No te lo tomes a mal, pero. Eres un desastre. Podrías ponerte más en forma. No haces nada a derechas. Eres demasiado sensible. Pasivo agresivas, directas, indirectas, sutiles, groseras…sean como sean, todas las críticas tienen algo en común: son condenadamente molestas.

Vamos a empezar por contaros una historia. Érase una vez…un niño o una niña cualquiera. En una casa cualquiera.

Pongamos que ese niño o niña son sensibles. Los niños suelen serlo. Y los papás son de esos papás que quieren a sus niños, pero que creen que para educarlos, y que de mayores sean adultos de provecho y que además sufran lo menos posible las inclemencias de la vida, deben corregir constantemente su personalidad. Pepito, esos sentimientos son de niños malos. Rosita, nunca vas a aprender. Luisito, hay que ser un poquito más espabilado. Susanita, podrías ser como la hija de la vecina.

Un montón de frases distintas, pero con un único significado: no seas así como eres, sé de otra manera.

El mensaje va calando progresivamente en los corazoncitos de Pepito, Rosita y compañía y van aprendiendo unas cuantas verdades de la vida que en ese momento aceptarán con la ingenuidad de los niños sin ser conscientes del peso que tendrá en su vida de adultos. Dichas verdades serán, principalmente dos y como podéis ver, la primera lleva a la segunda en una especie de círculo sin fin que conocéis bien quienes vengáis de este tipo de crianzas.

Haga lo que haga, nunca será suficiente.

Debo esforzarme más.

El núcleo de la herida del rechazo nace y crece en la crítica, especialmente en la crítica a una edad donde la personalidad se está formando y necesitamos desesperadamente la aprobación de nuestros padres, como una planta necesita la lluvia para crecer. Esta aprobación es como una cálida manta invisible que portamos sobre los hombros antes de salir al frío del mundo exterior. Las personas con herida de rechazo son aquellas que tienen que salir al mundo igualmente, pero con la consciencia de que cuando lo hagan, no tienen nada dentro para protegerse de lo que les espera.

Y entre las muchas cosas que pueden esperarnos a las personas cuando empezamos a aventurarnos ahí afuera, están las opiniones ajenas. Todo un espeso bosque de opiniones ajenas.

Algunas opiniones nos validan y nos ayudan a querernos tal cual somos: son reconfortantes, como las que hubiéramos querido recibir de nuestros padres. Pero nos valen sólo un ratito, como una manta prestada.

Luego están las opiniones que más tememos. Las que nos tocan adentro y meten en dedazo en toda aquella herida temprana de infancia. Las que nos hacen cuestionar quienes somos, lo poco que sentimos que valemos y lo llena de errores nefastos que está nuestra personalidad. Y aún hay más: si ya nos remueven muy dolorosamente los cuestionamientos ajenos, hay algo todavía mucho peor. Cuando quienes los hacen son las personas que más queremos.

Cuando nuestro yo neurótico nace de una herida de rechazo en la infancia, es como si tuviéramos instalado en el disco duro de nuestra cabeza un programa Castigador 2.0 que nos manda constantes mensajes de error. ¡Mec! Ya lo has hecho mal otra vez, dice. ¡Mec! Es que no vales nada. ¡Mec! No sé ni para que lo intentas, si nunca lo vas a conseguir.

Imaginad simplemente lo que puede resultar cuando se combina esa durísima voz interna con un ser querido que te dice exactamente lo mismo que te dice tu Castigador 2.0. cada vez que tiene una rendija para atormentarte. Tu pobre psique vuelve a tu Pepito de 5, 7, 12 años, escuchando lo desastre que eres, que deberías ser más como fulano o que nunca te esfuerzas lo suficiente. Un horror, vaya.

¿Se puede gestionar bien la crítica teniendo una herida de rechazo a cuestas? No estoy segura de hasta qué punto las heridas de la infancia se puedan curar plenamente o si hay algún medio de comprobar que alguna de estas cosas han desaparecido al 100% de nuestro mapa neuronal. Pero sí que es posible convivir con ellas sin sufrimiento y sin que te condicionen negativamente tu vida. Incluso a veces es viable convertir esas críticas en una especie de refuerzo positivo a la inversa. Por así decirlo, se les puede dar un enfoque más motivador porque es verdad que si la crítica tiene una capacidad única, es la de ayudar a reafirmarte en lo que eres y en tu derecho a ser tú mismo quien decida si quieres cambiar algo al respecto para estar mejor/ser más feliz/vivir más positivamente y no para que Fulanito me apruebe/me acepte/me dé su beneplácito a mi existir.

Y por ahí está la clave del tema: la crítica es el combustible de la autoafirmación, pero para poder utilizarla de esta manera, necesitamos trascender esa parálisis de angustia y castigo que nos asola cuando se ataca nuestro autoconcepto. Pepito y Rosita tienen que abandonar su nidito neurótico y plantarse ante la figura imaginara de sus padres para decirles aquello que cantaba la mítica Gloria Gaynor: I am what I am.

Ahora nos desplazamos hacia el lado contrario para hacer un breve apunte sobre el acto de criticar.

El ser humano en general es muy propenso a criticar, opinar, y ser meterse un poco bastante a juzgar las cosas ajenas. Muchas veces se hace sin pensarlo demasiado, y casi siempre, más por cuestiones de ego propio que de fallo ajeno.

Por supuesto, todos somos muy imperfectos y es normal que nos molesten cosas que hagan los demás o que hagamos cosas que molesten a otros. Se puede poner límites, se puede explicar algo con asertividad, en fin, se pueden hacer un millón de cosas para afrontar un conflicto o desacuerdo antes que recurrir a la crítica, que no deja de ser una forma de agresión hacia el autoconcepto de otro.

Criticados y criticadores se encuentran inevitablemente en esta larga danza que es la vida: a veces, incluso son dos caras de la misma moneda. Ambos están condenados a desentenderse hasta que comprendan que ganarían mucho más si descubriesen que hay mucho más de lo que les une, de lo que les separa.

El miedo a que les critiquen, por ejemplo 😀

Más allá de las ideas del bien y del mal,

existe un campo.

Allí nos encontraremos.

(Rumi)