Era un hombre mayor. Hablaron de muchas cosas, de la vida, de la pérdida, de la familia, de los recuerdos. Y en algún momento mencionó aquellos domingos de ir al campo, con su mujer y sus hijos, con un tupperware de tortilla. Nada extraordinario. Incluso vulgar. Pero sus ojos se perdieron, cuarenta años atrás. Y fue cuando le dijo: ¿sabes lo que más me entristece? Que entonces era feliz…y no lo sabía.
Escuché esta anécdota real hace unos meses. Yo estaba dándole vueltas a un artículo sobre la felicidad, pero no acababa de encontrar la manera de enfocarlo. La historia de esta conversación me fue regalada por casualidad, sin darle mayor importancia. Encajó como una pieza a medida. Era exactamente lo que necesitaba.
A menudo damos por sentados los instantes de plenitud. Todos recordamos con profusión de detalles las malas épocas, los acontecimientos terribles; o en cambio, los sucesos extraordinarios. Necesitamos grandes alfileres para fijar en la memoria las instantáneas de nuestra vida, mientras que otras fotografías menos rutilantes -o menos oscuras – parecen desvanecerse en un discreto segundo plano. Cuanto más intensa es la emoción asociada a un recuerdo, más persistente reaparece en el pensamiento.
Por ello, se van perdiendo por el camino los pequeños recuerdos, la suma exacta de nuestras felicidades rutinarias, agradables, insignificantes.
En la preciosa Fucking Amal, una sensible película de amores adolescentes en un pequeño pueblo sueco, la protagonista se queja a su padre de que su vida no tiene sentido, porque vive en un lugar aburrido y no tiene amigos. El padre, consolador, le explica que todo será diferente en el futuro y la respuesta de la adolescente, tajante, es: pero papá…yo prefiero ser feliz ahora.
Tú, que estás leyendo esto ahora y yo, y todos también queremos ser felices en este mismo instante.
La felicidad como un Eldorado existencial al que se llega después de duros y arduos esfuerzos…qué frustrante a veces…¡y qué lejos!.
¿Y por qué no ahora?
No hacen falta alardes espectaculares, ni que te toque alguna lotería, ni que te llame determinada persona, ni tener un montón de cosas que seguramente no necesites para nada. Ni tampoco atravesar áridos desiertos, interminables llanuras vivenciales y llegar al desapego espartano de un monje zen. Ni siquiera hace falta tener mucha gente que te quiera.
La felicidad en realidad es tan sencilla, que a veces pasa desapercibida.
Puede encontrarse, por ejemplo, cuidando de algún animal; releyendo pasajes de un libro preferido; mirando un paisaje bonito; dibujando el mapa de un país imaginario; caminando con un mp3 lleno de temazos; hablando con un viejo amigo; echando una partida de cartas. O aquí, ahora mismo, escribiendo este artículo.
Estés haciendo lo que estés haciendo, no lo dejes pasar de cualquier manera.
Recuérdalo: estoy disfrutando. Esto es precioso, o entretenidísimo, o interesante, o misterioso, o está muy rico, o se respira genial, o se ve de maravilla.
Que el patrimonio de tu memoria se encienda con las grandes y pequeñas luces de todo tipo de recuerdos.
Y que la vida no nos vaya pasando mientras somos felices sin saberlo.
Twittéame en https://twitter.com/CrisMalago
Muy interesante este tema… Ser feliz parece lo más sencillo del mundo, porque en realidad nos hace falta muy poco para ser feliz. Y, sin embargo, la felicidad siempre se nos escurre entre los dedos. Hay quien aconseja vivir en el presente, apurar el instante en que vivimos, pero eso tampoco sirve, porque la esencia del ser humano es vivir anclados en nuestros recuerdos mirando hacia el futuro. Sin disfrutar de nuestras memorias, sin planear el futuro con esperanza e ilusión, no se puede ser feliz. El querer exprimir el máximo placer del momento en que vivimos puede generar su propio tipo de ansiedad, pues nunca conseguimos agarrarnos completamente a nuestra propia consciencia.
El neurociéntifico Richard Davidson aceptó el encargo del Dalai Lama de investigar la felicidad. Asistí a una conferencia que dio sobre le tema, que fue de lo más interesante. Ahora estoy terminando de leer su libro «The Emotional LIfe of Your Brain», donde resume el trabajo de toda su vida sobre la neurofisiología de las emociones y cómo se pueden regular, sobre todo a base de meditación. Para Davidson, nuestra capacidad de ser feliz depende en gran medida de ser capaz de regular nuestras propias emociones, eliminando las negativas como la tristeza, la ira, el miedo, la culpa, la vergüenza y los celos, y potenciando las positivas como la alegría, el amor, la compasión, la autoestima y la empatía. De todas formas, yo creo que la felicidad va más allá de las emociones, ya que también requiere el que nos sintamos completos en las dimensiones más profundas del ser humano: el conectar de verdad con alguien a quien queremos, el apreciar la belleza, el encontrar sentido a nuestra vida, el vencer nuestros miedos más profundos, como el miedo a la muerte.
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Me encanto tu articulo, y es cierto la felicidad se puede encontrar en esos pequeños detalles de la vida, el aire de la mañana, la salud de la familia, el comer algo rico, el saber que Dios nos regalo otro dia y anuestros familiares tambien, y que importe es recordar fuertemente los buenos momentos de la vida, bien dicen que la vida es aquello que recordamos
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¡Qué tal! La frase «Yo era feliz y no lo sabía» viene en una película de Woody Allen. Quiero rescatar tu frase: «La felicidad en realidad es tan sencilla, que a veces pasa desapercibida». Creo que hay una buena parte de razón en eso. La felicidad difícilmente debe relacionarse con placer inmediato y sensible, cómo cuando nos titulamos de la Universidad o cuando recién adquirimos un auto nuevo. La felicidad es más tenue, más discreta, como aquellos «años maravillosos» que todos tuvimos cuando niños o adolescentes.
Te comparto una entrada de mi blog en que también aparece esta idea: Yo era feliz, y no lo sabía
Saludos desde la CDMX.
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