El verdadero viaje hacia el crecimiento comienza cuando dejamos de ser las marionetas de nuestras circunstancias y nos atrevemos a dar un paso hacia lo desconocido.


Leí Pinocho en mi infancia y recuerdo que no me gustó demasiado. Aquella historia sobre la marioneta de madera con nariz creciente siempre me pareció bastante siniestra y carente de las habituales panoplias de princesas, dragones y brujas que a mí realmente me gustaban. De mayor, entendí que Pinocho no era un cuento de hadas. Era, en realidad, una alegoría sobre el proceso. Un viaje del héroe en miniatura camuflado de fábula.

La historia de Pinocho alegoriza las travesías que enfrentamos una o varias veces durante la vida para descubrir nuestras verdades más profundas. El inicio de una búsqueda, dejándonos llevar por los meros impulsos, sin saber qué somos ni adónde queremos ir; la pérdida por los vicios, las distracciones y los desvíos, que encontramos en el paso por la Isla de los Juegos; la depresión catártica, simbolizada por la estancia dentro de la ballena; la presencia del Hada Azul y Pepito Grillo, que encarnan las inspiraciones y las figuras-guía que vamos encontrando por el camino. Y finalmente, el encuentro con la esencia más pura y auténtica en el momento en que Pinocho se convierte en un niño de verdad. No diré que es un cuento bonito -sigo pensando que es bastante siniestro- pero entendido como lo que realmente quiere ser, es una pequeña maravilla existencial.

Los procesos, las travesías, los caminos. La vida está plagada de ellos y a menudo, nos abre una invitación a que emprendamos esos viajes. A veces, son invitaciones bonitas y luminosas, que aceptamos con mucho gusto y que transitamos a corazón abierto; pero las más veces, son como un brusco empujón que nos precipita a lugares donde no teníamos ningún tipo de intención de ir.

Los procesos, a diferencia de los cuentos de hadas, no siguen un guion que podamos anticipar. Pero cuando arrancamos por la vida, solemos ser tan ingenuos como Pinocho. Todo – pensamos – tiene que suceder en una sucesión perfecta de acontecimientos hasta llegar a un final que lo ate todo sin cabos sueltos y siguiendo a rajatabla las leyes implícitas de la lógica y la coherencia. En plan, si hago esto, pasará esto, si digo esto, me dirán esto otro, si cumplo esta tarea, pasará tal cosa, etcétera…

No tenemos ni la menor idea de la que se nos viene encima.

Cuando la realidad no se ajusta al guion, cosa que sucede tarde o temprano y además sucede en diversas ocasiones, arranca el proceso.

Los procesos, cuando cumplen su pleno desarrollo, suelen tener tres etapas diferenciadas.

  1. Negación: nuestro cerebro no está preparado para asumir un cambio masivo de realidad, así, de golpe, por lo que dispone de una serie de mecanismos que nos permiten creer que estamos a flote e ir alegre e inconscientemente al agujero negro. Si los mecanismos de negación son hercúleos y se sobreponen a las circunstancias, nos disociamos y acabamos como Don Quijote.
  2. Depresión: una vez asimilada la cuestión, nos desmadejamos como si a Pinocho le hubieran cortado las cuerdas, quedando en un estado entre la apatía, la dejadez, la desesperanza y el vacío. Permanecemos en el interior de la ballena, meditando sobre qué somos, que llevamos vivido a nuestras espaldas y qué nos hace falta para salir de donde estamos. Aquí se abre la oportunidad de soltar el pasado, asimilar lo que está sucediendo en el presente y aceptar la incertidumbre del futuro. Si se supera esta fase, pasamos a la próxima. Si no se supera, nos quedamos así, con un pie en la tierra de los vivos y otro pie en la tierra de los muertos. Esto normalmente puede requerir más estancias en el interior de la ballena para resolverse. Con suerte, con una es suficiente.
  3. Alumbramiento: algo nace. Probablemente, es una cosilla aún pequeña, algo enclenque y medio ciega. Hay que cuidar de ella, alimentarla y nutrirla para que se nos vaya fortaleciendo. Pero ahí está, ese pequeño milagro que algún día, a lo largo de diversas travesías, se irá convirtiendo en nuestro niño de verdad.

Todos los procesos se parecen en estas fases, pero cada proceso es totalmente único, lo que hace él un fascinante cuento propio. A menudo se utiliza la metáfora del parto y por eso no es casual el uso de la palabra alumbramiento. Partimos de una nada líquida y silenciosa, en la que nada vemos, pero en la que flotamos más o menos cómodos y protegidos. Sin embargo no podemos quedarnos ahí, porque estamos destinados implacablemente a nacer; y ese nacimiento sucede a través de un túnel de dolor, oscuridad y esfuerzo. Así visto no suena muy lindo, pero tampoco lo es un parto. Y sin embargo, ambos son acontecimientos de enorme belleza.

Hay caos en los procesos, porque vienen a enseñarnos que el guion de la vida es caótico. Hay compasión en los procesos, porque vienen a enseñarnos que tenemos que cuidar de nosotros mismos. Hay desorientación en los procesos, porque vienen a enseñarnos que el camino no está marcado. Hay ausencia en los procesos, porque vienen a enseñarnos cómo encontrarnos con los demás. Hay pérdida en los procesos, porque vienen a enseñarnos que debemos aprender a tener confianza. Y sobre todo, hay amor en los procesos, porque vienen a enseñarnos lo más importante, que amarnos a nosotros mismos.

Si estás atravesando un proceso; ya sea que estés perdido en la Isla de los Juegos, o inmerso en el silencio de la ballena; ya sea que busques una aventura, una conciencia, o a un padre perdido, vívelo en profundidad tal cual es; ábrete a su misterio, respeta las caídas, los fracasos y los errores que te llevaron a ello y deja que la ballena te escupa en el mar del desaprendizaje.

Da igual de donde vengas, lo que hiciste o lo que te hicieron. Si eres pequeño o si eres grande. Si eres de madera o de carne y hueso. Siempre se está a tiempo para salir de la ballena y empezar de nuevo.

Nota final: cuando el temor o la incertidumbre aparezcan (aparecerán), recuerda que el camino no es recto ni fácil, pero cada paso que des, por pequeño que sea, es una victoria. No te apresures a llegar al final, porque cuando llegue el momento, descubrirás que no necesitas que aparezca el Hada Azul: todo aquello que has atravesado, todo aquello de ti que se ha consumido y ha resurgido tantas veces, ya ha hecho de ti algo diferente. Una criatura ya no pequeña, ya no enclenque, sino un muchachote robusto y hermoso que atravesará cada proceso con la valentía de quien está dispuesto a vivir, por fin, como un niño de verdad.

Mucho ánimo y mucha fuerza para aquellos quienes estáis transitando por este camino. Y como alguien me dijo en una de las épocas más complicadas de mi vida: confiad en el proceso.

Escribí mucho esa noche; tenía tanto que decir. No sobre mi propia vida, para variar, sino sobre padres imperfectos e hijos imperfectos. Y sobre las pérdidas, y el amor. Y al menos, durante esa noche, todos tuvimos la dicha de no saber (Pinocho, de Guillermo del Toro)