duda es que la que ha vivido una transformación más impresionante.

Sentirse invisible para el resto es una de las sensaciones más desoladoras que existen, por muy zona de confort que parezca ser cuando tenemos mucho miedo. No obstante, y siempre que uno esté dispuesto, merece la pena trabajárselo. Tras un largo periodo en el que la tendencia social ha sido el defender la independencia y el individualismo como defensa -ante el miedo a necesitar a los demás- ahora ya sabemos que las relaciones humanas de calidad forman parte esencial del mantenimiento de la salud mental. Hasta los más introvertidos tienen a su pareja o a algún amigo del alma.

Quizás las relaciones humanas en esta época parezcan un poco locas, pero nada comparado con la locura de estar sin ellas.

La naturaleza del ser humano es buscar cómo conectar con los demás: con tus padres, con tus hijos, tu amor; conectar con una razón que justifique tu existencia. Si lo piensas: ¿Cuál es el mayor castigo que se le inflige a un preso? El aislamiento. (Tom Hanks)