¿Vivir para sentir o sentir para vivir? Hoy hablamos de la obsesión con chequearse cualquier tipo de perturbación emocional, buscarle una etiqueta y convertirla en enfermedad. Pasad y poneos (in)cómodos.

¿Qué es la hipocondría? La hipocondría tradicional consiste, básicamente, en una manifestación de la ansiedad que se caracteriza por un miedo persistente e irracional hacia las enfermedades físicas. Si hay algún hipocondríaco en la sala, seguramente pensará: ¿Irracional? ¡Las enfermedades físicas existen!. Amigo hipocondríaco, tienes toda la razón. Si echamos mano de cualquier enciclopedia médica (Nota: si tienes un amigo o familiar hipocondríaco, es un regalazo), podemos deleitarnos con la descripción de las miles de enfermedades posibles que pueden asolar a nuestro organismo. Por si no fuera suficiente, podemos añadirle los infinitos efectos secundarios que puede tener cada medicamento, la información de Google o las historias escalofriantes que nos cuentan nuestros conocidos acerca de sus partos, operaciones y enfermedades diversas. Quizás ser feliz no sea fácil, pero ser hipocondríaco es sencillísimo.

Si no sois hipocondríacos, os pongo un ejemplo que os va a resonar muy bien para poder entenderlo: imaginad la típica situación de que tenéis un sarpullido raro y se os ocurre – algo muy normal- abrir Internet, poner vuestros síntomas y buscar qué posibles enfermedades puedas tener. Os encontráis con un amplio abanico de posibilidades: desde una vulgar dermatitis, hasta un cáncer de piel, pasando por un extraño síndrome que sólo existe en Madagascar, donde casualmente pasaste las vacaciones el año pasado. Como tienes miedo de tener algo grave, tu cabeza descarta la dermatitis (que sería lo más probable) y empieza a darle vueltas al tema del cáncer o lo de Madagascar (bastante menos probable). Luego te vas a tomar una cerve con tu amigo Paco y ya te olvidas.

Pues el hipocondríaco es aquella persona que se toma una cerve con su amigo Paco, pero sigue con el runrún en la cabeza y hasta se lo cuenta al pobre Paco, que venía a hablar de un problema con su mujer y al final se encuentra consolando al colega por el cáncer que cree que tiene; pero lejos de quedar reconfortado, el colega vuelve a casa con el cáncer en la cabeza, o con lo de Madagascar y se atormenta día sí, día también, hasta que se decide ir a un médico. En la mayoría de los casos, los hipocondríacos sufren mucho porque ellos ya se han autodiagnosticado de todo, pero incluso aunque no tengan nada grave (que es lo más normal) toda esa angustia y ansiedad constante les estás pasando tal factura a nivel físico que tarde o temprano, ocurrirá aquello de la profecía autocumplida, y le saldrá algo.

Como los caminos de la ansiedad son amplios e inescrutables, en las últimas décadas ha surgido una versión de la hipocondría que no aplica necesariamente a las enfermedades físicas: la hipocondría emocional. Un hipocondríaco emocional, a semejanza de un hipocondríaco de toda la vida, pasa una cantidad considerable de tiempo rebuscándose todo tipo de síntomas, desde el más leve hasta el más notorio, que puedan delatar la presencia de cualquier problema relacionado con su psique. Es especialista en el encontrarse los traumas más insospechados, los pensamientos ocultos más perturbadores y autodiagnosticarse patologías psiquiátricas que va cambiando según la sintomatología de la temporada.

Si de verdad suena la flauta y encuentra algo relevante, lo magnifica, probando todo tipo de terapias que no sólo no acaban de mejorar ninguno de sus problemas, sino que además le proporcionan nuevas herramientas para encontrarse otros que no se le habían ocurrido antes.

El conocimiento es poder, ¿no?

