¿Padeces del síndrome de la princesa y el guisante?

El planteamiento de ser demasiado exigente es común cuando no logramos consolidar nada con ninguna pareja y ante nuestros desahogos lastimeros, escuchamos el repetido mensaje de que pedimos demasiado, o que lo que queremos, no existe. Bueno, ponemos de partida el hecho de que por pedir, todos podemos pedir lo que se nos venga en gana. Luego viene la vida, te baja a la realidad y aprendes a pedir realmente lo que quieres y necesitas, que muchas veces no tiene nada que ver con lo que creías que requerías al inicio.

Como puede verse, el proceso de descubrir lo que uno quiere y no quiere, está íntimamente relacionado con la propia maduración de la personalidad. Para que ocurra esa maduración, tienen que existir no sólo experiencias vitales, sino también etapas de reflexión que permitan entenderlas y ponerlas en orden para averiguar en qué ha cambiado uno y adónde quiere dirigirse a continuación. Por lo general, la mayoría de las personas llega a un punto de equilibrio entre la exigencia y el conformismo. Hay unos requisitos necesarios para cada uno de nosotros, pero también somos conscientes de que las relaciones y las personas no son perfectas. Llegar hasta aquí se puede considerar un éxito personal, se tenga o no se tenga pareja.

Pero ¿qué ocurre cuando absolutamente nada, nadie, nos parece bien?. ¿Qué no importa cuanto nos guste una persona, lo bien que nos llevemos, el feeling que tengamos o lo estupendas que inicien las cosas, que en algún momento encontramos el fallo drástico que nos hace tener la excusa perfecta para salir pitando?. Pues que estamos como en el cuento de La princesa y el guisante. Podemos estar descansando sobre veinte colchones gruesos de las plumas más mullidas, que no disfrutamos por la consciencia de ese minúsculo bultito -de esa fastidiosa mínima falla- debajo de todos ellos.

Se reconoce a estas princesas por ser expertas en hacer problemas insalvables de de cosas absolutamente irrelevantes para el resto de la humanidad. Subrayan, angustiadamente, la insoportable molestia de no compartir gustos musicales, de vivir a más de 10 kilómetros de distancia de su objeto amado, de su preferencia del té sobre el café o de su costumbre de ventilar la casa por las mañanas. Una persona de otra índole daría valor a ser correspondido, a la confianza, a compartir valores similares o tener un proyecto de vida común. Las princesas del guisante no llegan a tales consideraciones: antes de conocer estos aspectos, ya están envueltas en tormentosas dudas sobre si será posible tener una relación con alguien que no practica el running.

Evidentemente, una persona con este problema piensa mucho, sufre mucho, duda mucho, como casi todas las personas que tratan de resolver con la mente lo que son asuntos que pertenecen exclusivamente a la esfera del corazón. El problema de la princesa del guisante es solamente uno. Que no puede amar. Su capacidad está limitada, dañada o subdesarrollada. Como a su vez, desea estar con alguien – aunque sea probar de vez en cuando – camufla su incapacidad con una proyección hacia afuera. Si yo no soy capaz de amar, debe ser porque nunca encuentro a nadie suficientemente bueno. Es mucho más fácil. Porque si asumimos que tenemos una deficiencia, tenemos que hacer un gran trabajo de autocrítica y honestidad con nosotros mismos, lo cual sólo puede ocurrir tras un gran derrumbe de nuestra estructura narcisista. Y no es fácil. Es más fácil buscar y descartar y buscar lo siguiente pensando que será mejor; y volver a descartar y volver a buscar. En realidad no es más fácil, si pensamos en las secuelas de todo este despropósito en el largo plazo. Pero las princesas son cortoplacistas.

Muchas personas pueden pasar por fases en las que se sientan identificados con el síndrome de la princesa y guisante. Esto ocurre muy típicamente cuando nos lanzamos a salir con gente sin estar preparados para una relación, porque hemos tenido una mala experiencia reciente, pero al mismo tiempo nos da mucha cosica estar solos y establecemos relaciones sin sentir lo que tenemos que sentir. Vamos con más prisa que el tren de Tokio y buscando compensar carencias, que una vez cubiertas, nos dejan al descubierto toda nuestra impotencia afectiva. Pero este problema suele ser coyuntural. Hemos amado antes, ahora tenemos pendiente hacer las paces con la soltería y seguramente más adelante volveremos a amar.

