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La soledad es una gran fuerza que preserva de muchos peligros, decía Lacordaire. Desde muy pequeños, se nos alienta a compartir, a alimentar vínculos, a exponernos al mundo. La soledad, sin embargo, es territorio desconocido. ¿Por qué tenemos tanto miedo a estar solos?

A lo largo de la vida, mantenemos relaciones con muchas personas. Gran parte de estas relaciones se iniciarán por una verdadera afinidad, o por imperativo familiar. Pero otra parte significativa de ellas las estableceremos para matar el tiempo, llenar vacíos y suplir carencias.

¿Qué significa estar solo? La soledad es el hombre del saco de los niños mayores. Antes, nuestras madres nos asustaban con inverosímiles leyendas urbanas para evitar que nos metiésemos en líos. Como adultos, los terrores infantiles se reciclan en sentencias admonitorias: pasamos del no metas los dedos en el enchufe a te quedarás para vestir santos…acabarás solo/a…no encontrarás a nadie que te quiera.

Una vez cubiertas las necesidades básicas, enfrentarse a la soledad constituye quizás uno de los retos más complejos a los que nos vemos abocados alguna vez (o varias) en nuestras vidas.

Podemos llegar a esta circunstancia de diversas maneras. Después de enganchar una relación tras otra hasta que se nos agotan los recursos emocionales y mentales para seguir construyendo amores efímeros que se deshacen como castillos de papel.  Tras vivir una relación tóxica en la que nos metimos aceptando lo inaceptable porque eso parecía mejor que no tener nada. Intentando hallar el amor de los demás en diversos medios y encontrándonos con puertas misteriosamente cerradas para las que la vida parece no habernos dado una llave.

Sea como sea, llega un punto de inflexión en el que la mayoría de las personas descubren que, al contrario de lo que se afirmaba en Expediente X, la verdad no está ahí fuera.

Cuando alguien se queda solo, no le faltarán a su alrededor quienes se apresten a animarle y ayudarle a abandonar ese indeseabilísimo estado. Como si la soledad fuese una enfermedad con riesgo de pandemia que precisase tratamiento urgente. Remediando tu soledad, también remedian su miedo.

Si no te lo dicen otros, serás tú quien te lo digas. En tu cabeza, aplazarás el estar bien, feliz y satisfecho en el momento en que se cruce un nuevo alguien para sacarte de tu temible soledad. Saldrás por salir, hablarás por hablar, estarás por estar. Escribirás al whatsapp de aquel ex-rollete del que sólo te acuerdas cuando te va mal, o quedarás con ese colega para acodarte en la barra de un bar con la copa en la mano sin saber qué decirle a alguien a quien sólo utilizas para no sentirte miserable por quedarte en tu casa un sábado noche.

En definitiva, para llenar tu soledad, harás cosas que no te llenarán, lo cual, a su vez, te hará sentir mucho más solo/a.

Todos hemos caído en dinámicas similares para retrasar el inevitable momento de encontrarnos con nosotros mismos. Puede que sigas haciéndolo toda tu vida en modo piloto automático, porque nunca te enseñaron a hacerlo de otra manera; o porque nunca confiaste en tu propia capacidad para sobreponerte al miedo, al vacío y descubrir lo que se encuentra más allá de la frontera de lo que ya conoces.

Y me temo que no hay un Lonely Planet del autodescubrimiento (ojalá). Ni hay mapas. No es un viaje fácil. No es un  trayecto seguro y a veces, tampoco es bonito. No sabes lo que te espera. La experiencias de otras personas no te servirán como referente porque no se parecerán a las tuyas. Cada paisaje de la soledad es único y diferente. Cada persona tendrá que enfrentarse a sus monstruos particulares y vencerlos, o de lo contrario, seguir huyendo hasta estar lo suficientemente preparado para un nuevo combate.

Entonces ¿para qué me sirve estar solo/a? ¿Qué necesidad tengo? Si te planteas estas preguntas, ya has abierto la ventana de la posibilidad en la celda de tu mente. Hay dos buenos motivos para estar solo: el primero, que es la mejor manera de aprender a quererse a uno mismo (ya que no hay nadie más que nos distraiga); y la segunda, porque la soledad nos desconecta de lo superfluo para conectarnos con la verdad de lo que somos. Y eso, significa libertad.

¿Y si la soledad me vuelve tarado, neurótico, raro, huraño? ¿Y si me convierto en el hombre del saco o en la loca de los gatos? ¿Y si acabo en un parque dándole de comer a las palomas y hablando solo/a?

Si eso es lo que temes, puedes respirar tranquilo. Estar solo contigo mismo es un regalo que te ofrece la posibilidad de curar heridas, restituir tu esencia personal y recuperar la energía perdida en las incursiones por el mundo exterior.

La soledad no enferma. A veces, sobreexponerte constantemente a establecer relaciones con personas inadecuadas en momentos en los que no estás preparado, sí lo hace.