cita defectos

 Me escribe P., una chica de Zaragoza, con una duda existencial. Acaba de declararse a un amigo del que lleva tiempo enamorada y al parecer el feedback ha sido positivo, porque hoy tenían una cita. Un par de horas antes, P. me comenta, inquieta, que el chico le ha invitado a su casa y han quedado ya allí. Su angustia, al parecer, es que él no la va a ir a buscar a la estación, a pesar de que está apenas a unos minutos de dónde vive.

Y ella se pregunta si eso no será falta de motivación por su parte, o qué pasa. En fin, que el detalle no le ha sentado demasiado bien y ya antes de iniciar la cita, ha motivado una pequeña comedura de coco.

Otro chico, S., me indica que acaba de dejar una incipiente relación con una mujer que le atraía, porque tenía la costumbre de atender las llamadas del móvil cuando estaban teniendo una cita a solas. Su compañera no se contentaba con un «estoy ocupada. Luego te llamo», sino que, ante las narices de su atónito galán, desplegaba auténticas conversaciones de veinte minutos o media hora con algún amigo del alma, o su madre, o su esteticién, o con quien tuviese la ocurrencia de llamarla, mientras las velas se consumían y la comida se enfriaba lentamente en los platos.

No son situaciones poco frecuentes. Al conocer a una persona, por mucho que nos guste, es un extraño con su extraña idiosincrasia que de momento no comprendemos. Algunas personas que me comentan sus dudas acerca de este tipo de historias, expresan su culpabilidad por lo que consideran tonterías y se preguntan si no serán muy intolerantes, o demasiado tiquismiquis.

Yo siempre contesto lo mismo. La mente es una herramienta de análisis y está condicionada por un montón de referentes externos e internos que muchas veces se contradicen. Nuestra guía no es la cabeza. Son las emociones. Si algo te hace sentir mal, no es una tontería. Es un aviso. Te están diciendo: por ahí no tienes que ir.

Muchas de las personas que vivieron una relación tóxica, reconocieron a posteriori que ya desde el principio habían visto estas señales: se habían sentido incómodas o molestas. Pero en lugar de utilizar sus emociones, utilizaron la cabeza: no es para tanto, estoy exagerando, todo el mundo tiene defectos…

Efectivamente, todo el mundo tiene defectos. Pero no todo el mundo tiene defectos que nos hacen sentir mal.

Volvamos al principio. El problema no es que esa persona haga unas cosas u otras. Sean normales, o anormales, estén bien o mal según nosequé estándares, sean defectos o virtudes mal entendidas, son sus particularidades y están en su derecho de practicarlas cuanto quieran. El problema somos nosotros. Cuando menospreciamos lo que estamos sintiendo en favor de las necesidades de nuestra cabeza, estamos atentando contra nuestra brújula personal. Eso que no nos miente nunca. Unos lo llaman corazón. A mí me gusta mucho otra manera de llamarlo menos poética: las tripas.

Busca en tu cuerpo el lugar exacto donde se sitúa el miedo, la incomodidad, o los nervios. ¿A que no está a la altura del corazón? Las tripas saben perfectamente lo que nos va bien y lo que nos va mal. El problema es que muchas veces intentamos hacer pasar unas sanísimas alarmas por simulacros de gastroenteritis.

No es extraño que nos volvamos locos intentando hacer pasar por aceptables cosas que nuestras tripas nos está diciendo a gritos que no nos gustan un pimiento.

Por ello, un buen ejercicio para aprender a guiarnos por lo que sentimos, a la par que nos vamos deshaciendo del mal hábito de idealizar -o autoengañarnos-, es la regla de las tres señales.

Si estás empezando a quedar con una persona, disfrútalo. No tienes prisa alguna, nada te garantiza que vaya a ser el amor de tu vida y sólo os estáis conociendo. Pero, si ocurre algo y ese algo te hace sentir mal, tómalo como una señal. Si acumulas tres señales de este tipo, considera no seguir adelante. Puede que la otra persona realmente no sea para ti o puede que tú mismo/a no estés preparado para iniciar nada con nadie. En todo caso, utiliza la regla de las tres señales para acostumbrarte a identificar lo que te molesta y por tanto, a conectar con tus emociones, en lugar de someterlas o directamente amordazarlas.

En el momento en que ganes la seguridad de saber bien lo que quieres y sobre todo, quién eres, no necesitarás aplicar ninguna regla para saber si te apetece tener una relación con ese alguien en particular. Mientras no lo consigas, es un buen método para empezar a conocerte y sobre todo, a respetar lo que te dicen las tripas. No ignores tu instinto: utilízalo para aprender.