O cómo encontrar el verdadero placer en un mundo en el que existe mucho sexo y muy poca sexualidad.

Necesitamos innovar nuestra vida sexual, le comenta una mujer de mediana a edad a su pareja, con la que lleva varios años de relación. Ambos están preocupados por que, por una razón o por otra, el deseo parece haberse apagado entre ellos. Él lee por alguna parte un reportaje en el que algún sexólogo habla de una supuesta media de 2-3 relaciones sexuales en las parejas españolas. Ellos están muy por debajo de esa media.

Como la mayoría de las parejas modernas, ambos se enredan en un interminable análisis sobre los motivos por los cuales se esté produciendo la catástrofe lúbrica. ¿El estrés? Es verdad que siempre están muy ocupados. Si no es el trabajo, es la familia; si no es la familia, son los amigos; si no son los amigos, son las tareas del hogar. ¿Acaso es que no se comunican lo suficiente? Es cierto que en el día a día, apenas suelen tener tiempo para hablar largo y tendido, pero cuando hay algún problema, siempre han podido transmitirlo y establecer un montón de buenos propósitos que rara vez cumplen. Pero comunicarse, se comunican.

Y por debajo de todo, está la única cuestión que no se atreven a confesarse.

¿Y si nuestra relación se está terminando? ¿Y si ya no nos amamos? ¿Y si la falta de sexo hace que nos distanciemos cada vez más y nos perdamos?

En busca de la lujuria perdida – y con el afán de alcanzar la media nacional – esta pareja acude a un sex-shop. En aquel artículo sobre sexología, también se recomendaba introducir innovaciones a la vida sexual con el fin de sacudirse la monotonía. Ojean con curiosidad consoladores de diversos tamaños, ropa interior provocativa, satisfyers, lubricantes de sabores y se ríen juntos ante otros artilugios aparatosos que jamás utilizarían. Esa risa en común es lo más íntimo que han hecho en meses.

Salen de la tienda con una bolsa que contiene sus nuevos juguetes. Esa noche, los sacan, excitados como niños que abren los regalos la mañana de Navidad. Prueban todo lo que han comprado; algunas cosas les gustan y otras, serán condenadas eternamente a la prisión del cajón de la mesilla de noche. Se lo pasan muy bien. Su vida sexual parece volver a reverdecer y durante un mes, disfrutan de la novedad hasta que sucede todo lo que suele suceder con las novedades: que deja de ser una novedad.

La pareja regresa a su inercia anterior: de nuevo, la rutina, los asuntos familiares, las tareas del hogar y las obligaciones laborales parecen ocupar todo el espacio disponible entre ambos. Cuando tienen un rato juntos, él prefiere irse a practicar deporte para quitarse el estrés y ella prefiere ver Netflix. O viceversa. Cuando se termina la jornada y se disponen a acostarse, están demasiado cansados. Es verdad que deberían – piensan – hacer un esfuerzo por mantener la llama, pero diantres ¿a quién le apetece hacer OTRO esfuerzo más?

Podría parecer algo triste pensar en el sexo con la persona que quieres como en un esfuerzo. No obstante, es mucho más habitual de lo que creemos. El sexo se ha introducido en la agenda vital en la misma categoría que cualquier otro deber cotidiano, convirtiéndolo en una actividad que en ocasiones debe ser planificada, programada y ejecutada con la misma eficiencia que todas las demás. La pareja ficticia de la que hablábamos arriba, es un ejemplo de la situación de muchas miles de parejas que tienen un inicio muy pasional que se va diluyendo drásticamente hasta encontrar a dos personas que, sin sexo, no tienen ni idea de lo que les une.

Vivimos en una época enormemente sexualizada. Basta con abrir una app de contactos para obtener citas con relativa facilidad y a veces, con varias personas al mismo tiempo. Esto multiplica la posibilidad de obtener relaciones sexuales de forma rápida y sin necesidad de establecer compromiso alguno y con la opción adicional de desaparecer del mapa en los famosos ghosting que tanto se estilan en estas redes (y fuera de ellas). La cantidad de opciones a este respecto facilita que la mayoría de las personas puedan disfrutar de una vida sexual muy activa y variada. ¿El problema? En teoría, ninguno. En la práctica, induce a menudo a una problemática de la que muchas personas no son conscientes hasta que se emparejan: que empiezan a medir su relación en función de la intensidad y de la frecuencia de las relaciones sexuales

La sexualidad en pareja no tiene absolutamente nada que ver con el sexo casual. En el sexo casual, lo divertido es ir cambiando de compañeros, de modo que se vive una sensación de constante novedad que lo hace muy estimulante. De paso, esquivamos la conexión emocional, evitando poner, como diría el refrán, todos los huevos en la misma canasta. Pero esa ya es otra cuestión.

