ex mala persona

Me ha hecho mucho daño. Me ha roto el corazón. Me ha utilizado. Ha jugado conmigo, nunca me quiso. Me ha dejado en el peor momento. Es inmaduro/a y egoísta. Sólo piensa en sí mismo/a. Algún día la vida le cobrará lo que me ha hecho. ¿Practicas el noble arte de la paja en el ojo ajeno?

Cuando depositas unas expectativas de futuro en una persona y dicha persona prefiere no quedarse a cumplirlas y en cambio, escoge vivir otra vida que no tiene nada que ver contigo, nos dividimos entre la culpa (¿qué hice mal?) y la acusación (debe ser realmente muy mala persona por no hacer lo que yo espero de él/ella).

La sensación de agravio se acentúa si nos dejan por otra persona, o nos marean con dudas, o se muestran fríos e insensibles, o nos dejan por mail, o no nos llaman  o peor aún, nos llaman y luego ni quieren volver.

El ciclo culpa/acusación es habitual en la primera fase de un duelo; pero estancarse en el rol de pobre criatura indefensa de un ser maligno y desaprensivo que no siente ni padece, es el camino perfecto a no superarlo nunca y a castigarte día a día con el implacable veneno del victimismo.

No seré yo quien niegue el efecto terapéutico de acordarse de todos los muertos de tu ex cuando te asestan un fatality en toda regla. Lo que no tiene utilidad alguna es regodearse eternamente en ello, atorrando a amigos, vecinos, mascotas y futuras nuevas parejas con un fantasma que a nadie le importa y ya sólo existe en tu cabeza.

Cuanto menos tiempo tardes en ponerte en el papel de tu ex pareja, entenderle y perdonarle, antes te liberarás de toda esa carga de rencor y sufrimiento que te lastra y te hace infeliz. A tu ex, lo de que le perdones, seguramente le va a dar igual. Pero a tu autoestima, tu felicidad y tu independencia emocional, les viene de maravilla.

Por supuesto, es mucho más fácil dividir el mundo entre malos y buenos, blancos y negros, Alianza e Imperio. Pero es que sólo somos personas. No venimos de las películas, ni de las novelas. No estamos polarizados en dos extremos radicalmente opuestos. Somos cobardes, egoístas, débiles; tenemos miedo y lo único que queremos es ser felices y sentirnos bien. Y por ese camino hacemos y nos hacemos daño, porque nadie nos dice cómo hay que conseguirlo y vamos teniendo que aprender sobre la marcha.

A veces nos toca ganar. A veces nos toca perder. Pero siempre nos toca aprender

Porque nadie se libra de haber metido la pata, de no haber sido lo que otros esperaban; o de haber huido cuando alguien esperaba que se quedase, o de haber herido un o varios corazones. Y quien diga lo contrario, o es muy joven, o se está mintiendo.

Venimos de una educación enfocada a lo racional. En la que te enseñan los logaritmos neperianos y que el Pisuerga pasa por Valladolid, pero no te enseñan a lidiar con la tristeza, a que antes de querer hay que quererse o porqué el odio y el amor son dos caras de la misma moneda.

Con este pobrísimo bagaje emocional, vivimos analizando lo que no se analiza. Desde la cabeza, creemos que los demás actúan fría y deliberadamente para utilizarnos, herirnos o pisotearnos la autoestima. Pero aplicamos la ley del embudo.

Si somos nosotros los que hicimos el daño, fue porque nos sentíamos mal. Si lo hizo nuestro ex, es porque es mala persona.

Quizás, ha llegado el momento de considerar la idea de los demás sólo hacen daño por las mismas razones por las cuales lo haces tú.

Demonizar a tu ex no te reporta ningún bienestar. Sin embargo, desear sinceramente su felicidad y hacerlo sin hipocresías, de corazón y como tributo al recuerdo de alguien que compartió contigo tiempo, cariño, energía y esperanza, te ayuda a superar, curar y crecer.

Recuerda que, como decía Pérez Galdós: el mal, en cualquier forma que tome dentro de lo humano, no tiene significación alguna para una alma fuerte, aplomada y segura de sí misma.