
A palabras sin hechos, se les caen las letras, decía un refrán popular. Conciliar el decir con el hacer se está convirtiendo en un valor al alza en el mundo del desarrollo personal, en contraposición a la tendencia del todo-o-nada-vale. ¿Qué es la coherencia y para qué sirve?
Cuando nació mi hijo, recibí un montón de consejos de lo más contradictorios que cabe imaginarse. Los que seáis padres me entenderéis. Evidentemente no podía seguirlos todos, porque me hubiera vuelto esquizofrénica perdida, así que al final hice lo más sensato que se puede hacer en estos casos: encontrar mi equilibrio entre la razón y el corazón. Y con esto, seguí el que quizás fuera el único consejo que me impactaría en esos momentos: recuerda que tu hijo no va a ver lo que tú digas, sino lo que tú hagas. Me prometí a mí misma que lo seguiría con fundamento y fervor.
Con el paso de los años y ante la imposibilidad de mantener tanta perfección, decidí añadir la coletilla de haz lo que yo digo y no lo que hago, por eso de salvar los muebles. Pero mi niño, que detectaba las inconsistencias a la velocidad del rayo, no tenía (ni tiene) reparo alguno en desplegar una catarata de porqués cuando algo no le cuadraba, y así le tuve que explicar, como os voy a contar ahora mismo, que es prácticamente imposible no caer en algún momento en inconsistencias o incoherencias. Es más fácil y saludable admitirlo y tratar de solucionarlo que pretender evitarlo, que suele derivar en incoherencias mucho mayores.
La incoherencia tiene un nombre técnico muy elegante, que se conoce como disonancia cognitiva y que se define como la tensión, malestar o incomodidad que percibimos cuando mantenemos dos ideas contradictorias o incompatibles, o cuando nuestras creencias no están en armonía con nuestra conducta.
La disonancia cognitiva es muy común porque campa a sus anchas en nuestro mundo y está super normalizada. Por poner otro ejemplo muy cotidiano: a la mayoría nos preocupa el tema del cuidado del planeta y la sostenibilidad, pero también solemos consumir más de lo que necesitamos o mantener hábitos poco ecológicos. Aquí tenemos un primer punto interesante: es más fácil hablar de coherencia que sostenerla.
El segundo punto, como ya hemos comentado, es que lograr una coherencia interna total es tan imposible como encontrar una foca ártica en un desierto de Namibia. No somos incoherentes porque estemos mal diseñados, somos incoherentes porque somos seres humanos. Las contradicciones son lo que nos viene con el starter pack.
De modo que la coherencia tampoco no es un dedo que señala un horrible fallo, sino una apuesta por tender un puente entre esa humanidad en bruto y el potencial de ser algo un poco más refinado que supone el cultivo de un carácter. Aunque el motivo más práctico para desarrollarla nos llega a través de la experiencia directa: ser coherentes nos evita un montón de problemas.
Ser coherente implica respaldar con hechos lo que somos, lo que aspiramos a ser y lo que queremos transmitir al mundo. Aunque es imposible poner en armonía divina nuestro corpus mental, emocional y físico, sí podemos encontrar una línea directiva que los alinee en un mismo propósito, aunque a veces uno quiera irse a veranear a Cancún, el otro apuntarse a Masterchef y el último meterse en un templo zen a rezar mantras.
¿Por qué nos cuesta tanto ser coherentes? Por muchas razones. Aquí viene un caso muy ilustrativo. Tenía una cliente que vivía en un sinvivir (valga la redundancia) a causa de que temía los conflictos y también quedarse sola. Para evitarlo, hacía algo muy normal en estos casos: esforzarse en caerle bien a todo el mundo. Esto implicaba hacer favores que no quería hacer, aguantar amistades que la utilizaban, agachar la cabeza con su familia, llevar un rol adulador en el trabajo… En el corto plazo, obtenía un refuerzo positivo (aceptación, cierta popularidad, evitación de problemas), pero con el tiempo acumuló una cantidad desorbitada de rabia y frustración por estar constantemente actuando fuera de lo que quería o sentía. No disfrutaba de ninguna de esas relaciones que tanto se esmeraba por mantener. La disonancia fue creciendo hasta que estalló en una especie de crisis identitaria. Y esa crisis, paradójicamente, la llevó a unos sanísimos conflictos y soledades que le enseñaron a caer mejor a la única persona a la que tenía que aguantar todos los días: ella misma.
El ingrediente principal de la incoherencia es el abandono del yo interno para entregarse a una red sistémica de expectativas, exigencias, miedos, rigideces y bloqueos varios: cada vez que el espíritu quiere salir a comerse el mundo, una figura inconsciente tan tiesa como la Rottenmeier nos dice que no podemos, que no sabemos o que pasará algo horrible si nos atrevemos a jugar. Entonces nos quedamos atrapados en un limbo de contradicción entre deseo y el latigazo, sin acabar de ir hacia ninguno de los dos.
