Sombras

Muchas veces en la vida recibimos un «no». Puede ser un «no me gustas», un «no te vamos a contratar» o (el más devastador) un «no te quiero».  Sea en las circunstancias que sean, un rechazo duele en diferentes escalas y en ocasiones genera incluso reacciones descontroladas, pues es una estocada directa en lo más íntimo del ego.

¿Porqué duele tanto un rechazo? En primer lugar, porque un «no», de entrada, nos hace dar un paso atrás cuando querríamos dar un paso adelante. Un «no» es una pequeña frustración, algo así como un fastidio impotente, pero no terrible.  La frustación puede molestar, pero difícilmente destruye. ¿Entonces…? En segundo lugar, un «no» es como la varita que remueve los espectros de todos los rechazos de nuestras vidas. El día en que aquel chico que te gustaba te rechazó, el día en que quisiste unirte al equipo de fútbol de tu barrio y te dijeron que no, el día en que te presentaste a una entrevista y eligieron al otro, el día en que quien amaste decidió marcharse…

Un rechazo es la historia de todos los rechazos. Cuando no pasa de frustración, querrá decir que hemos hecho un buen trabajo y hemos superado con éxito todos los noes recibidos, armándonos con una buena autoestima. Cuando incluso un «no» casual y sin relevancia es capaz de removernos por dentro y provocarnos una sobrerreacción neurótica donde nos paralizamos de terror y nos volvemos inoperantes y débiles, toca pasar por caja, enfrentarnos cara a cara con los fantasmas y hacerles por fin el exorcismo que se merecen.

Hay que recordar que el rechazo debe ser problema de quien rechaza, jamás convertirse en una herida permanente e airada de quienes lo sufren. Así pues, hay que enfrentar los rechazos de cara, sin evadirse, asumirlos, frustrarse, llorar si procede y ¡seguir adelante!

Anuncio publicitario