No obstante, existen auténticas princesas y príncipe (del guisante) de flamante sangre azul: esto es, personas que tienen incorporado este patrón en la propia estructura de su personalidad y probablemente desde épocas muy tempranas. Son personas a menudo muy perfeccionistas. En la formación de su psique, se grabó el mensaje de que ser amado implica ser perfecto y a la postre, para amar a alguien tiene que ser perfecto. Son dos caras de la misma moneda y la razón por la cual suelen quedarse en las capas más superficiales de las relaciones. Si no avanzan e intiman, huyen de lo que más miedo les provoca: que el otro se dé cuenta de que no son perfectos.

Nuestras princesas esconden allá adentro un dolor y un sentimiento de inadecuación muy profundos, que no pueden permitirse que ninguna otra persona descubra. Se pasan la vida como el que objeto que descansa en una repisa de un museo, con un desfile de personas admirándolo, pero sin poder tocarlo. Y suelen admirarse: cuidan bien de su imagen, que es el escaparate de su perfección o al menos, de la perfección que los demás creen que representan. Algunos intentan resolver eternamente su dicotomía entre el deseo de estar con alguien y conocer ese amor, y la necesidad de buscar fallos, y descartar, y seguir buscando, como en un eterno ciclo adictivo sin principio ni final.

¿Estoy condenado a ser eternamente una princesa del guisante? Cuando me he encontrado con una persona que tenía este tipo de patrón, me he dado cuenta de una cosa. Por lo general, las personas que tiene a su alrededor le suelen repetir que nunca encontrará a nadie lo suficientemente perfecto y que debería relajarse y fluir o ser menos exigente. Pero la princesa ya lo sabe. Tiene muchas defensas contra este tipo de consejos bienintencionados. Sin embargo, es mucho más interesante cuestionarle cuál es el refuerzo positivo que obtiene en ese ciclo constante de descarte y búsqueda. Cómo se siente y en qué se reafirma. Este planteamiento es mucho más profundo y puede ayudarte, tanto si eres una persona que funciona de esta manera, como si eres alguien cercano que quiere entender qué le sucede realmente.

Si eres una princesa del guisante y te planteas un posible cambio, te invito a indagar en esta cuestión: ¿qué objetivo quiero conseguir con mi vida sentimental? ¿A qué estoy dispuesto/a a renunciar para conseguir este objetivo? La respuesta puede variar: intento dejar pasar la fase de descarte y conocer más profundamente a la persona, intento no acelerar el inicio de las relaciones, no prometo nada que no pueda cumplir, dejo de utilizar apps de contactos para conocer gente (porque alimentan mis ciclos repetitivos de búsqueda y descarte), me dejo de ocultar tras una fachada perfecta y hablo de mis miedos y vulnerabilidades…De más fácil a más difícil, escoge lo que puedas asumir en un inicio y te cueste menos. Pero que te implique una cierta salida de zona de confort y tenga un sabor un poco a vértigo.

No es un patrón fácil. Yo siempre he dicho y sigo manteniéndolo, que el trabajo personal con una persona que siempre ama y sufre es mucho más sencillo que el de una persona que sufre, pero nunca ama. Porque el que ama se entrega y eso de alguna manera le va transformando, le hace permeable a la vida; mientras que el que se encierra en su vitrina de cristal, es menos permeable a cualquier tipo de cambio profundo. No obstante, si ya has tomado consciencia de tener este problema, es un gran paso. Verte a ti mismo sin idealizarte, con aquello de lo que fallas, es una gran cura para tu perfeccionismo. Ahora queda tu mayor reto: ser capaz de darte permiso para ser imperfecto con respecto a los demás. Y si lo logras, celébralo con un buen despiporre. Cómo decía la canción: te lo mereceeees y lo sabeees.

Quizás el mejor estímulo para hacer este esfuerzo es conocer la plenitud y la alegría de conectar con los demás. Las personas podemos experimentar admiración hacia una buena imagen o una imagen perfecta: pero a la hora de amar, y dedicar nuestro tiempo, energía y compromiso a alguien, lo que nos mueve y conmueve son sus particularidades y rarezas, que son lo que lo hacen realmente único. Atrévete a dejar de ser una hermosa postal, despliega el paisaje que reservas dentro de ti y recibirás un inmenso regalo: el de aprender a vivir con el corazón.

Nuestras imperfecciones nos ayudan a tener miedo. Tratar de resolverlas nos ayuda a tener valor. (Vittorio Gassman)