¿Y si hago esto? ¿Y si hago lo otro? ¿Qué concepto tendrán sobre mí? ¿Qué me dirán? ¿Quedaré como una persona resentida? ¿Hablarán de mí a mis espaldas? Preocuparse en exceso de lo que los demás piensan sobre uno mismo, es una puerta segura a la ansiedad, la baja autoestima y el miedo a las relaciones.
Es inevitable. Todos necesitamos revalidar una parte de nuestro autoconcepto a través del feedback que recibimos de nuestro entorno. La identidad de cada persona se alimenta en muchos sentidos de los reflejos que obtiene de aquellos que le rodean. A lo largo y ancho de este blog, hablo a menudo de cómo nuestras relaciones nos ayudan a conocer las partes de nosotros que normalmente permanecen ocultas a nuestros ojos. El gurú alemán Eckhart Tolle decía, con mucho tino, que era más probable que tres relaciones fallidas en tres años te obligasen a despertar más que tres años en una isla desierta. Si has llegado hasta aquí y estás leyendo estas palabras, seguramente tú mismo ya hayas empezado a darte cuenta sin necesidad de un gurú.
Observar el resultado de nuestra interacción con los demás y aprender de ello, es sano y es necesario. Ahora bien, cuando esto se extiende al punto de condicionar todos nuestros actos e incluso nuestra manera de afrontar la vida a lo que hipotéticamente pudieran pensar, sentir o querer otras personas, esto se convierte en un perpetuo dolor de muelas. Nos trasladamos a vivir a un mundo poblado de voces imaginarias, por supuesto siempre críticas, ante las cuales adoptamos o bien una actitud complaciente (y temorosa) o el extremo opuesto de la misma neurosis: un quemeimportismo agresivo que obedece al principio de golpeo antes de que me golpeen.
Toda relación humana debiera ser un camino en dos direcciones: estas dos actitudes impiden que esto suceda. Si complazco para que me aprueben, me niego a mí mismo y si rechazo para que no me rechacen, niego al otro. El resultado: no obtengo aprobación por lo que soy, sino por lo que finjo ser.
El trabajo de la madurez consiste en muchos sentidos en negociar entre estos extremos para alcanzar un término medio, por el cual, yo no me siento vulnerado en mis principios ni vulnero los principios ajenos.
¿Cómo liberarse del yugo de la opinión ajena?
Te voy a proponer un ejercicio muy sencillo. Piensa en una persona cuya forma de ser te resulte admirable en su conjunto. Puede ser un amigo, un pariente, tu pareja o simplemente un personaje conocido. ¿Cómo es? ¿Es pasivo o agresivo? ¿Tiene carácter o es sumiso? Con toda seguridad, la persona en la que estás pensando es alguien que posee ideas propias, tiene un carácter definido, es responsable de sí mismo y no vive al arbitrio de la opinión externa.
Una persona a la que tiene sin cuidado si gusta o no gusta a todo el mundo.
Cuando somos niños, nuestra personalidad se va forjando en relación con nuestra familia: más tarde, nos apoyamos en la aprobación de nuestros amigos, compañeros profesionales o parejas. Existe una tercera etapa en la que ya hemos adquirido un amplio aprendizaje social e íntimo y podemos preveer más o menos las consecuencias de nuestros actos: en este punto es cuando empezamos a tomar decisiones de acuerdo a nuestros principios y experiencias.
Muchas personas se quedan estancadas en el paso previo a esta etapa, por las siguientes razones:
– Seguimos creyendo que nuestra felicidad depende de los demás.
– No asumimos el riesgo de poder equivocarnos.
– Nunca llegamos a abandonar el nido. Hemos pasado de los brazos de los padres a los de las parejas y los amigos, sin un tiempo (y distancia) necesarios para descubrir quienes somos y qué queremos nosotros.
Los demás no son quienes viven nuestra vida. Podemos escuchar, consultar y pedir opiniones a nuestro entorno sobre aquello que nos preocupa, pero en última instancia, somos nosotros quienes encaramos los éxitos y los aprendizajes que conlleva cada una de nuestras decisiones. Los amigos, las parejas, los padres, irán desapareciendo con el tiempo: pero tú eres quien deberás convivir contigo mismo para siempre, con lo que lo que hagas, pienses y determines ha de estar en consonancia contigo mismo y con lo que tú busques de tu vida.
Nadie más que tú se va a encargar de que tú seas feliz y consigas tus metas.
Todo esto suena genial, pero ¿cómo empiezo?
