
El auge de prácticas como el phubbing, la adicción a las redes sociales y el mal uso de la tecnología sólo son los síntomas de uno de los grandes problemas de nuestra época: la desconexión masiva.
Todos podemos observar una escena común de todos los veranos en cualquier playa o piscina: un grupo de adolescentes están tumbados, situados muy cerca los unos de los otros. El silencio es sepulcral. Al aproximarte, ves que cada uno de ellos está inmerso en su teléfono móvil. Esta imagen es la definición perfecta de la inmensa paradoja de la vida actual: nunca, teniendo tantas posibilidades de estar tan cerca, hemos estado tan lejos los unos de los otros.
Posiblemente, a muchas personas no les llame demasiado la atención este tipo de escenarios: estamos acostumbrados, por ejemplo, a estar en una reunión de amigos y que alguien ande más metido en su móvil que la interacción real. Cabe pensar que debe estar aburrido y deseando estar en un lugar diferente, pero la ironía de todo esto es que si estuviera en ese otro lugar, con esas otras personas, estaría chateando con la gente que está ignorando en esos momentos.
La cosa se agrava aún más cuando pasamos del grupo, al tú a tú. Es relativamente sencillo desviar la atención en una reunión con varias personas, pero cuando te encuentras la misma situación en un tête-á-tête (ya sea una cita, un encuentro con una amistad, un momento en pareja o con los hijos, etcétera…) la escapatoria se complica. No cabe otra que esperar a que el interlocutor de turno termine con sus menesteres virtuales o bien encarar un posible conflicto con dicha persona. Normalmente solemos optar por lo primero, si bien ya continuemos la velada con una tensión inherente que impide recuperarse del todo del ninguneo.
Nuestra relación con los teléfonos móviles es sólo la cara visible de una situación que se repite constantemente y que estropea de forma invariable nuestra manera de relacionarnos: el estar en cualquier parte, menos en donde realmente está nuestro cuerpo de carne y hueso. No disfrutamos de nuestros amigos, de nuestros hijos, de nuestros padres o de nuestras parejas, precisamente porque no estamos ahí y esas relaciones a las que nosotros mismos hemos restado atención, intensidad y energía van perdiendo cada vez más fuelle – llenándose cada vez más de ausencia- hasta que desaparecen en el mismo agujero negro de aburrimiento autoinducido en el que nosotros las metimos.
El uso del diversas estrategias inconscientes para huir de las situaciones y relaciones del presente, está relacionado con una tendencia social cada vez mayor hacia la evitación. No es necesario hacer phubbing para escabullirse de la vida real: las mismas personas que se acostumbran a estar perdidas en el móvil durante una reunión (por ejemplo), pueden utilizar la televisión, la comida, el trabajo after hours o cualquier otro tipo de compulsión que sirva para huir de la incomodidad de estar con uno mismo y los demás, en tiempo presente. A la demanda de quien nos solicite mayor presencia, contestamos es que estoy muy ocupado. Ocupados estarían en el siglo XIX, levantándose a las 5 de la mañana para trabajar en el campo, criando 9 hijos y haciendo la colada a mano todos los días. La mayoría de nosotros en el siglo XXI, presumimos de más ocupación de la que realmente tenemos.
A menudo, todas estas conductas evitativas esconden un proceso depresivo y a su vez, lo acrecientan.
No es de extrañar, pues, que tantos adolescentes – ya nativos digitales – reporten ya problemáticas de salud mental complejas desde edades muy tempranas. Los adultos tampoco nos libramos, pudiendo pagar un dineral por cursillos de mindfulness y similares, mientras somos incapaces de apagar el móvil mientras dormimos o dejarlo de lado cuando nos vamos de vacaciones. Pues entonces ¿qué esperamos? Cualquier cosa, menos coherencia.
Tenemos la consciencia de que la plenitud en las relaciones humanas tiene que ver con el contacto, la cercanía y la calidad en la manera en que interactuamos. Esta consciencia es aún mayor después de haber vivido una pandemia que nos ha limitado todo esto durante un largo tiempo. No obstante, para que las relaciones que nos rodean sean nutritivas, es necesario permitir que se desarrollen, cultivarlas y dedicarles atención y constancia. Esto no sucede rápidamente y además implica esfuerzo, por lo que a veces sentimos la tentación de atajar el procedimiento fomentando conexiones rápidas que llenen el hambre del momento. La tragedia de todo esto es que al final, estamos renunciando a una comida completa y saludable para atiborrarnos a Burger king que no van a ninguna parte y que acaba dejándonos vacíos, insatisfechos y aún encima, más gordos.
