Si tuvieran que dar un premio al consejo más repetido y más inútil de este siglo XXI, ya tendríamos una clara ganadora. ¿Aprender a quererse? Sí, vale y ahora explícame cómo lo hago.

Terapeuta: Tiene usted que enamorarse de sí mismo.

Paciente: No soy mi tipo.

Me cuenta una conocida su periplo por diversos terapeutas entre risas que esconden una pertinaz frustración. Desde el primero hasta el último, lo único que ha sacado en claro es que tiene que aprender a quererse. Aprende a quererte: son las tres palabras que se trae al final de cada consulta, pero sin una aparente operativa práctica que las acompañe.

Escuchamos la misma expresión en bocas de familiares, amistades, frases de Instagram y Facebook, charlas de coaching online, cursos que te cambiarán tu vida en tres días por un módico precio de 150 euros y coloridas agendas llenas de frases motivadoras para regalar a tu mejor amiga en Navidad.

Aprende a quererte es ya un eslogan tan publicitario y popular como el Just Do It de Nike, el Destapa la felicidad de Coca-Cola o Aquí tú eres el King, de Burger King. En lo particular, si tuviera que escoger una frase de empoderamiento cutre, elegiría esta última, que al menos te hacer sentir como el rey del reggaetón.

Y no es que haya nada malo en aprender a quererse, todo lo contrario. Aprender a quererse está fenomenal. El problema está principalmente en el enfoque imperativo del aprende. Las personas que sienten que no se quieren a sí mismas, normalmente no se ven impelidas a hacerlo bajo mandato cósmico, más bien todo lo contrario y reconozcámoslo, cuando decimos a alguien que hay que aprender a quererse no lo hacemos con el afán de ofrecerle una posible solución real, sino de apartar el halo de su baja autoestima (o de la nuestra) como si fuera una mosca molesta a la que hubiera que espantar urgentemente de un manotazo verbal.

Las personas no necesitan eslóganes, necesitan información, estructura, entendimiento y acción. Aprende a quererse es algo totalmente abstracto. Es como si una persona tiene continuos conflictos con su pareja, y a modo de solución, se le indica aprende a no discutir. Si lo llevamos a un ejemplo más extremo, es como si un astronauta se queda a la deriva en el espacio y en lugar de lanzar instrucciones y coordenadas, se le dice que se anime y tenga fe.

Como para que os cuenten que tenéis que aprender a quereros ya tenéis las tazas de Mr. Wonderful, vamos a ponernos manos a la obra y a contar cómo demonios se ejecuta tal hazaña.

En primer lugar, vamos a empezar por desdramatizar el hecho de no quererse. Suele ocurrir que el origen de una baja autoestima se sitúa en la infancia. Un niño o niña que no reciba un sustento emocional adecuado a sus necesidades, puede desarrollar una estructura de personalidad carente, que imprime en su inconsciente una permanente sensación de bajo merecimiento, de que para ser amado, contenido o atendido debe hacer ímprobos esfuerzos por complacer a otras personas.

Si han tenido que esforzarse para obtener cuidados y atención de sus propios padres, que deberían amalos incondicionalmente, ¿qué no habrá que hacer para obtener el afecto de otras personas que no son los padres? No sé, ¿ganar un Nobel, batir un récord olímpico, escalar el Everest?

Esa privación inicial será en el futuro adulto como si tuviera que erigir un edificio de diez plantas cimentado en arenas movedizas. Este edificio estará permanentemente en riesgo de derrumbe; la persona que se construye de esta manera, percibe que lo que está construyendo no es del todo seguro, no es del todo real.

Evidentemente vivir con dicha zozobra interna causará eventualmente un sinnúmero de fobias, ansiedades, problemas psicosomáticos y todo tipo de manifestaciones de que Houston, tenemos un problema y nadie que no seamos nosotros puede hacerse cargo de él.

No obstante, que no cunda el pánico. Como suele decirse, todos venimos a este mundo con unas cartas determinadas, pero siempre podemos escoger cómo jugarlas. De las similitudes fascinantes entre el póker y la vida hablamos ya otro día.

Pasamos a la Fase 2: cuando este niño carente se va haciendo mayor, su íntimo sentido de desmerecimiento le va a granjear una serie de experiencias non gratas. Es fácil caer entonces en un estado de impotencia e indefensión aprendida, donde uno ya camina por la vida con la cabeza gacha, casi esperando la próxima debacle y totalmente desvinculado de la responsabilidad sobre su bienestar y su propia persona. Si la autoestima ya venía baja, para entonces ya estará en Mordor.