La asertividad es tu mejor aliado. Aprender a identificar lo que sientes y a expresarlo es un entrenamiento que no requiere ningún esfuerzo sobrehumano y que además, da buenos resultados antes de lo que tú mismo prevees. ¿Un ejemplo? Cada vez que vayas a hacer algo que no quieres hacer para complacer a alguien, dale a la tecla de PAUSE por un momento y pregúntate: ¿realmente quiero hacer esto?. Si la respuesta es no, prueba la vía asertiva: hoy no me apetece salir, otro día ya quedaremos. Lo siento, pero prefiero no hacerlo, porque me hace sentir incómodo. Me siento molesto/a y ahora mismo prefiero no hablar. Gracias por respetarlo.
Amar (y ser amigo, hijo, padre, hermano y colega) significa tener que decir muchas veces me siento..
Equivocarte, dar pasos en falso, meter la pata, llorar delante de alguien, pedir ayuda o hacer estupideces no te convierte en un ser horrible condenado al ostracismo social, te convierte en una persona humana y accesible. Como decía Agatha Christie: es curioso, pero solamente cuando ves a las personas hacer el ridículo, te das cuenta lo mucho que las quieres.
Lo que piensen los demás, es incontrolable e inevitable. El intentar hacerse cargo de lo que miles de millones de cerebros distintos en este mundo puedan pensar de ti, es una labor tan titánica como inútil.
¿Se trata, pues, de no importarte un pimiento lo que digan de ti? Con ciertos matices. El individualismo se suele confundir a menudo con el egocentrismo. Yo puedo ser yo misma y obrar como considere que debo hacer, pero sin el rebote de mis acciones en los que me rodean, difícilmente sabré si acierto o estoy errando.
El parecer ajeno debe reforzarnos, enseñarnos y en ocasiones, servir como referente en general, pero nunca debe convertirse en una prisión que cercene nuestra libertad de acción y pensamiento. Aprendamos también a valorar a las personas de nuestra vida cuya opinión realmente merece ser tenida en cuenta: son aquellas que cuando lo estés haciendo mal, les importarás lo suficiente como para darte una buena colleja.
Hola cristina, he intentado aplicar algunas estrategias para no estar pendiente de lo que los demás piensan de mí, voy trabajando en ello pero avanzo despacio.
Normalmente cuando termino de hablar con alguien estoy pensando sobre la impresión que le ha quedado de mí, sobre cómo debí actuar, sobre si debo ser serio o divertido, o si debo hablarle a las personas o simplemente ignorarlas.
Pienso que maneras de solucionarlo es ser uno mismo, ser más asertivo e ir perdiendo el miedo al rechazo. También ser más sociable.
Me gustaMe gusta
Hola Cristina: He descubierto tu blog por azar, y para solucionar mi ansiedad por saber en qué fallo para ser una especie de «mix» de todas tus entradas. Me ha parecido extraordinario por la claridad, la síntesis y lo práctico que es. Lo «malo» es que cambiar es lento y no es fácil.
Un abrazo.
Me gustaMe gusta
¡Hola Consha!
Prometo que si encuentro algún día la manera de que sea fácil y rápido, seréis los primeros en saberlo 🙂
Un abrazote!
Me gustaMe gusta
Es tan cierto que se me ponen el bello de punta cada vez que pienso los 9 meses que llegue a malquererme tanto, es injusto amar a tu pareja mas que a uno mismo y casi no recuperar la sonrisa, si se me permite diré que las he pasado putas pero que animo a la gente a sufrir si es la única manera que tenemos de aprender, la vida te tira chinas y si no haces caso acaba tirándote un tocho… Hay que echarle un par y como dice mi nueva pareja … Cariño aparca el drama .
Me gustaMe gusta
Hola Cristina, necesito un consejo, soy una chica de 28 años, he tenido parejas, largas y cortas, tengo casi nada de amigos porque soy muuuy tímida, me cuesta un mundo con la gente. Cuando salgo en citas y si un chico se le ocurre hacer el comentario de «así eres de seria» o «por qué tan seria» automáticamente me encierro y me hago aun más seria. Sé que tengo una autoestima nivel cero, es más, creo que ni autoestima tengo (risa nerviosa). He ido con psicólogos, he leído libros, claro que ha mejorado mi confianza, pero aún sigue latente, no me atrevo a habar frente a mucha gente, no doy mi opinión a veces siento que ni siquiera tengo criterio.
¿Qué puedo hacer para defenderme cuando me siento mal por qué alguna persona me dice que soy seria, como si eso fuese un defecto inconmesurable? ¿qué les puedo responder? ¿cómo elevo mi confianza hacia mí?
No te pido una consulta gratis, sino algún buen consejo fuerte y que me haga entrar en razón.
Saludos, siempre te leo y eres naravillosa
Soledad.
Me gustaMe gusta