Muchas personas nos preguntamos si este modelo de hiperconexión adictiva acabará siendo tan extenso y excesivo que devore la verdadera interacción humana. Quizás ya seamos nosotros los dinosaurios a extinguir de un futuro en el que todo, desde comer, hasta hacer el amor, se tenga que hacer a través de una pantalla, como preconizaban en la estupenda Demolition Man.
¿Estará alguna vez preparado el cerebro humana para una completa inmersión en lo virtual? Quizás sea una especie de solución inevitable para este planeta plagado de gente con miedo de tocar el alma de alguien, o de que alguien se la toque. No obstante, es comprobado en la actualidad que desconectarnos de lo real acaba cobrando un precio alto en nuestras vidas. No sólo porque en la mayoría de los casos, la desconexión deja de ser un hábito y acaba siendo un adicción – con todo lo que conlleva- , sino porque la pérdida progresiva de vivencias de carne y hueso nos hunde en la insensibilidad y en la asepsia afectiva, promoviendo que nos veamos los unos a otros en ese rol de productos de consumo intercambiables y anónimos. Para adaptarnos a esta manera de funcionar y que no nos afecte, tendríamos que ser robots o cadenas de supermercados.
Me siento solo/a, no tengo amigos, nadie me comprende…son quejas comunes entre personas que sin embargo, tienen la agenda repleta de contactos. Cualquiera que se plantee estas inquietudes, debería acompañarlas de otras cuestiones: ¿Me molesto yo en llamar a alguien o en interesarme en cómo está? ¿Me he preocupado en desarrollar habilidades sociales? ¿Valoro y cuido a las personas que sí están? En definitiva: ¿DOY LO QUE PIDO?
Centrarse en lo que tenemos cerca, vivir el presente, va más allá de hacer meditación o pegarse dos juergas cada fin de semana. Se trata de afrontar conscientemente cada momento, sea alegre, feliz, aburrido, doloroso o incómodo, con el fin de conocernos a nosotros mismos en todas nuestras facetas y desarrollar cualidades tan esenciales para nuestro equilibrio como la creatividad, la resiliencia o el autoconocimiento. Si bien todos pasamos por épocas que podemos caer en compulsiones y desconexiones, no olvidemos que prolongarlas y alimentarlas sólo nos sirve para acabar estancándonos en esas zonas de confort donde luego nos lamentamos de que nuestra vida no nos llena, pero no sabemos que hacer para solucionarlo. Es lógico que la vida no te llene, si la vives con constantes distracciones e interrupciones.
Hay una verdad última en cualquier mecanismo que usemos para no estar en el presente: el hecho de que hacer todo esto nos impide crear nuestra propia energía vital. Si no creamos energía, la buscaremos en otras personas. Si las otras personas tampoco generan energía porque están como nosotros, generaremos dinámicas tóxicas. Y una sociedad repleta de personas que no generan energía, sólo pueden aspirar a intercambios tan intensos como efímeros, que conducen indefectiblemente a reencontrarse con su propio vacío.
La próxima vez que estés haciendo algo potencialmente interesante e importante y notes que algo te empuja a sacar tu móvil, buscar una distracción o evadirte de una situación, te propongo en cambio un ejercicio: déjate vivir la incomodidad que sientes, permite que vengan los pensamientos y emociones y vive ese momento tal y como esté siendo.
Quizás descubras cosas que ni te imaginas.
Cuando al final de la vida, la mayoría de los hombres miren hacia atrás, descubrirán que han vivido ‘ad ínterin.’ Se sorprenderán al ver que aquello que han dejado escurrirse sin apreciarlo, ni disfrutarlo, fue, precisamente, su vida. (Arthur Schopenhauer)
Hola Cristina!
No sé muy bien dónde encajar mi consulta.
Te sigo desde 2016.
Lo he leído todo. Más de una vez. Lo que consulta la gente.
Lo que tú respondes.
La parte de superación de rupturas sé que se acaba saliendo. No me preocupa.
Sí el cómo me quedo después
Vacía
Sobreviviendo (sin ser feliz) y sin ilusión
En una especie de estado de tristeza no intensa, puedo funcionar perfectamente
Pero triste.
Mi pregunta es:
qué se tiene que hacer para salir de esa tristeza y no sentir que tu vida han sido muchas relaciones que no han llegado a ninguna parte?
Tengo una ruptura reciente sin arrepentimiento por mi parte.
