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Una comunicación honesta y asertiva es esencial para el buen funcionamiento de una pareja, pero ¿qué sucede cuando todo parece estar bien…menos la comunicación?

El silencio es un herramienta poderosa. Tanto para bien como para mal. El silencio dirigido es una forma de comunicarse. Por ejemplo, cuando acompañamos a una persona que sufre. A veces sólo se requiere que estemos ahí, sin decir nada. Es el silencio solidario. Luego está el silencio balsámico. Cuando hay demasiada carga emocional, excesivos estímulos, una sobrecarga de interferencias y ruidos. Uno se sumerge en el silencio como en el océano, para poder emerger nuevamente receptivo al mundo exterior.

Existe el silencio indeciso. Es el silencio de no sé qué hacer y por tanto, no hago nada. Es un silencio de múltiples interpretaciones, dudoso para el que lo emite y para quien lo recibe. Es el silencio que prolonga un problema mucho más tiempo de lo estrictamente necesario.

Y está el silencio castigador. Un silencio que formula una acusación y te señala con el dedo y que resulta particularmente enloquecedor cuando lo aplica tu pareja. El silenciado se siente ansioso, se pregunta qué hizo, si tan grave fue, cuánto tiempo durará el castigo y en el trasfondo de todas estas cuestiones, la más íntima e importante: ¿Me va a dejar?. Porque el silencio castigador activa automáticamente el chip del miedo al abandono.

El siguiente paso es ir detrás de otro con desespero buscando reconciliación, tanto más insistentemente si el del mutis por el foro está ejerciendo una resistencia numantina al diálogo asertivo. A medida que éste siente que su pareja le ha dispensado una cantidad idónea de mea culpas, entonces va levantando el castigo un poco a regañadientes, como para que no se relaje demasiado.

Lo que subyace bajo el silencio castigador, es un ejercicio de compensación. El que calla (y no otorga) utiliza este recurso para reforzar su ego y obtener cierto poder sobre las reacciones y emociones de su pareja. Si no haces lo que yo quiero y no pasas por el aro, te castigo hasta que bajes la cabeza y estés dispuesto/a a obedecerme.

En realidad, es una forma de «educar» a la pareja para que se pliegue a los gustos, deseos, opiniones y necesidades del otro.

Poco a poco, se establece una dinámica cada vez más difícil de cambiar.

  1. Me heriste en el ego.
  2. Te retiro la palabra.
  3. Empiezas a ponerte nervioso y ansioso.
  4. Intentas hablar.
  5. Sigo en silencio.
  6. Te desesperas.
  7. Te arrastras.
  8. Después de todo ello y cuando considero que mi ego ha sido suficientemente reparado, tenemos una súper reconciliación y nos queremos mucho. 

El problema no lo aporta únicamente la persona que utiliza este tipo de silencios. Como en toda actitud inmadura, abusiva o poco asertiva, es igualmente importante que el rol de la otra persona NO REFUERCE este tipo de acciones. Esto no es sencillo. Estos dimes y (no) diretes melodramáticos pueden resultar un tanto adictivos a poco que nos descuidemos.

Este artículo no está encaminado a distinguir entre culpables y víctimas. Cuando estamos en pareja, nuestro ideal es el de respetarnos, confiar el uno en el otro y por supuesto, amarnos hasta el punto de tratarnos bien hasta cuando estamos mal. Todos estos buenos propósitos chocan a menudo con nuestros egos, que a fin de cuentas, llevan mucho más tiempo con nosotros que la pareja y a los que desgraciadamente, muchas veces amamos más.

Cuando surge el conflicto y asoman los egos, ya no somos íntimos con la persona que queremos. Se convierte en un extraño que no nos entiende, y viceversa. Vemos que el otro es diferente y nos sentimos inseguros ante esa diferencia. Entonces es cuando aparecen las dinámicas con las que intentamos controlar al otro: el chantaje emocional. Las lágrimas manipuladoras. Los gritos. Las acusaciones. Los reflotes rencorosos del Pleistoceno de la relación. Y por supuesto, nuestros simpáticos protagonistas de hoy: los silencios castigadores.

Si tú eres quien sufre estas actitudes por parte de tu pareja, debes ser consciente de que siempre que juegues a este juego, te estás prestando a que poco a poco tu compañero/a se vaya haciendo con todo el control de la relación. En cuanto esto ocurra de forma completa, el vínculo quedará totalmente desequilibrado, imposibilitando una comunicación igualitaria entre los dos y abocándoos o a una relación abusiva,  o a un progresivo desapego emocional que culmine en ruptura.

Existen dos formas de abordar los silencios castigadores que puede favorecer o bien la continuidad de la relación, o bien, la reducción de la ansiedad para quien sufre estas conductas. Antes de entrar en ellos, es muy recomendable optar por la primera vía, que es la comunicación directa, donde expresamos lo que nos duele y molesta e intentamos dialogar sobre el problema. Dado que el silencio castigador es una acción más emocional que racional, es posible que dialogar y razonar no provoquen cambios en esta actitud. Entonces, es momento para intentar probar otras tácticas que apelen más a las emociones que a la razón.

La primera de ellas es conducirse con total normalidad con la otra persona. Seguir hablando y realizando comentarios cotidianos, independientemente de que se reciba o no una respuesta. Esta conducta es efectiva para reanudar la comunicación si la pareja silenciadora tiene la costumbre del ahora me enfado y no respiro, pero lo suyo pertenece más al reino de la rabieta infantil que al feudo del narcisismo recalcitrante.

En este segundo caso, tendríamos que echar mano del plan B, que simplemente consiste en la resistencia pasiva al silencio. Si no te habla, sigue con tu vida, tus ocupaciones, intenta distraerte, llama a algún amigo o a algún pariente, ve unos días a ver a tus padres (si tu pareja es de silencios castigadores king size) haz la compra, pasea al perro, ponte una película en la tele, en definitiva, mantente firme y que el recurso del silencio castigador quede inhabilitado al no obtener ningún efecto. Lo más habitual es que tu pareja sea quien reaccione al contrasilencio y trate de arreglar las cosas. Aquí existirá una buena oportunidad para explicarse, comunicarse y establecer cambios y condiciones para establecer una dinámica más respetuosa en la pareja.

Como comentábamos arriba, lo peor que puede hacerse en estos casos, como en cualquier otro chantaje emocional, es aterrorizarse y proporcionar el tipo de comportamiento que espera la otra persona para resarcir su ego. Porque si cada vez que realiza esa acción, se le sube la moral viendo como te desgañitas para que te perdone, no te quepa duda, de lo que seguirá haciendo.

Últimamente, he leído a varios autores que afirman que este tipo de silencios pueden considerarse un maltrato psicológico. No acabo de estar de acuerdo y creo necesario matizar este tipo de afirmaciones. No es lo mismo una actitud impulsiva en una persona que está abierta a reconsiderar y cambiar, que un método de control puro y duro donde nos encontramos una actitud de total frialdad y rigidez, acompañada de otros menosprecios hacia nuestra persona. En el primer caso, siempre que el resto de la relación nos compense, podemos intentarlo.

En el segundo caso, no perdamos el tiempo. De ninguna manera merece nuestro amor, cuidados o energías una persona que se divierte con nuestro sufrimiento.

El silencio es como el viento: atiza los grandes malentendidos y no extingue más que los pequeños. (Elsa Triolet)