En las relaciones de pareja funciona distinto. No se requiere una constante novedad para mantener el deseo. Además sería inviable. Llegaría algún punto en que ya se hubiera probado todo lo que se pudiera probar y sólo nos quedaría la opción de abrir la relación y hacer lo mismo que una persona soltera, pero con el beneplácito parejil. El problema es que la mayoría de las personas, independientemente de los discursos postmodernos que se oyen en los últimos tiempos, no quieren tener relaciones abiertas con parejas a las que aman.

La sexualidad en pareja, para que resulte satisfactoria y se sostenga e incluso mejore en el tiempo (y no acabe aburriendo hasta a las ovejas) requiere que exista una conexión emocional. Al principio, cuando dos personas se conocen y se atraen, esa conexión sucede casi sin esfuerzo. Aparte de la novedad, la propia fuerza amorosa de un encuentro de este tipo hace que, por un tiempo limitado, abramos ampliamente esas pequeñas puertas cerradas tras las cuales habitan nuestras más íntimas vulnerabilidades.

Pasa el tiempo y suele suceder que esas pequeñas puertas empiezan a volver a cerrarse. La pasión que permite bajar el puente, cruzar el foso de los cocodrilos y entrar el castillo, empieza a perder fuerza. Las defensas vuelven a elevarse. Ponemos en marcha un montón de mecanismos inconscientes para no entregarnos a esa experiencia vital -muchas veces aterradora- que es la entrega afectiva.

Primero, sin darnos mucha cuenta porque es una inercia, empezamos a desplazar la atención. Desplazar la atención a otras cosas es una estrategia que sirve para escapar de una sensación de incomodidad. Para muchas personas, es muy incómodo prestar atención a sus seres queridos, pues esto implica verlos como personas y por tanto, exponerse a un montón de emociones que conectan con nuestras heridas de abandono, de pérdida o de rechazo. Cuando uno o ambos miembros de la pareja retiran su atención de un relación, la cosifican, la convierten en un objeto. Tiene toda la lógica del mundo, pues, creer que la mejor manera de reavivarla es introducir otros objetos nuevos.

En El corazón de las enseñanzas de Buda, el maestro Thich Nhat Hanh decía algo tremendo: Si no prestas la adecuada atención al ser amado, es como matarlo. Pero dentro de nuestra complejidad y naturaleza dual, somos perfectamente capaces de matar a una persona en nuestro corazón, retirando nuestra energía de su existencia y sin embargo, no ser capaces de separarnos de ella. ¡Tremenda ironía! Hemos conseguido no necesitar a un ser humano, ¡pero ahora necesitamos al objeto!.

De la mano con la falta de atención, se encuentra la falta de autoestima. La falta de autoestima es muy perjudicial para la sexualidad. Se traduce de muchas maneras: la ausencia de autocuidado, los complejos físicos, los bloqueos corporales, el afán de conseguir una determinada meta para reafirmar la hombría o la feminidad, etc. Muchas personas viven el sexo de cualquier modo, menos del único modo que hay que vivirlo: para disfrutarlo.

Hacer el amor con alguien a quien quieres no debería ser nunca parte de la agenda de quehaceres cotidianos. Eso sólo sucede cuando necesitas suplir tu falta de atención y tu falta de amor con esfuerzos innecesarios. Hacer el amor con alguien a quien quieres no requiere tampoco grandes innovaciones y si se convierte en una actividad aburrida o tediosa, no es por no tener suficientes juguetes o no variar prácticas, es porque estáis más preocupados de hacer, que de ser o sentir. Es una buenísima llamada de atención para que os pongáis las pilas para dar más prioridad a vuestra esfera emocional, lo que sin duda repercutirá muy positivamente en las relaciones sexuales en general y en la relación de pareja, en particular.

Hace poco, en una conversación sobre este tema, alguien lo explicó con una metáfora excelente: aburrirse de hacer el amor con la misma persona, es como aburrirse de tomarse el café todos los días. ¿De verdad necesitas innovar cada vez que desayunas? ¿Te tienes que esforzar por beberte ese café? No ¿verdad? Pues esto es algo similar: la sexualidad no es una hazaña, no es un lujo para darse en los días buenos, no precisa un calendario especial, es simplemente un compendio de gestos cotidianos que hacemos para reafirmar el simple hecho de que nos sentimos y estamos vivos.

Y así podemos entender ese extraño fenómeno de tantas parejas que en muy poco tiempo se aburren aun haciendo todas las posturas del Kamasutra y otras tantas que siguen pasándolo bien haciendo lo mismo durante años.

Me gustaría crear una línea de tiempo alternativa para la pareja de nuestra historia en la que decidan mandar al diablo a la media nacional y se dediquen mucho más a reírse juntos. Es seguro al 100% que acabarán follando más.

Tal vez no exista una intimidad más grande que la de dos miradas que se encuentran con firmeza y determinación, y sencillamente se niegan a apartarse.

(Jostein Gaarder)