Ilustração - Pais a lutar pelo filho

Si una ruptura de pareja ya de por sí puede ser una vivencia muy dolorosa, las complicaciones más profundas surgen cuando se pone en entredicho la estabilidad emocional de toda una familia.

Diferencias irreconciliables. Acaso no exista un término más certero y más aséptico, para definir y concretar la decisión final de deshacer no sólo una pareja, sino todo un proyecto de vida. Y aun así, estas palabras apenas alcanzar a sugerir el lento proceso de decepciones, frialdades, lágrimas en soledad y distanciamientos insalvables que concurre antes de que dos personas (o una) determinen que a fin de cuentas, ese proyecto de vida ya no es el suyo.

El divorcio en un contexto familiar, suele ser una decisión de muy larga maduración, en la que se sopesa el peso de el estabilidad, el miedo a la soledad, la culpa, la preocupación por los hijos e incluso el tedioso y amargo proceso de repartir patrimonios y establecer custodias. Al separarse, uno apuesta por una felicidad que ni está asegurada, ni se va a dar a corto plazo. Quien haya pasado por esto, sabe que separarse no es precisamente un camino de rosas: más bien de espinas.

En el momento en que la relación de pareja se deshace, debería surgir ante todo la prioridad de seguir velando por el bienestar de los hijos en común. Ellos son los verdaderos perdedores: los que sufren las consecuencias sin haber sido, siquiera, partícipes de la decisión.

Que los hijos acusen el impacto de estas circunstancias, es prácticamente inevitable. Pero que ese impacto se convierta en un largo viacrucis traumático para ellos, no es inevitable. En el momento en que finalmente se ejecuta la decisión, la prioridad absoluta, sin excusas, ni justificaciones, debiera ser siempre no promover sufrimientos innecesarios a terceros inocentes. Lo demás, el despecho, el rencor o la rabia que uno tenga, es lícito y respetable, pero es un tema aparte que corresponde gestionar con nosotros mismos y con la ayuda que nos sea necesaria.

Entre los errores más comunes que se dan en estas situaciones están:

  • Utilizar a la familia para meter presión. No me cansaré de decirlo: los problemas de pareja (o ex pareja) son cosa de dos, no de doscientos. La persona que rompe la relación no es un reo fugado de la cárcel al que hay que enviarle una patrulla de suegros, cuñados y primos para que vuelva al redil.
  • No enterarse de nada: es normal sentirse en un inicio bloqueado, en pleno estado de terror y negación, esperando de alguna manera que todo sea una pesadilla en la que en cualquier momento vayas a despertarte. Pero, independientemente de que esto pueda o no arreglarse, en estos momentos una de las acciones más recomendables que puedes hacer, es informarte. Hablar con personas que han pasado por situaciones similares, consultar foros, asesorarte con un abogado. Puede que no tengas que hacer uso práctico de esta información, pero tenerla te ayudará enormemente a ubicarte y a sentir que tu vida sigue siendo tuya.
  • Permitir situaciones de incertidumbre: velar por el bienestar de los hijos, no implica necesariamente montarles una pantomima teatral para que no se enteren de nada. Los niños no son idiotas e intuyen perfectamente las alteraciones en el clima familiar, la tensión y los cambios rutinarios de su día a día. Si la pareja ya está separada, conviene que no se promuevan situaciones de confusión. Ellos ya saben que algo está pasando y merecen una explicación ajustada a sus edades y su nivel de comprensión, no que les dejen a oscuras especulando angustiosamente qué está pasando y si ellos tendrán la culpa.

Estas indicaciones son generales y no pretenden ser un texto concluyente sobre todas las implicaciones de cualquier divorcio, algo que requeriría prácticamente todo un blog dedicado a ello. Asimismo, en los casos más complejos (en los que se incluyen situaciones de maltrato, trastornos, etcétera…) conviene siempre consultar una ayuda más especializada.

A modo de colofón y en un sentido positivo, me gustaría dejaros las palabras de una mujer adulta, que vivió en su temprana adolescencia la separación de sus padres.

«Siempre recordaré lo que me dijeron mis padres el día en que supe que iban a separarse. Ellos se acercaron a mí, me sentaron entre ellos y me dijeron: aunque no estemos juntos, nunca dejaremos de quererte. Nunca me sentí desplazada, ni siquiera cuando empezaron a salir con otras personas. Siempre tuve a mis padres cuando los necesité, siempre conté con su amor, su apoyo y su cercanía en los malos y buenos momentos. Si tuviera que darle un consejo a una persona que no sabe qué decirle a sus hijos en estas circunstancias, sería el mismo: que les demuestren que les quieren, que siguen siendo lo más importante y que nada de lo que sucede es culpa suya ni va a hacer que dejen de amarles.

Lo más importante del mundo es no olviden que siguen siendo padres, aunque ya no sean pareja«

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