Deseablemente, aquí podríamos llegar a una Fase 3: la persona cae en una crisis existencial y empieza a cuestionar menos a los demás y a cuestionarse más a sí mismo, lo cual es el camino a la verdadera sabiduría. En este punto la persona que está en la labor de aprender a quererse, se va dando cuenta de varias cosas:

  1. Sostiene vínculos inadecuados: el adulto que no siente en derecho a ser amado como es, se desgasta en relaciones con que reflejan las actitudes de rechazo o desamor que recibió en su infancia. En cambio, tienden a alejarse o a desatender a las personas que sí podrían ofrecer un cariño y aceptación genuinos y sin complicaciones.
  2. Asume roles problemáticos: acepta condiciones laborales paupérrimas, es proclive a que le exploten, hace un papel sumiso en la dinámica familiar, etcétera.
  3. Se autocastiga de forma frecuente: tanto en pensamiento y acción, no logra disfrutar de un logro personal, se desmerece, no acepta un elogio honesto porque le incomoda, no sabe pedir ayuda cuando la necesita, etcétera.

A este punto pienso que posiblemente lleguen la mayoría de las personas que están embarcadas en la magna empresa de aprender a quererse, porque si no, no sabrían porqué desean aprender a quererse. Independientemente de lo que se haga después, tomar consciencia es un paso de gigante. A partir de aquí, la persona empieza a adquirir lo que se denomina un locus de control interno. Descubre que gran parte de las cosas que suceden en su sufridora vida no sólo no son una maldición irremediable, sino que dependen en mucha medida de su manera de actuar, que a su vez tiene mucho que ver con su manera de pensar. Es el inicio de la personalidad adulta.

Y ahora empiezan las dificultades. Hay una cierta complacencia secreta e inconfesable en sentirse muy buena persona y muy víctima, culpar a los demás de todo y proclamar que a pesar de todo yo soy así, así seguiré, nunca cambiaré, que diría Alaska en su mejor temazo.

Hay complacencia no porque las personas sean masoquistas y les encante pasarlo mal por no quererse, sino por que ese papel de huérfano desvalido es un rol adictivo para un ex-niño que no quiere hacerse adulto y renunciar a la fantasía de ser adoptado por algún benefactor que le dé el amor de infancia que no recibió de padre o madre (o ambos).

Abandonar ese perfil y hacernos responsables significaría dejar atrás algo que consideramos un lugar seguro y aquí es donde encontramos esa lucha entre lo que hemos sido y lo que queremos ser. Lucha que durará hasta el día que día que nos muramos. Y si no la tenemos probablemente ya estamos muertos y aún no nos hemos dado cuenta.

Cada vez que demos un paso adelante hacia la responsabilidad y el equilibrio en nuestras vidas, el huérfano desvalido pataleará, como es natural.

Aunque hayamos decidido salir de su control e incluso hayamos tomado decisiones y ejecutado acciones (terminar una relación tóxica, plantar cara ante un abuso laboral, poner límites a la familia, etcétera), luego vamos de nuevo para atrás y nos encontramos haciendo las mismas cosas de las que creíamos habernos librado.

En estos momentos es fácil caer en la impotencia y el auto saboteo, pero es precisamente en estos momentos cuando es más importante acepta nuestro proceso tal y como es, con recaídas inclusive.

Aprender a quererse implica a aceptar que lo más valioso no es llegar a esa meta ideal que tengamos en la cabeza. Es más que probable que nunca adquiramos una autoestima prístina e invariable, más que nadie porque incluso las autoestimas más políticamente correctas sufren sus propios varapalos. Lo esencial es aprender a querer ese camino de vida que vamos a hacer para aprender a querernos. Apreciar cada avance y cada cambio y tomar cada traspiés como una oportunidad de saber a qué tenemos que prestar atención para seguir trabajándolo.

Que la mente formule creencias y pensamientos pertenecientes a patrones disfuncionales con los que nos hemos construido, es perfectamente normal. Esto sucederá aun a pesar de nuestros mejores intentos de cambiarnos o empoderarnos.

Cuando esto ocurra, es un buen momento para pararse y darse un margen: de este modo, detenemos el tiempo antes de que ese patrón mental se exteriorice con cualquiera de las acciones que hacíamos en el pasado y que nos perjudicaban. No esperéis que una acción que no estás acostumbrado a ejecutar, salga fácilmente como si nada. Tu tendencia va a ser actuar con la misma inercia de todos los años previos. Por esto, necesitas una parada para reconvertir la acción en algo nuevo, que le diga a tu pensamiento que algo ha cambiado y que más vale que se vaya dando por enterado.

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Ahora que ya sabéis todo el proceso que implica lo de aprender a quererse, estoy segura de que seréis mucho más circunspectos a la hora de utilizar este concepto, tanto con vosotros mismos como con los demás. O cómo mínimo, antes de soltarlo, entenderéis mucho de lo que hay detrás. Convirtamos el consejo más inútil del siglo XXI en el más productivo.