Querido diario,
Vamos llegando al día 19 de confinamiento y mi cerebro va empezando a convertirse en el capítulo de la mosca de Breaking Bad.
Me vuelvo a despertar en el Día de la Marmota Confinada. Bebo mi té con leche, despierto a mi hijo, jugamos un rato en la cama, llueve y la gran novedad del día es que ha venido el repartidor de Amazon, nos ha arrojado el paquete a la puerta como si entrase al cubil de los leones del zoológico y acto seguido, se ha arrojado a la escalera con velocidad olímpica y cara de contigo no, bicho. Yo cojo el paquete con un trapo y lo tiro a la bañera con susto. Ahí sigue todavía.
Cuando encargué una compra a Amazon, tuve un monólogo interno que ni los mejores capítulos de Oliver y Benji: ¿Era ético comprar por Amazon en estos tiempos? ¿Y si el repartidor estaba contagiado? ¿Y si el paquete estaba contaminado? ¿Y si yo estaba enferma, no lo sabía y contagiaba al de Amazon? ¿Y si meto a Julian Ross en las semifinales del mundial y le da un ataque al corazón? ¡Terribles dilemas, lectores!
Al final, leo en varios periódicos que en China fomentaron el comercio online durante las cuarentenas como parte de las estrategias para que la gente no saliera de casa, así que comprar online es bien.
Total, que después de un día entero de Amazon sí, Amazon no, decido entrar por fin a ese templo de iniquidad (virtual) y de productos irresistiblemente innecesarios. En el ínterin, casi toda la gente de mi entorno ya lleva como 15 días comprando estupideces ahí por puro aburrimiento. Desde mi primo Carlitos, que le encargó una cama elástica a las criaturas para que se desfogasen en casa, hasta mi amiga Paula, que se ha hecho con un mogollón de absurdas luces LED que cambian de colores para entretenerse con su hijo. Ahora su casa parece un cruce entre la cueva de Ali Babá y un puticlub de carretera y amenaza con ponerlas en su terraza en verano y convertirla en un hotspot de Google Earth. Conociéndola, seguro que lo consigue.
Entretener a los niños no es la única preocupación del confinamiento. Pasan los días, crecen uñas, asoman pelos y raíces y otras señales de que somos mitad humanos, mitad arbóreos, y la compra más recurrente en los últimos días es…tachán, tachán…¡tinte del pelo!. Nadie está dispuesto a que el fin del estado de alarma o el fin del mundo – lo que llegue primero – le pille en un renuncio capilar.
Toda esta vaina me genera algo así como una especie de estrés estético que antes no tenía y empiezo a considerar que quizás sea el momento de plantearme lavar mis leggins.
Pero de repente veo una página de ofertas flash de Amazon y se me pasa.
En otro orden de cosas, parece que se ha establecido unánimemente en casa que soy la persona que se encargará de todas las gestiones en el exterior, ya que soy la única mayor de edad que no se encuentra en algún grupo de riesgo y además, de momento, parece más probable que me mate la alergia a que me mate el coronavirus.
No es que me queje: creo que ahora mismo ni un viaje en el Orient Express – que siempre fue el sueño de mi vida desde que leí aquel libro de Agatha Christie – , me haría tanta ilusión como que toque el día en que no haya más huevos que bajar la basura o ir al Mercadona. Bajar por la escalera con la agilidad y presteza de un repartidor de Amazon; detenerme brevemente ante la puerta del portal, saboreando con anticipación el momento; y abrir despacio con mis manos enguantadas, recibiendo la primera bocanada de aire fresco en toda la cara, ¡eso es hygge.!
Y hablando de basura: aunque es uno de los placeres cuarenteniles autorizados, es posible aumentar el grado de adrenalina, si esperas a la noche.
No dejes pasar la ocasión de vivir todo un thriller bajando tus desperdicios a eso de las 10 PM, con toda la calle sumida en un tenso silencio, ni un alma en kilómetros a la redonda y con las ventanas de tus vecinos amenazadoramente encendidas. Con suerte, incluso te puedes encontrar con algún coche de la Guardia Civil vigilando en una esquina.
Da igual lo legal que sea, te sentirás como si estuvieras cruzando clandestinamente al otro lado del muro de Berlín en plenos años 80.
Os dejo que tengo sesión de cosquillas con mi niño y se me vienen a la cabeza esos versos de Miguel Hernández tan tremendos que decían:
Tu risa me hace libre,
Me pone alas,
Soledades me quita,
Cárcel me arranca.
No sé si son sus risas, el Amazon o bajar la basura, pero ¡lectores! Hoy me siento libre. Nos vemos en los balcones.
Hola Cristina:
Me encantan todos tus artículos, eres muy amena, muchas gracias por no dejar de lado a tus seguidores virtuales!