La relevancia de los problemas de salud mental y emocional han cobrado muchísimo peso en nuestros tiempos, en su mayor parte, para bien. Antiguamente, poder pedir una baja laboral por depresión (enfermedad mental muy incapacitante para hacer vida normal) era poco menos que ciencia-ficción. Que personajes públicos bien conocidos y populares hablen con bastante naturalidad de diversos trastornos que padecen, es un avance tremendo, puesto que socialmente nos movemos mucho por referentes. Y la normalización del concepto de ir al psicólogo, es sin duda una señal, de que el sufrir y callar de antaño está pasando a mejor vida; condenando, en muchos casos, a vidas de mucho sufrimiento que en otros tiempos, hubieran tenido consecuencias muy dramáticas.

Os pongo en contexto para que entendáis que, poco a poco, el planteamiento en torno a la salud mental está elevándose a un nivel similar que el de la salud mental. Se suman también otros factores (sociales, económicos, generacionales) que sería largo de explicar, pero que también están relacionados con el tema. Y da como resultado que hoy más que nunca, somos una sociedad muy consciente, muy informada y además, terriblemente ansiosa.

Lo que ocurre con la ansiedad (madre de los dragones de las hipocondrías) es que a veces tiene causas directas: pero cuando no las tiene, tiende a inventárselas para poder seguir sobreviviendo, insidiosamente, en algún rinconcito de nuestras cabezas. Para explicarlo de otra manera: que tengas ansiedad porque tu jefe te ha echado una bronca, no significas que tengas un trastorno, o una patología. Significa que tu cuerpo reacciona con normalidad a una situación de estrés temporal, como las que todos podemos tener cada cierto tiempo. Sin embargo, si tu jefe te echa una bronca cada vez que vas a trabajar, es muy posible que esa ansiedad puntual se pueda convertir en un problema mayor; hasta el punto que, cuando cambias de trabajo a un lugar nuevo donde ya no hay broncas, sigues experimentando ansiedad. Porque, recordemos, la ansiedad (cuando se cronifica) siempre busca alimento para sostenerse. Tiene un robusto instinto de supervivencia.

La hipocondría emocional tiene la tendencia a tomar lo normal por patológico y si llega al extremo, acaba confundiendo lo patológico por normal. ¿Suena a galimatías? Cuento una escena que presencié en vivo y en directo hace un tiempo: una señora, sentada en una mesa contigua a la mía en una cafetería y hablando a voces por teléfono con el que debía de ser su marido. Al parecer el hijo de ambos estaba en periodo de exámenes y estaba nerviosísimo. La madre insistía vehementemente en que era conveniente llevarlo a un psicólogo con carácter de urgencia ante, lo que a su juicio, parecía ser una especie de trastorno mental.

Yo no sé vosotros, pero en toda mi vida no he conseguido pasar una temporada de exámenes en calma zen. Ni nadie que conozca, la verdad. Convertir este nerviosismo en un problema de salud mental que requiere intervención terapéutica puede facilitar que la persona acabe desarrollando una absoluta incapacidad de lidiar con los problemas estándar de la vida real, llegando a sufrir de unos problemas que en principio no eran problemas como tales y llegando a la misma profecía autocumplida que el hipocondríaco tradicional. Un os lo dije de manual.

Se está haciendo una gran labor a todos los niveles para ayudarnos a entendernos, conocernos a nosotros mismos, interpretar nuestras emociones e incluso aprender a gestionarlas. Ahora que ya existe un cierto conocimiento general y todos estamos interesados en el tema, yo añadiría un apartado extra para enseñarnos a discernir cuando hay que poner el foco en las emociones y cuando hay que permitir también que el apoyo de la razón y la lógica las equilibren y modulen adecuadamente. Normalicemos que un parte normal de la existencia humana consiste en cosas que incomodan o perturban sin que signifique que estemos enfermos por ello.

Como decía un viejo anuncio de una campaña de salud: estar triste porque te ha dejado tu pareja, estar nervioso porque tienes un examen o estar enfadado porque has discutido con tus padres no son enfermedades, es la vida.

¡Salud (emocional y física) para todos!