Pasar de la exaltación a la tristeza más absoluta; querer una cosa con rabiosa intensidad y perder el interés al día siguiente; pasar del blanco al negro, de arriba a abajo, del cielo al infierno, de la calma, a la tormenta: esto es vivir con una emocionalidad inestable. ¿Qué nos sucede?

La inestabilidad emocional es un caballo de batalla para muchas personas adultas. A menudo, quienes padecen de estas volubilidades se definen a sí mismos como impulsivos, sin dirección, caprichosos y obsesivos. Produce mucho sufrimiento en quien la padece y en ocasiones, también origina muchos daños colaterales en quienes le rodean, que no suelen entender gran cosa de lo que sucede (pero igualmente sufren las consecuencias.). Son comunes en esta condición los bucles mentales, las dudas neuróticas y el hiperanálisis – lógico, ¿cómo no vas a comerte la cabeza si un día estás muy bien y al otro día estás fatal…por ninguna razón en concreto?

Ocurre que en ocasiones la edad, la madurez y las diversas experiencias vitales hacen que esta inestabilidad acabe amainando por sí sola. Otras veces, sin embargo, el avance de los años no sólo no logra acomodar esta tendencia, sino que incluso la puede agravar, sumando a la montaña rusa nuevos loopings de obsesiones y neuras sobre neuras.

La persona inestable se caracteriza por una serie de rasgos comunes:

  • Baja autoestima: No todas las personas con baja autoestima son inestables, pero es seguro que todas las personas inestables tienen baja autoestima.
  • Dependencia: la persona inestable tiende a delegar en exceso el peso de sus emociones en manos de otras personas a las que considera más capaces o más equilibradas.
  • Bloqueos emocionales: aunque pudiera parecer que la persona con estas características es muy emocional, no lo es. Es excesivamente MENTAL. Son sus pensamientos obsesivos, sus neurosis y sus sesgos cognitivos los que le desordenan las emociones, no al contrario.
  • Orientación hacia lo externo: Me han dicho esto, lo otro, comentaron sobre mí, éste me hizo nosequé, me pasó, me afectó, me sucedió, etc…El estado interior parece estar constantemente tambaleándose por cualquier cosa que sucede en el exterior.
  • Inseguridad: una profunda desconfianza en las propias capacidades para lidiar con situaciones de diversa índole genera una interacción plagada de miedos, desconfianza y paranoia.

Dejo aparte otros posibles factores que estén relacionados con genética o trastornos de otra índole, porque en este caso complicaríamos el tema en exceso. Tened en cuenta que estos temas van dirigidos a un público general y es imposible contemplar todas las excepciones. Baste con comentar que en caso de duda, consulte con su terapeuta.

El proceso para conseguir el caballo de batalla de nuestras emociones se convierte en un amable pony que ande al trote a nuestro paso, es, como todos, largo. Si os habéis hecho ilusiones pensando que esto sí sería fácil, pues no, esto tampoco lo es. Aunque para no desanimar a nadie, como siempre comentaré que es un proceso que da resultados muy gratificantes. El escollo más importante para trabajar con el tema de la inestabilidad emocional es que muchas veces y por sorprendente que parezca, la persona que quiere curarse de este singular mal no quiere renunciar a los beneficios que conlleva este patrón. El nudo gordiano de la inestabilidad parte exactamente de este punto.

Porque si llevamos siglos aferrándonos a un comportamiento o creencia que nos genera problemas, es porque también le sacamos alguna cosita que nos gusta, para qué nos vamos a mentir. Que uno puede ser inestable, pero no masoquista.

¿Y qué de bueno o positivo puede haber en la inestabilidad emocional? Principalmente es una manera de atraer personas cuidadoras, que se ocupen de esas cosas que uno no se siente capaz de afrontar por sí mismo (ya sean emocionales, prácticas, etc). También derivado de ese sentimiento de incapacidad, el patrón sirve para evadir responsabilidades, tomar decisiones o en general, comportarse como adultos. El estado adulto supone regular las propias emociones, hacerse cargo de lo que le compete a uno, no culpar a los demás de los errores propios y tener una base sólida con la que poder enfrentarse a la vida. Todo lo cual es incompatible con ser inestable.

Para poder renunciar a las facilidades que nos genera la enfermedad, debemos centrarnos en los mayores beneficios que pudiera conllevar la sanación. Estos beneficios no son únicamente para los que nos rodean, sino sobre todo para nosotros mismos. Si crecer en la inestabilidad es como tratar de sembrar en arenas movedizas, la estabilidad es ese terreno fértil donde realmente pueden prosperar las plantas más altas, robustas y hermosas. Cuando estamos en modo montaña rusa, es posible que vayamos con mucha facilidad del subidón de un estímulo cualquiera, al bajón tremendo cuando ese estímulo ya haya cumplido su breve ciclo de exaltación. Si no estamos todavía muy conscientes, normalmente culparemos al estímulo de ser insuficientemente estimulante, aunque la realidad es que sólo el valor de la novedad consigue el efecto deseado y no existe nada en este mundo que no deje de ser novedad en algún momento.

Cuando empezamos a estabilizarnos, descubrimos la satisfacción de los verdaderos logros, que es mucho más duradera y sobre todo, no deja mala resaca después.

Reeducar la inestabilidad emocional y toda la base que la sustenta, es un proceso complejo. Uno debe empezar a sentirse lo bastante incómodo como para mirarse adentro, que muchas veces no hacemos porque la velocidad de la montaña rusa nos impide detenernos para observar lo que está pasando.

Es importante entender que la inestabilidad en muchos casos mejora por sí sola a medida que maduramos. En el proceso de sumar años y experiencias, obtenemos la construcción de una identidad personal cada vez más sólida y asentada, lo cual permite que nos sintamos más seguros de nosotros y por tanto, somos menos afectados por los acontecimientos externos. Si no hay mejora a lo largo de la vida adulta, es muy posible que nos hallemos ante un problema de personalidad que se haya cronificado. Es decir, la persona afectada por la montaña rusa posiblemente se las haya arreglado para evitar todas aquellos riesgos, experiencias y encontronazos vitales que le habrían permitido obtener ese sentido de la identidad.

Nos encontramos entonces con adultos, en torno ya a la mediana edad, con el famoso Síndrome de Peter Pan, que a pesar de que lo asociemos con el personaje alegre de la novela de J.M. Barrie, en muchas ocasiones está asociado con depresiones muy graves y otros síntomas no demasiado alegres.

¿Cómo empezar a trabajarse la inestabilidad? Terapia aparte, podemos hacer un ejercicio muy sencillo, que es el de aprender a autorregular nuestros altibajos emocionales. Cuando aparezca el estado de carencia o desequilibrio, intentaremos recurrir lo menos posible a adicciones, a estímulos externos o a tirar de la energía de otras personas. En esos momentos, podemos probar a crear un espacio de silencio para encontrarnos con el aburrimiento y el vacío, y permitir que haya espacio para que algo empiece a crearse desde dentro. A medida que nos acostumbremos a visitar ese lugar interno cuando estemos perturbados, nos resultará cada vez más sencillo recurrir a él.

Y quizás un día, para nuestra sorpresa, ese espacio misterioso del que tanto huíamos, se habrá convertido en un templo.

Dominar el mundo emocional es especialmente difícil porque estas habilidades deben ejercitarse en aquellos momentos en que las personas se encuentran en peores condiciones para asimilar información y aprender hábitos de respuesta nuevos, es decir, cuando tienen problemas. (Daniel Goleman)