Al igual que tu estamos confinados e intentando llevar esta situación de la mejor manera posible. Vivimos con mi marido en Francia, pero nos hemos quedado atascados en Chile, nuestras vacaciones nos dejan confinados en un Airbnb sin tener certeza de volver a nuestro hogar en un futuro próximo, hemos cambiado nuestros boletos de abril para mayo con la compañía aérea. Pese a todo mantenemos la calma y aún alcanzamos a cubrir nuestros gastos básicos.
Sin embargo, no puedo parar de mirar las estadísticas mundiales de nuevos casos que aparecen cada día, nuevos decesos a causa de este virus Covid-19. Quizás resulte cruel lo que diga, pero he leído que en promedio son las personas de 81,2 años quienes tienen más probabilidades de fallecer y, a pesar de la tristeza que siento por sus familias, pienso que a esa edad ya se ha completado una parte significativa de lo que vive biológicamente un ser humano, de hecho, décadas atrás, las personas vivían mucho menos. En promedio, las generaciones de los ochenta y tantos tuvieron incluso más privilegios que las actuales, que tenemos que preocuparnos por proteger el medioamiente, reciclando, reutilizando, etc… aquello de lo que en ese entonces se abusaba, de plásticos por ejemplo.
Esta mañana leía un artículo sobre una anciana en Bélgica, aquejada de coronavirus, que había solicitado que usaran su respirador artificial para alguien más joven y que realmente lo necesitara. Comprendo que, por ética, un médico debe utilizar todos los recursos de los que dispone para salvar vidas, pero ¿por qué no hay más personas como aquella anciana que piensan en las futuras generaciones?
¿Será que solo yo veo las cosas de esta manera? ¿O los demás también pero prefieren no tocar el tema? ¿Es malo pensar así?
Si de algo ha de servir esta cuarentena impuesta que sea para darnos cuenta de quiénes somos y de lo que hacemos día a día para solidarizar con nuestro entorno.
Gracias nuevamente por este espacio, me ha servido para desahogarme!
Saludos y ánimo,
Gloria
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Hola Gloria!
Hay muchísimas personas que piensan como tú piensas, pero como es algo que no resulta políticamente correcto, no se está expresando. En todas las catástrofes a gran escala que se han padecido a lo largo de la Historia, se ha priorizado la supervivencia de los niños, las mujeres y los jóvenes, lo llevamos inscrito en nuestro instinto de supervivencia como especie.
Supongo que hay muchas personas mayores ingresadas, muy asustadas, encontrándose muy enfermos, que no tienen la capacidad o los medios mentales para pensar con el mismo nivel de claridad que esta señora de Bélgica, por eso al final las decisiones están tomándolas los facultativos, más que los pacientes.
Lo que está claro en esta pandemia es que por la razón que sea, a los que está respetando es a los niños, que apenas sufren los síntomas.
Da que pensar.
Abrazos!
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Hola Cristina! He seguido tus entradas y la verdad es que ha sido una sorpresa y un gran alivio que decidieras escribir tan de continuo. Siempre espero tus artículos como agua de mayo; me meto varias veces a la semana para ver si hay actualizaciones y si no las hay aprovecho para releer unos cuantos. Entro siempre agitada y salgo como si me hubieran dado mi sonajero. Así que de antemano, muchas gracias por dedicarnos tu tiempo todavía más.
Y respecto a la cuarentena, sé que para la mayoría de la gente lo más difícil está siendo sobrellevar la falta de vida social y de contacto con seres queridos. Y por supuesto que es doloroso, pero en mi caso, ojalá fuese ese mi primer pensamiento al despertar. Sin embargo, para las personas que no tenemos familia ni pareja y que todavía no tenemos una estabilidad, lo más duro está siendo el tema laboral y económico. En mi caso, con dos carreras y estudiando un máster, viviendo sola y con 2 trabajos de hostelería y docencia, esto ha sido fulminante. He perdido los empleos, la prestación del erte con los contratos de chichinabo no da ni para pagar la luz y tardará meses en llegar, el casero no es tan comprensivo como parece… Y la gente parece no entender que, aunque nos preocupe la salud, a muchos jóvenes nos preocupa literalmente acabar viviendo en la calle. Mi cuarentena en casa es gastar lo mínimo, ver series y leer sin parar. Pero apenas concilio el sueño, me vienen las lágrimas a los ojos a cada rato y no saco fuerzas para hacer nada de provecho. Y lo peor es que la gente te pregunta qué tal, pero no comprende tu tristeza, tu melancolía, tu miedo, tu incertidumbre. No se habla del coste emocional que esto está teniendo, ni de que algunos jóvenes también estamos sufriendo y mucho aunque no pertenezcamos a ningún colectivo. En definitiva, no pretendo que escribas sobre empleo y economía, que ya bastante leemos y no lleva a ningún sitio. Pero si pudieras darnos tu opinión sobre cómo sobrellevar los estados de ánimo derivados de ello, la tristeza, la incertidumbre y la angustia te estaría muy agradecida.
Un abrazo
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