El problema mayor de la incoherencia no es solo ese no categórico a ser uno mismo, sino el efecto que provoca. Si yo digo que voy a hacer algo, pero no lo hago o lo hago a medias, o hago cosas que desmienten eso que digo que voy a hacer, acabaré convirtiéndome en una persona poco confiable. Una persona poco confiable finalmente se torna irrelevante. Pues el mensaje que doy, que me doy, es que no sé qué quiero, que no quiero, que siento, qué me pasa, ni quién soy y mientras me voy esperando un rayo divino que me lo aclare, se pasa la vida sin acabar de existir. Indudablemente, somos lo que hacemos.
Y es que el comportamiento incoherente no pasa precisamente desapercibido. Yo lo comparo con un conocido trend en el que se muestra a un adolescente volviendo a casa de noche tras un fiestón y creyendo que nadie lo oye, cuando en realidad monta más escándalo que una sesión de finde en Pont Aeri. Aunque desde dentro no parezca tan ruidoso, deja un rastro evidente que tarde o temprano despierta hasta al más dormido.
¿Cuál es la clave para ser más coherentes? Si estamos dispuestos a sacudirnos la niebla y a atrevernos a ser relevantes, tendremos que iniciar la construcción de una identidad propia, que se equilibre con nuestra identidad social. Para eso se necesitan momentos de soledad creativa y constructiva, apertura para explorar otras ideas u otras creencias, identificar los patrones de inconsistencia (¿mi comportamiento está alienado con lo que quiero transmitir?) y sobre todo, una buena pila de autoconsciencia y aceptación, que no confundamos con consentimiento o sobreprotección. Vamos, lo que viene a ser pasar del starter pack al advanced.
Siempre habrá contradicciones y siempre habrá ambivalencias, pero si sabemos entenderlas, no machacarnos con ellas y simplemente tener la confianza en saber cómo lidiarlas cuando aparezcan, no esclavizarán nuestra existencia, ni nos harán perder oportunidades valiosas. Es esencial también la práctica de la pausa y la escucha interna. Cuando somos incoherentes, es porque escuchamos más lo de afuera que lo de dentro y nos movemos impulsivamente bajo múltiples direcciones, sin atender a nuestros propios verdaderos deseos, que son mucho menos complicados de lo que creemos.
Para armonizar disonancias, necesitamos parar y cuestionar si podemos respaldarnos con hechos y llevar nuestro propósito de forma continua y consistente en el tiempo. Si no, es tanto mejor quedarse tranquilito y sólo ocuparse de lo que podamos alcanzar en ese momento. No más. De este modo, no generaremos caos innecesario, ni tendremos que sufrir sus consecuencias, que es lo que acaba pasando con el constante donde digo dije, digo Diego.
Las ventajas de la coherencia son muchas. No solo nos ayuda a reconstruir un sentido de la identidad, sino que nos da una guía propia para discernir qué está bien y qué no para nosotros, más allá de lo que opine el resto. También permite relaciones auténticas, que nos nutren de verdad y con las que realmente podemos estar a gusto siendo quienes somos. Nos libera de la cárcel del quedabien y de la falsa complacencia. Y, en última instancia, es un regalo para nuestra salud: el organismo en caos se desregula y sufre. Puede que ganar coherencia nos granjee algunas pérdidas o enfrentamientos, como sucedía en el caso de mi cliente, pero ni punto de comparación con lo mucho más grande que se pierde cuando no la ejercemos.
Démonos el lujo de descubrir quiénes somos y qué queremos, tengamos la valentía de seguir nuestro camino hasta el final, y hagamos de nuestras vidas un espacio de coherencia y consistencia que nos haga pisar fuerte por el mundo sin que nadie pueda dudar de ninguna manera de que hemos existido. Ni siquiera nosotros.
Cuando un sistema complejo está lejos del equilibrio, pequeñas islas de coherencia en un mar de caos tienen la capacidad de elevar todo el sistema a un orden superior. – Ilya Prigogine
Hola! No deberías usar la palabra «esquizofrénica» de esa manera.Es una enfermedad muy difícil de llevar.
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Hola Anónimo,
Usar la palabra esquizofrénico en este contexto dista mucho de ser peyorativo.
Abrazos
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Hola Cris!
Muy interesante este tema, y el parrafo de la cliente que vivía en un sinvivir me ha llegado muy hondo, sera por similitud.
En mi EGB, en 8º, con unos 14 años, yo tenia un profe que decia una frase que me marco de por vida, y aun hoy en dia la sigo utilizando e incluso intento trasladarla a mis hijos, ya con 32 y 33 años, y es «Hay que predicar con el ejemplo». Genial me parece!!! Es mas, ya de adulto (o más), viajando hacia Asturias por la autovia, un vehiculo se incorporo a ésta de malas maneras, sin intermitente y sin mirar, y a mi me hizo frenar. En mi enfado, acelere para rebasarle por la izquierda y al ir a dar un biocinazo por la mala maniobra, vi que era la benemerita. Claro, yo habia puesto el coche a 140 y al sobrepasarlos, me pararon para multarme. Bien, pues les heche en cara que para ser guardia civil de trafico «hay que predicar con el ejemplo» y no ir haciendo guarradas al volante. Y ahi les tire en la cara la frase. Como suele pasar, a estos agentes se la refanfinfla. Su objetivo era multar.
Un placer seguir leyendote, Cristina.
Un abrazo fuerte.
Edu
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