O por qué nadie debería decirle nunca a otro nadie frases como: estás exagerando. Eres demasiado sensible. O no deberías sentirte así.

Invalidar las emociones propias y ajenas es una práctica que se ha tenido muy normalizada hasta hace relativamente poco. Seres que sienten poco, son gente que hacen muchas cosas para compensar los huecos vacíos del no sentir. Y como decía el gran Terry Pratchett, a los dioses no les gusta que las personas no trabajen mucho, porque las personas que no están ocupadas constantemente pueden empezar a pensar.

Así que nos hemos customizado para ser más productivos y a la par, más estúpidos. Todo esto ha llevado a irnos cargando el planeta y todas esas cosas, pero de eso ya hablamos otro día.

Vamos a lo positivo: la cuestión de aprender a validar emociones está cobrando fuerza tras muchos, muchos años de ir aprendiendo a hacer todo lo contrario. Esto no puede hacer más que gustarnos, porque cuanto más validamos emociones ajenas, más cómodos nos sentimos con las nuestras, mejor las lidiamos, menos nos atormentamos y más tranquila y beatíficamente dormimos. Si no nos convence todo lo demás, sólo lo de dormir bien me parece ya un argumento inmejorable.

En la década que llevo dedicándome al tema del desarrollo personal, una de las labores que he realizado de forma más recurrente es la de validar lo que sentían y experimentaban otras personas. Quizás de todas las cosas que he vivido a través de este trabajo, ésta ha sido una de las más gratificantes y satisfactorias. Impresiona a su vez – y entristece – ver cuánta gente viene privada del derecho elemental a sentirse como le dé la real gana y basta con un breve intercambio para intuir toda la historia de represión y rechazo que llevan detrás. Por todas estas experiencias, considero que aprender a validarse tal y cómo uno se siente, es de importancia capital.

¿Importancia capital, dice? Pues sí, señores. Importancia capital.

Ok, validar emociones no parece tener un efecto práctico. Es decir, no produce dinero, no arregla la vida de nadie, no te hará sacar las oposiciones, ni darle de comer a tus hijos. Pero si eres una persona medianamente inteligente, sabrás que unas emociones bien gestionadas son salud mental y sin salud mental, la vida también se acaba desarreglando en muchos otros aspectos más pragmáticos. Pura holística.

Dicho esto, ¿en qué consiste exactamente eso de invalidar emociones? Existen varios tipos de invalidaciones. Vamos a ver los más frecuentes.

  1. No escuchar. De esto pecamos mucho sin mala intención porque todos tenemos la creencia de que somos muy interesantes y no debemos privar al resto del mundo del placer de disfrutar de pormenorizados relatos sobre nosotros mismos. Se nos olvida que ya pasamos todo el santo día en nuestra compañía y que precisamente la gracia de tratar con otras personas es tener algo más de variedad y asomarnos a otros mundos aparte de nuestro ombligo. No escuchar es una forma de negar la existencia, la energía y la identidad del otro. No escuchar implica interrumpir de forma constante, evitar hacer preguntas para interesarnos por el otro o no responder cuando nos cuenta sus cosas.
  2. Rechazar la experiencia emocional del otro: cuando alguien nos cuenta cómo se está sintiendo, responder con los típicos comentarios con los que hemos iniciado este artículo. Tacharlo de histérico, exagerado, pretender que haya emociones políticamente correctas o políticamente incorrectas, despreciar sus gustos y sus idiosincrasias, etcétera, etcétera.
  3. Impedir que el otro se exprese: a mí particularmente esto me parece un crimen que debería estar penado con la cárcel. Lo triste es que a lo largo de la Historia, se ha encarcelado a mucha gente precisamente por lo contrario. Toda forma de represión es absurda. Si alguien lleva un fuego dentro, debería encenderlo, por sí mismo y por los demás. Salvo que tu necesidad de expresión implique dañar gente, en cuyo caso, es mejor que no te expreses.
  4. Anular al otro: cosificar a los demás para sentir que tenemos control sobre ellos, ignorar sus virtudes, sus habilidades y sus mundos internos porque necesitamos que sea un producto a ser utilizado y no queremos que nos perturbe la molesta cuestión de que el producto tenga sentimientos y emociones propias y pueda no hacerle ninguna gracia dicha cosificación. Que está en todo su derecho.

Otras variantes de invalidación pueden ser realmente agresivas, como suelen verse muchas veces en los casos de maltrato psicológico o físico. Pero no quiero llevar el tema hasta ahí, centrándome simplemente en formas de invalidación que podemos observar en el ciudadano de pie, que también somos nosotros.

Después de relatar cómo invalidamos, la pregunta del millón sería: ¿por qué invalidamos? ¿Qué nos lleva a intentar cancelar las emociones ajenas cual Netflix con las primeras temporadas de las series malas? Podríamos extendernos siglos sobre la cuestión, pero todo se resume en una sola palabra: MIEDO.

Si yo acepto lo que siente otra persona y le otorgo una dimensión más allá de lo que me conviene, lo que conozco o lo que controlo, me expongo a algo realmente terrible: salir de mi mismo e ir al encuentro del otro.

