
Mucho se habla actualmente sobre la importancia de ser vulnerable, las dificultades de confiar y conectar y los modus operandi para lograr tal hazaña. Pero ¿qué significa realmente ser vulnerable?
Ser vulnerable no implica, como muchas personas creen, simplemente hablar de nuestras emociones. Se puede perfectamente teorizar, analizar y racionalizar el mundo emocional sin sentirlo en absoluto. Uno puede decir que tiene miedo sin tener miedo, hablar de su drama sin que éste lo haya atravesado en lo más mínimo o diseccionar su rabia sin permitir que ésta le caliente las tripas y supure fuego de dragón por los ojos.
¿Qué es, entonces, la vulnerabilidad? La vulnerabilidad es ese insoportable temblor interno que sólo se produce cuando uno no sabe si está asomándose a un refugio o a un abismo. Seguro que hay definiciones más sesudas y extensas, pero pocas encontraréis más precisa que ésta.
Somos vulnerables cuando dejamos que alguien nos vea llorar. Lo somos, cuando contamos algo que nos avergüenza profundamente. Cuando confiamos. También lo somos cuando reconocemos que nos hemos equivocado ante alguien cuya aprobación nos importa. Podemos ser vulnerables de muchas infinitas maneras, pero todas y cada una de ellas generan temblor.
Cuando somos mayores, estos momentos se tornan infinitamente valiosos porque se vuelven más escasos. Llega un tiempo donde muchas veces optamos por encerrar el temblor en un lindo cofrecito interior y escoger vivir bajo la falacia de lo imperturbable. Hay veces que ni siquiera es una elección: simplemente algo de nosotros sabe que no soportaríamos ni una brizna más de temblor y le ponemos el candado no por desconfianza a lo externo, sino por falta de confianza en lo interno.
En otras ocasiones, sin embargo, ocurre el efecto contrario. Acumular años te va haciendo más consciente del paso del tiempo: no sólo porque por razones visibles y obvias – esas canas que se empeñan en multiplicarse, esa piel que pierde firmeza, esa espalda dolorida por nada en particular – sino por lo de fuera. Tus hijos crecen, tus padres envejecen, algunas de las personas que conoces empiezan a fallecer y empiezas a darte cuenta de que el tiempo ha dejado de ser infinito y lleno de inmensas posibilidades.
De repente, te pones a pensar si la vida no debería ser algo más que aguantar y resistir, y avanzar y tirar para adelante. Todo eso es demasiado cansado. Y se te ocurre que, a lo mejor, puedes pararte y dejar de resistir, para darte cuenta de que mientras aguantabas y tirabas para adelante, no estabas avanzando absolutamente en nada.
Se te ocurre hasta la locura de empezar a respirar y permitir que el temblor se instale en tu pecho, como un pájaro en el nido; y que pueda cantar libremente su propia canción.
La vulnerabilidad es el centro neurálgico de la herida del existir, de donde emana lo más profundo del yo. Para protegerla, le probamos todo tipo de armaduras. La más típica es la armadura impermeable (todo me resbala). En los últimos tiempos, se lleva muchísimo la armadura espiritual (estoy demasiado evolucionado para esto) y la socorridísima armadura a lo presidente de Amazon (estoy muy ocupado para pensar en tonterías). Todo son recursos para evitar el temblor. Y no son malos recursos. No podemos desvelar la herida en cualquier circunstancia, con cualquier persona o de cualquier manera. Pero si nos acostumbramos a bypassear la vulnerabilidad cada vez que asoma, el día que estemos en lugares seguros para abrir el arconcito secreto, ya nos habremos olvidado dónde estaba la llave.
Si se entendiese la hermosa paradoja de la vulnerabilidad – que el temblor simplemente es el reverso del poder – quizás podríamos entender que aunque no necesitamos compartir todo lo más íntimo con todo el mundo, hay algo simple, puro y potente en el hecho de reconocernos frágiles – no como una flor, sino como una bomba, que decía una famosa frase.
Está bien temblar de vez en cuando y permitir que algo te traspase, que te saque del eje. Porque te has dado cuenta de que el temblor asusta porque aniquila, pero en realidad sólo aniquila todo aquello que no es vida.
Y es entonces que el miedo se empieza a dar la vuelta; y uno descubre que la vulnerabilidad deja de ser abismo y se convierte en refugio en el mismo momento en que nuestra vida empieza a importarnos.
(Quiero compartir con vosotros que he escrito esto…temblando)
Que tengamos el valor de afrontar nuestras tareas imposibles y descubrir nuestros exquisitos destinos; de desentrañar los dones de esta Vida encarnada, sumergir nuestras manos en las buenas y ricas tierras, y entregar todo nuestro ser a este encuentro salvaje con todo lo que es (Laura Weaver)
Sabía que el artículo iba a reconducirse finalmente para reconocer que quien es capaz de no ocultar sus vulnerabilidades, tampoco regalarlas a todo hijo de vecino, y por extensión sus miedos, sus errores, etc,ves, en realidad, alguien fuerte y yo diría que confiable.
Me gustaMe gusta
Totalmente, y creo que mucho de lo que vamos a ver en el mundo en los próximos años va a ir en esa dirección. Ya veremos.
Me gustaMe gusta