No tengo ansiedad (la he tenido pero la he pasado)
Tenía claro que no estaba enamorada
Y no echo lo que se dice de menos a la persona
Es una especie de reflexión vital lo que siento
Me pasa que me siento triste porque pienso madre mía ya no somos nada
Pero no por decir voy a pedir una amistad
No
Es ese sentimiento de que personas a las que tú quieres, ya no están
Que ha de ser así
Porque he vivido el otro lado
Por eso lo sé
Pero se me han descosido todas las cicatrices de toda una vida
He perdonado interiormente hasta a los que me putearon hasta decir basta
Y no solo relaciones de pareja
También las relaciones de amistad que se fueron perdiendo
Y yo la amistad me la trabajo
Pero ha sido dejar yo de estar detrás de un montón de gente y quedarme con dos o tres vínculos.
Cómo se acepta el dolor de la pérdida?
El que la gente te acompaña un trecho del camino y desaparece?
Que una vez falten tus padres no tienes pilares incondicionales?
Cómo se es feliz sin “pilares”incondicionales?
Es cuestión de autoestima?
Gracias Cristina un beso enorme
Te queremos.
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Hola Lady,
Para mí es esencial tener una buena red personal en tu vida, ya sea familiar, de amigos que son como familia o de vida de comunidad.
El secreto de construir relaciones es básicamente empezar por entender que no tienes que esforzarse para que te quieran o quieran estar contigo.
La vida te va trayendo encuentros y algunos fluyen maravillosamente y crecen sin grandes trabajos y otros no se sostienen porque simplemente no hay interés correspondido como te ha pasado a ti con ciertas amistades.
Por supuesto todo requiere construir, pero es mucho más fácil construir cuando los cimientos son potentes que cuando están flojitos.
Para ello, es esencial saber escoger a las personas que realmente te aportan y te corresponden y dedicar esa energía a ellas, dejando ir sin drama a aquellos con los que no se produce esa sinergia (o dejó de producirse).
Aceptando también que en efecto, la vida nos trae muchas pérdidas y muchas veces por no aceptar las mismas, nos sobreesforzamos en cosas que finalmente se pierden igual (porque dependían únicamente de nuestro esfuerzo, que no es más que una forma de intentar controlar nuestro miedo a que se vayan).
En definitiva, tienes tres trabajos por delante. El primero, darle el valor que se merecen esos dos o tres vínculos potentes que ya tienes (que hay gente que no tiene literalmente a nadie), el segundo ser tú quien suelte lo que no funciona y el tercero, escoger en tu vida relaciones de calidad y valiosas que aunque finalmente terminen, no te dejen vacía, por todo lo que te has llevado en el camino.
Vivir el presente, en suma.
La pérdida duele, claro que duele: es precisamente ese dolor lo que te indica que estás viva y las cosas te importan. La única manera de aminorarlo es aprender a agradecer todas y cada una de las cosas que hemos compartido y vivido con esas personas. Y por eso es tan importante que las vivencias que podemos elegir MEREZCAN LA PENA.
Un abrazote
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Un abrazote Cristina
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Hola Cristina tenía una duda cuando te enfadas con amistades , te alejas y no siquiera te buscan ? O si aparecen hacen como que aquí no ha pasado nada ? Es momento de dejar ir ?
Yo es que he tenido que tomar esta determinación hice lo correcto ? Gracias
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Hola Angeles,
Si en estos momentos necesitas mantener una distancia, yo lo dejaría estar. Pero si necesitas hablar con ellos, expresar lo que te ha molestado o dolido, yo intentaría acercarme y tratar al menos de decir lo que siento, para librrarme de ese malestar y dar oportunidad a arreglar la situación. Salvo que lo acontencido sea algo de mucha gravedad.
Yo muchas veces me he alejado drásticamente y a día de hoy me arrepiento porque algunas veces sí era necesario cortar esas amistades, pero otras veces sí hubiera necesitado hablarlo.
Abrazos
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Todo eso pasa porque se “queda” por “quedar”.
Yo nunca estoy pendiente del móvil cuando estoy con alguien.
Porque hace años que te sigo 😉, el entorno que tengo es poco y muy bueno, y como me encanta estar con esas personas ni se me ocurre mirarlo.
Antes sí lo hacía, quedaba con personas no afines porque lo de estar sola era como “lo peor”.
Besazos Cristina!
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Ahí le has dado…
Pienso que para saber escoger y valorar la compañía, hay que saber también estar solo. Entonces uno va libremente a donde quiere ir.
Abrazos
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