Y digo terrible no porque en verdad lo sea. De hecho es una de las cosas más magníficas de la vida. Me refiero a que exista algo en nuestra historia inconsciente que ha clasificado tal milagro como una amenaza nuclear. Y así la tratamos. Ahí ya cada cual que se analice a ver de dónde viene lo suyo.

¿Y qué beneficios obtenemos a través de la validación emocional?

Bueno, para empezar, el poder vivir y disfrutar de la experiencia de encontrar esos muchos tesoros que habiten cuando vamos más allá de nuestros miedos. La práctica de validar es muy interesante porque tiene un efecto espejo muy potente. Es decir, si nosotros aceptamos las emociones de los demás, nos resultará mucho más fácil hacer lo propio con las nuestras. Adicionalmente, nos permite conectar, que no sólo nos aporta muchas otras visiones de la vida, sino que además – con suerte- nos transforma y nos hace trascender limitaciones. Es el puro viaje de la vida y para eso estamos por aquí.

Para finalizar, vamos a hablar de las maneras en las que podemos validar las emociones de los demás y beneficiarnos de esta espléndida costumbre. No tiene mucho más misterio que reconocer las maneras en las que anulamos o invalidamos y hacer exactamente lo contrario. Por lo general nos va a costar si no estamos acostumbrados, pero nadie dijo que construirse un carácter y una personalidad potables fuera fácil. Todos sabemos que la opción fácil es seguir siendo productivo y estúpido.

En resumen.

Aprender a escuchar. De verdad de la buena, no estar callados y mover la cabeza mientras pensamos en cuándo nos llegará el turno. Escuchar sobre todo a las personas que se supone que nos importan. Si no las escuchamos, pronto haremos que dejen de importarnos. Ya se dice que lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.

Acostumbrarse a decir: Lo que sientes está bien. No estás exagerando. Te entiendo. Háblame más de ello. Permítete sentirte como te salga.

Dejar que la persona se exprese (dentro de unos límites, lógicamente). Animarle a que lo haga.

Soltar el control. No necesitas controlar a nadie. Todo lo que intentes controlar, se acabará descontrolando. Admira mucho. Valora mucho. Ayuda a otro a ser quién es.

¿Y qué hacemos cuando nos invalidan otras personas?

Pues si no nos apetece entrar al trapo de la invalidación, podemos seguir a la nuestra adoptando un enfoque a lo: perdónalos, porque no saben lo que hacen. Pero si estamos de un humor menos cristiano, también podemos indicar que nos molesta que nos invaliden y señalar exactamente esto que necesitamos que hagan por nosotros (que no nos interrumpan, que eviten comentarios de cierto tipo, etc). Lo que no debemos hacer jamás es encogernos y desaparecer para darle la razón al otro en que no debemos ser nadie o sentir nada, porque entonces nos invalidamos nosotros mismos y de la invalidación ajena uno puede defenderse, pero la propia es arrasadora.

Es más, si tenemos la tentación de tal majadería, hagamos todo lo contrario: si nos invalidan, lloremos más, riamos más fuerte, defendamos libre y orgullosamente el baluarte sagrado de nuestras emociones. La manera en que nos sentimos es la que nos hace únicos, singulares y esencialmente humanos.

La mayor parte de nuestros problemas no vienen de sentir, más bien se originan en nuestra manera de pensar, que debemos cuestionar y revisar constantemente porque está muy cuajadita de neuras y autoengaños y a veces es tan fiable como las promesas de un político. La validación emocional nos permite acercarnos a nuestros semejantes y por extensión, a las zonas de nuestro ser más sinceras, sencillas y auténticas. Que son las que realmente más importan.

Os cuento una bonita anécdota de la vida real con respecto a este tema. Hace años, tuve ocasión de conocer la historia de una chica joven, estudiante de Medicina, que había sufrido una invalidación atroz desde la más tierna infancia. Su autoestima estaba muy machacada, a pesar de que objetivamente era una persona brillante y válida en todos los aspectos (typical). En la carrera, tuvo la suerte de dar con una profesora muy maternal, que se volcó con ella. Además de cariño y empatía, le regaló un espacio abierto donde se podía permitir expresarse tal y como era y tal y como se sentía.

La chica terminó la carrera y se especializó en Pediatría. Actualmente, es una buena profesional que atiende a muchos críos en su consulta. Uno de los rasgos que la caracterizan como médico es la manera en la que atiende y le da un espacio a cada niño para que se pueda expresar tal y como es, tal y como se siente.

Esto le ha permitido ubicar problemas de salud que no eran evidentes y prevenir complicaciones mayores.

Piénsalo.

Quizás un día, uno de esos niños sea tu hijo.

Hay cosas muy profundas en el alma de las personas,

Cosas que nunca se pueden ver sólo con los ojos

Así que nunca seas insensible con el alma de alguien

Pero jamás permitas que nadie sea insensible con la tuya

(Odín Dupeyron)